Tiene 21 años. Usa pañales, una sonda vesical y, cuando lo necesita, un respirador. Hana1 recuerda el momento en el que cinco hombres la rompieron. Tenía 14 años, pero su «infierno», como ella lo nombra, comenzó mucho antes.
Le gusta el deporte, juega al vóley, fútbol y hándbol. Su cuadro es el aurinegro, siempre lo fue. Le gustan los perros, bailar, cantar. Además cocina y es modelo. Combo completo. Pero no todo es color de rosas: «Cuando tenía 7 años me cambié de escuela porque me hacían bullying por mi color de piel», cuenta. En el colegio privado también sufrió; en cuarto año de escuela, una compañera comenzó a perseguirla. «Ella también era morocha, por eso nunca entendí su racismo hacia mí. Yo jugaba con los varones y a ella le molestaba, me decía “negra” y “marimacho”», recuerda.
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—El tema fue cuando pasaron los límites. Hacían grupos de WhatsApp entre ellas y ponían una foto de perfil mía. Ahí escribían canciones diciéndome «negra de corazón», «negra de órganos», palabras muy dolorosas que realmente me destruyeron. La diva del grupo era quien decidía qué tipo de bullying me iban a hacer. Un día me encontré a su padre en el ómnibus…
—Antes de eso se pelearon –le dice su madre, que está con ella durante la entrevista.
—Sí, verdad. Me quedó la boca sangrando. A mí no me gusta pelearme, pero me tenía que defender. Ese día nos pegamos.
Una mañana oscura y fría, Hana tomó el ómnibus para ir al liceo. Allí se topó con un hombre que la amenazó: «No te vuelvas a meter con mi hija o te las vas a ver conmigo», le dijo. Hana tuvo su primera crisis nerviosa: se bajó del ómnibus temblando y se tomó otro para terminar su trayecto. Una vez en el liceo, llamó a su madre para contarle, y ella a su vez se contactó con la directora. «Me dijo que hiciera la denuncia en la comisaría porque la amenaza no había sido en el colegio, entonces no les correspondía a ellos actuar», recuerda su madre, que fue a la comisaría para denunciar los hechos, pero la investigación no avanzó.
Un día, una camioneta blanca cuatro por cuatro frenó frente a Hana cuando salía del liceo.
—Se bajaron cinco tipos, pero no les podía ver la cara porque estaban tapados.
—¿Tapados?
—Con unos pasamontañas –acota su amiga, que también la acompaña en la entrevista.
—Ahí le reconocí la voz al padre de la diva, estoy completamente segura de que era él. Uno de ellos tenía un arma, que no sé si era de juguete o qué. Me metieron a la camioneta y me drogaron. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en una plaza con una plata que me tiraron. Me levanté vestida, pero me sentía rara, mareada, me dolía la cabeza; en mi ropa había manchas de sangre. Me tomé un taxi a mi casa y le avisé a mi madre que había llegado.
—¿Entendiste lo que te había pasado? ¿Suponías algo?
—No, yo era inocente, una niña… y me robaron la inocencia. Llegué a mi casa, tiré la mochila y me metí abajo de la ducha gritando, llorando, con la ropa puesta.
—¿Sucedió más de una vez?
—Dos veces, las dos veces fue igual.
—¿Fuiste al médico?
—No, yo no conté nada en ese momento.
Hana empezó a cortarse los brazos. Su madre le preguntó muchas veces si le había pasado algo, pero ella lo negaba rotundamente. Su salud mental fue deteriorándose y empezó a escuchar voces, a ver gente y a sentir una paranoia continua. «Pensaba que me iban a venir a buscar», recuerda. En ese momento empezó a desarrollar actitudes violentas, sus calificaciones en el liceo bajaron y comenzaron las internaciones.
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Empezó su tratamiento con un psiquiatra y un psicólogo, pero nunca tuvo la confianza suficiente para contar lo que le había pasado. «No me daban bola», explica con cansancio. Estaba «harta», quería contar lo que le había sucedido, quería pedir ayuda, pero no sintió que hubiera un espacio seguro para eso. «Entre crisis y crisis me di cuenta de que algo le había pasado. Entonces le preguntaba. Fue una conversación de a poquito, le iba sacando información. Cuando terminó de contarlo se desmayó», recuerda su madre.
Las crisis la hicieron dejar los estudios. «Quería que se acabara todo ya», dice Hana. «El centro de salud no me ayudó en nada, yo estaba harta de pedir ayuda y que no me dieran bola», reclama entre lágrimas. A sus médicos, explica, les tenía que repetir las mismas frases una y otra vez: «Estoy en crisis, no puedo respirar, me ahogo y me mareo, veo gente, escucho voces». A veces iba a la emergencia acompañada de su madre, otras veces vivía esas horas de espera en solitario. Pedía, también, que la internaran todo el tiempo.
«Yo rezaba, estaba cansada y cuando alguien se empieza a aislar no se ríe como antes… Tuve una amiga que se suicidó el año pasado y no me di cuenta de que tenía depresión, es una enfermedad terrible, de lo más oscura y silenciosa, la persona puede estar muriéndose por dentro, pero no te lo dice», explica y llora. Recuerda, también, que en la clínica de salud mental de su prestador de salud se vivían situaciones de violencia. «Una funcionaria me dijo: “Vos sos la psiquiátrica y yo la enfermera”.»
