La exfiscal Gabriela Fossati, Laura Raffo y un «feminismo sano»: Palabras, palabras - Semanario Brecha
La exfiscal Gabriela Fossati, Laura Raffo y un «feminismo sano»

Palabras, palabras

Gabriela Fossati y Laura Raffo. FEDERICO GUTIÉRREZ

La semana pasada, la exfiscal Gabriela Fossati dio comienzo a su carrera política y se unió a Sumar, un movimiento dentro del Partido Nacional que apoyará la precandidatura a la presidencia de Laura Raffo rumbo a las internas de junio del año próximo. Al hablar con la prensa sobre esa decisión, Fossati aseguró que ella y Raffo practican un «feminismo sano»: «Siempre hablo de ese término porque hay ahora movimientos que yo no siento que me representen, pero sí me declaro feminista en el sentido de siempre pelear junto con los hombres para alcanzar la igualdad de derechos», declaró. Pero la expresión feminismo sano está lejos de tener un significado unívoco: puede dar lugar a una variedad muy grande de interpretaciones. La opción de declarar utilizando términos difíciles de decodificar, sugiriendo filiaciones que quedan a mitad de camino, supone una estrategia comunicacional centrada en la confusión y el uso de discursos ambiguos, como analizamos junto con María José Olivera Mazzini en el especial del 8 de marzo que salió este año en Brecha.1

Lo cierto es que la categoría feminismo sano no tiene fundamentos teóricos: no es utilizada por ninguna de las teóricas o militantes feministas contemporáneas más influyentes (no está en Butler, ni en Federici, ni en Segato, ni en Fraser, ni en Haraway, ni en Davis, ni en Galindo, ni en Guzmán, ni en Carneiro) y tampoco aparece en textos clásicos del Norte o del Sur (ni en De Beauvoir, ni en Woolf, ni en Pardo Bazán, ni en Millet, ni en Beard, ni en Hooks, ni en Maffia, ni en Barrancos, ni en Lugones). A su vez, el uso de un término asociado a la salud resulta, por lo menos, llamativo en un contexto en el que cientos de feministas en todo el mundo cuestionan las violencias de los poderes médicos: por nombrar solo algunas, allí están las compañeras del activismo gordo –que denuncian cómo la medicina discrimina a las personas por su peso y les niega el acceso a tratamientos de calidad–, las que se reconocen víctimas de violencia obstétrica, las que no son escuchadas debido a su situación de discapacidad, entre otros muchos casos. Así que una hipótesis posible es que la expresión feminismo sano, enunciada por esos cuerpos de mujeres blancas, rubias, heterosexuales, madres de familias tradicionales, refiera a la práctica de un feminismo burgués, uno que deja afuera el concepto de interseccionalidad, ese que sí aparece en decenas de textos contemporáneos y que refiere a la necesidad, a la hora de pensar en las desigualdades de género, de explorar cómo influye en los procesos sociales la dinámica existente entre sistemas conectados de opresión: el género, la edad, la clase, la orientación sexual, la racialización. Así que resulta muy probable que, en el análisis de Fossati y en su necesidad de diferenciarse de un feminismo supuestamente «insano», falten conceptualizaciones fundamentales para concebir una verdadera «igualdad de derechos». Y esa demostración de deshonestidad retórica –o de mera ignorancia– resulta grave cuando pensamos en las aspiraciones políticas de la exfiscal, simplemente porque, aunque en sus ambiciones solo entre la representación de las mujeres burguesas, en el ejercicio de cualquier cargo político también representará, de hecho, a las mujeres trabajadoras, amas de casa, pobres, marginadas, violentadas en el seno de sus hogares, de sus barrios, de sus familias.

Es cierto que todas las feministas que hacen política la tienen difícil: las de derecha y las de izquierda. Las mujeres que pretenden ejercer el poder tienen que enfrentarse a un sinnúmero de dificultades causadas por los procedimientos patriarcales –económicos, culturales, personales y políticos– que se llevan a cabo dentro de la sociedad, y que operan de diferentes maneras para asegurar la sumisión (¿sana?) de sus cuerpos y sus mentes. Por eso, resulta interesante recordar que hay ciertos procesos verdaderamente importantes que vienen sucediendo dentro del Partido Nacional y de la coalición y que han servido, justamente, para sanearlos –al partido y al gobierno–: es el caso de Romina Celeste, que denunció al exsenador Gustavo Penadés, y el de Carolina Ache, que se hartó de ser el chivo expiatorio de una trama muy compleja de corrupción e hizo valientes declaraciones que terminaron derivando en las renuncias del ministro del Interior, Luis Alberto Heber, del subsecretario Guillermo Maciel y del asesor en comunicación y estrategia presidencial Roberto Lafluf. Estos procesos, tan comprobadamente sanos, de develación y de finalización del ocultamiento histórico de las atrocidades que cometen ciertos varones, ¿estarán vinculados a la influencia cultural de los feminismos, a la concepción de que ya no estamos dispuestas a hacernos cargo de asumir responsabilidades que no son nuestras para servir, calladitas, como mero condimento para el caldo del poder? Es muy probable. Ojalá Raffo y Fossati sean capaces de leer la realidad que las circunda y, como algunas de sus propias compañeras, incorporen la concepción de que para cambiar las condiciones de vida de las personas dentro del patriarcado, a veces no es tan sano «pelear junto con los hombres». Algunos tienen los méritos suficientes como para que sea necesario pelear contra ellos.

1. Véase «Retóricas de la violencia», Brecha, 10-III-23.

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