Mala, nuevo álbum de Carmen Sánchez Viamonte: Paren el ruido del dolor - Semanario Brecha
Discos. Mala, nuevo álbum de Carmen Sánchez Viamonte

Paren el ruido del dolor

A Fabi Cantilo también le pasó, pero al revés. Era 1985 y, producida por su pareja, un tal Fito Páez, quería grabar un primer disco solista orientado al folclore. La leyenda cuenta que apareció en escena el jefe –Charly García–, revoleó a Páez, aportó canciones y dijo: «El disco es este». Y Fabi grabó ese, Detectives, el disco que no quería.

Carmen Sánchez Viamonte (CSV), en cambio, sí arrancó su carrera solista con color local: folclore argentino, canción de autor, música uruguaya (cortesía de su madre, que cruzó el charco con destino La Plata hace casi medio siglo). Pero ella escuchaba sus primeros discos y algo le picaba en el oído. Entre Episodios del deshielo (2018, el debut sola luego del EP de su banda escolar La Nena Transformer) y La fuerza (2022), pasó casi un lustro y cayó la ficha. Aquella niña que disfrutaba de imitar a Jagger en su casa quería, además, el remate del chiste: cantar con una banda de rock de fondo. Pulsar una guitarra eléctrica. Pasó de versionar a Liliana Felipe y Piero al «A quién le importa» de Alaska y Dinarama.

Pero Felipe le dejó una pista boyando a la nueva Carmen. La platense había grabado una canción a la que le robó el nombre para su nuevo disco: «Mala». Aquella rubia que cantaba suavecito (Sánchez Viamonte dixit sobre sí misma) encontró el punto: había que decir las cosas con desparpajo, exponerse hasta el caracú y no dejarse matar por la timidez como Emanuel Ortega. Si en aquellos discos iniciáticos (Eva, 2019, fue el segundo; en medio de todo estuvo la segunda experiencia grupal con La Sánchez Viamonte) sintió que respondía a deseos ajenos, ahora iba a cantar todo lo que tenía atragantado. El grito le salió más fuerte que a Munch.

Mala, publicado en octubre de 2023, se erige como una continuidad natural de La fuerza, algo así como su realidad aumentada. El resultado es más salvaje, incluso con un audio más pulido y rico en detalles. Al fin, la cantora encontró en su voz ese rock que antes solo bailaba. El hechizo empieza ahí, en su notable capacidad interpretativa, en su grano aterciopelado, afectado por momentos, ahora al punto justo de ebullición (o pasado un poco) cuando la situación amerita. Y en Mala, de un disco salieron dos, como pasó con el Motomami de Rosalía (a la versión con tres canciones extra se le espetó un Malísima).

Carmen decidió jugar a ser mala porque le repitieron demasiado que lo era. Y la hicieron calentar. Despachó una obra que provoca y cautiva. Un racimo de relaciones inconclusas, ansiedad, traiciones, fotos escondidas, amigas que avisan que por ahí no era. Llanto, sí, pero vómito también. Sientan la furia de «Piso 5», en la que la banda realiza una performance eléctrica análoga a la náusea de un beso final que resulta asqueroso y termina en expulsión forzada. Carmen efectivamente hace lo suyo (lanzar todo) y la guitarra se entrecorta al punto de parecer un pifie. Como el fade out escandaloso de «Que no se entere nadie»; o el «dejalo, dejalo, dejalo» que musita justo antes de revolear mierda entre florituras de saxo en «TSJ» (como profundización del modelo de La fuerza, Mala bien podría haberse titulado La ira). Decisiones deliberadas de producción, ampulosas pero necesarias. Para todo lo demás, existe Conociendo Rusia. Chorrearás intensidad o no chorrearás nada.

Las caras del díptico se miran entre sí. «Electricidad» es una hermana menor de «Última fuerza». Las canciones delimitan una geografía precisa (locaciones platenses, aunque también haya menciones al sur de Argentina y la costa atlántica) y un universo que se nutre del cine (de Tienes un e-mail pasamos a Hayao Miyazaki en el bonus «Haku», en el que Carmen encarna al dragón de El viaje de Chihiro), la mitología griega (de la representación de Hécate en una portada a Cronos y Escila) y el rock and roll yanqui (la cita al «Don’t Wanna Fight», de Alabama Shakes).

A pesar de que en «Ya sabré» juega a la Evil Palito («No tengo fe») y en «Mad Max» canta «silencio» con una pesadumbre que revierte el significado mismo del término (todo tensa en esa e estirada, escuchen: esa mujer no quiere callarse más ni que el resto calle), sobre el cierre CSV entrega revelaciones. «Piñas al aire» parece un punkito despechado y no mucho más, pero en sus últimos versos yace el plot twist. Pasa de narrar en primera persona del singular a un plural de trinchera: «Ya me cansé de vivir esta historia/ Quieren venir a reventarlo todo/ No los dejaremos».

«Duelo-Ha llegado el amor» es el tema con mayor desarrollo armónico del disco, y nada menos que su cierre. Carmen ve la luz del día: «Paren el ruido del dolor, ha llegado el amor». Su voz hace la ofrenda final y se eleva al cenit. ¿Hasta dónde llegará? Desde acá escucho a Buzz Lightyear.

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