Hana intentó suicidarse más de una vez. Cuando tenía 18 años tomó 128 pastillas, que la llevaron al CTI. Allí conoció a un psicólogo que le gustó, que la entendía. Sin embargo, no atendía de forma particular y, por lo tanto, no pudo seguir su tratamiento con él. Se atendió con otra, pero luego de su accidente la abandonó. «No tenía tiempo», dice la madre sobre la profesional. Actualmente no recibe atención psicológica.
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Según narran, su última internación fue de las más traumáticas. La joven llegó a la emergencia descompensada un martes a la tarde y la ingresaron. El jueves de esa misma semana, Hana llamó a su madre para avisarle que tenía el alta. «¿Cómo vas a tener el alta si hace dos días estabas tan mal?», le cuestionó primero a su hija y luego a la doctora. «Si le vas a dar el alta, firmá un papel que diga que te hacés responsable de ella», le exigió, pero la médica contestó que no podía «firmar eso».
Ese día su madre no fue a buscarla porque no quería que la vida de su hija corriera riesgo en su hogar. La guardia médica no se tomó para nada bien esa acción. «La psicóloga me dijo que mi madre no me quería, que no me iba a buscar porque estaba lloviendo, que me había abandonado. Me tuvieron que dar un inyectable porque estaba que las mataba a todas. Quedé palmada. Me hicieron quemarme con mi madre, que no tenía nada que ver», explica Hana. Cuando Hana la increpó el viernes con los argumentos de los médicos, su madre la hizo entrar en razón. La jefa de la guardia intervino. Le cambió la medicación y mejoró. El lunes siguiente su madre fue a buscarla.
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El 27 de octubre de 2023, acudió a la emergencia de su prestador de salud. Fue sola. Recuerda que se levantó llorando y la idea que tenía rondando en su cabeza era tirarse de un puente. Por eso, decidió armar una mochila, no decirle nada a su madre para no preocuparla e ir al hospital. Allí esperó tres horas hasta que la especialista llegó. «Le dije que me quería matar, que sentía voces, que veía sombras. No me dio bola, no me internó ni me mandó nada nuevo», cuenta Hana.
El 3 de noviembre volvió, esa vez acompañada por su madre. Ya manifestaba hacía un tiempo que se iba a tirar de un puente. Ese día volvieron a esperar tres horas en la emergencia. Según cuentan, el médico estaba «dos minutos con cada paciente y todos salían llorando». Ambas le contaron la situación y la prescripción fue 2 miligramos de clonazepam. No alcanzaba. Su madre pidió que la internaran porque su hija se iba a matar. «¿Y usted qué piensa que le dan en la clínica psiquiátrica?», le dijo el médico. No la internó.
Diez días después, Hana pensó de nuevo en la opción de internarse, pero recordó cómo fue tratada las veces anteriores y desistió de ir a la emergencia. Se tiró de un puente de 5 metros de altura. Se quebró la columna en tres partes y quedó parapléjica. Ahora cuenta su historia desde una silla de ruedas con un respirador, bolsa vesical y dolor crónico. No era la primera vez que iba hasta el puente. La semana anterior había intentado saltar, pero un hombre la vio, la frenó e hizo que se tomara un taxi hasta su casa.
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—¿Por qué querés contar tu historia?
—Por lo que pasó con la chica del CASMU [Milagros Chamorro, véase «El laberinto», Brecha, 7-XI-24]. Es una historia terrible que no me animé a leer hasta hace unos días; era previsible, el sistema de salud le falló. La depresión es muy silenciosa y cualquier persona puede padecerla sin que nadie se dé cuenta, lo más mínimo te puede derrumbar. Con solo decir que el año pasado no fui al cumpleaños de mi sobrina porque estaba en coma, o que yo pensaba en quitarme la vida cuando supe que mi hermana estaba embarazada… Yo creía que era la última vez que mi sobrina iba a verme, también mi mamá. Con mi hermana nos llevamos como perro y gato, e igual iba a extrañarla cuando me matara. Hay que dejar esos prejuicios de que los psicólogos y los psiquiatras son para los locos. Los políticos se llenan la boca hablando de salud mental, ¿y qué están haciendo? Me gustaría poder dejar un mensaje para que las personas busquen ayuda. Por algo dios no quiere que me vaya, entonces, tengo que luchar. La depresión es terrible, oscura, silenciosa, te mata por dentro. Lo que me pasó fue culpa de los médicos que me dejaron sola, no me atendieron, no me escucharon. Nadie me escuchó.
- El seudónimo empleado para proteger su identidad fue elegido por la propia joven. ↩︎
La familia de Chamorro inicia acciones contra los agresores y el CASMU
No termina
Milagros Chamorro se ahorcó en un box de internación en un policlínico del CASMU el 25 de octubre. Buscó ayuda médica tres veces esa misma semana y una amiga de ella se comunicó con los médicos de emergencia la noche en la que se quitó la vida, para dar aviso de que la joven estaba descompensada; también les contó su historia: varios intentos de autoeliminación después de haber sido violada por cinco varones cuando tenía 15 años, una causa que en ese momento estaba buscando reabrir.
Ahora, la familia de Chamorro contrató al abogado Santiago Mirande para tomar acciones penales y civiles contra la mutualista y también contra sus agresores. «Estamos analizando la situación; a título personal, puedo decir que a Milagros la mataron durante 14 años», dijo Mirande a Brecha. Asimismo, planteó que «hay que estudiar el tema de la imprescriptibilidad».