La medida supone un precedente notable, a partir del cual el Comité Económico y Social de la Unión Europea exigirá a todos los países miembros a aprobar legislaciones al respecto.
El interesantísimo documental español Comprar, tirar, comprar (puede verse en Youtube) es una de las mejores formas de ponerse al tanto de una práctica nefasta que comenzó a esbozarse a comienzos del siglo XX y que supone la caducidad deliberada de ciertos productos que no tendrían por qué caducar; la explicación de por qué hoy celulares, computadoras, electrodomésticos y cuanto objeto de uso cotidiano comercializado, en lugar de persistir toda una vida, dure quizá apenas unos años y luego se descomponga para siempre, sin arreglo posible. El documental muestra, por ejemplo, cómo algunas baterías de celular, impresoras, lavarropas y un sinfín de productos son fabricados con una programación específica que los lleva a averiarse en determinado punto, cuando podrían durar muchísimo más.
El tema está demasiado arraigado: las bombillas de luz y medias de nailon que se comercializaban en la primera mitad del siglo pasado tenían una durabilidad infinitamente mayor a la que estamos acostumbramos hoy, pero en determinado momento los fabricantes cayeron en la cuenta de que no les convenía venderle apenas uno o dos ejemplares a cada comprador, cuando podían elaborarlos con un material mucho menos resistente y así seguir vendiéndoselos indefinidamente. Esta producción deliberadamente defectuosa no sólo supone un perjuicio directo para los consumidores in tótum, sino también al ambiente, por el incremento masivo de basura plástica desechada y la creciente existencia de vertederos de chatarra electrónica (en Ghana y en Nigeria por ejemplo) que envenenan tierra, aire y humanos colindantes.
La nueva ley francesa especifica que estarán penadas “todas las técnicas por las que (…) se acorta deliberadamente la vida o el uso potencial de un producto a fin de aumentar la tasa de remplazo. Estas técnicas pueden incluir la introducción deliberada de un defecto, una debilidad, un detenimiento programado o prematuro, una limitación técnica, la imposibilidad de reparar o la no-compatibilidad”. Habrá que ver hasta dónde la legislación francesa podrá aplicarse, y si logra imponerse contra el interés de los grandes capitales. Porque si la misión es “erradicar” la obsolescencia programada, habrá que cambiar radicalmente un sistema de producción y consumo en el que estamos profundamente inmersos.