Pasado todo el humo en torno al tema de la exministra Cecilia Cairo y los hechos que derivaron en su renuncia, se pueden ver las cosas con un poco más de claridad y es imprescindible realizar análisis o lecturas más finas que no respondan al grito al voleo o al gesto demagogo para la tribuna de los medios o las redes.
En relación con el hecho, salvo matices, las posiciones parecen estar bastante de acuerdo. La visión popular oscila en un estrecho margen entre quienes dicen que se equivocó y puede pasar y quienes dicen que le erró feo y es inaceptable. Lo que a casi nadie pareció llamarle demasiado la atención fue el clamor popular inmediato de militantes e integrantes de su fuerza política que pusieron el grito en el cielo porque era absolutamente inaceptable que la ministra no estuviera al día con las obligaciones legales de su vivienda. Prácticamente, a nadie le pareció raro ni le hizo ruido.
Históricamente, las izquierdas, o, si se quiere, los sectores más radicales de la izquierda, que también forman el Frente Amplio (FA), tuvieron una relación crítica, sin concesiones, con la forma en la que el sistema, amparado en las instituciones y el laberinto de lo legal, muchas veces se transformaba en un instrumento de opresión para los más débiles, que impedía el goce pleno de derechos básicos, como la vivienda, la salud, el trabajo, la vida. Ser de izquierda también era abogar por la reforma agraria, la expropiación de tierras y de viviendas, la ocupación, entre otras medidas, por más que muchas veces fueran en contra de la legalidad del sistema dominante. Porque, justamente, se trataba de eso, de un sistema dominante que había que combatir.
Ver, más de 50 años después de su fundación, a militantes del FA, no a unos pocos sueltos, a casi todos, linchar a una ministra por no haber declarado las mejoras de la casa, y que a nadie le preocupe el contexto o las causas de una irregularidad cada vez más creciente, es preocupante y marca el giro al centro que desde hace décadas emprendió la izquierda en Uruguay y en otros países. Es necesario aclarar que la ministra Cairo, quien fue diputada anteriormente y ocupó otras responsabilidades en la administración pública, no forma parte del círculo de los más oprimidos o relegados, pero ese no es el punto, porque no me estoy refiriendo a lo que hizo o dejó de hacer la ministra Cairo, sino a las reacciones y los discursos que eso generó.
Nadie salió a decir que sí, que la ministra era una más de las tantas personas de los barrios populares que no pudieron regularizar porque hay un preocupante problema generalizado de vivienda en Uruguay y que, por más que les duela a varios, mientras estos problemas persistan, en lugar de condenar a los irregulares habría que promover esa irregularidad. Sí. Suena descabellado hoy, pero no siempre fue así. Supo existir una izquierda que primero priorizó que las clases populares (repito, no hablo de Cairo) gozaran de sus derechos humanos básicos, y después se veía si estaban en regla con el sistema o no. Pero hoy nos encontramos con la enorme mayoría de los militantes de izquierda defendiendo la regularización por sobre todo, sin considerar el estado actual de esa regularización a nivel general en el país, desde cierto pedestal moral e intelectual y, lo que es peor, desde el electoralismo.
Sabido es que el electoralismo, es decir, la visión del triunfo electoral como único objetivo y como guía que configura programas, ideas y prácticas por encima de cualquier otra motivación, vino también con esta reciente tendencia de las izquierdas de correrse hacia el centro, volverse más pragmáticas y plasmar eso que Nancy Fraser llama neoliberalismo progresista y que, por supuesto, también afectó al FA.
Tampoco nadie puede desconocer que el programa que elabora la fuerza política es para gobernar y que solo es posible llevarlo a cabo si se logra el triunfo electoral cada cinco años. En definitiva, muchas veces es mejor el peor de los nuestros que cualquier gobierno de derecha. Pero la izquierda, históricamente, ha podido alternar o hacer convivir el electoralismo con sus reivindicaciones más fundantes y esenciales. A fin de cuentas, querer ganar, pero no dejar nunca de ser de izquierda. O, por qué no, poder ser de izquierda perteneciendo, pero teniendo una participación crítica con el partido.
Desde hace unos años, todo parece haberse volcado hacia un lado de la balanza, y ese desequilibrio fue la mejor noticia para la derecha, que utiliza este miedo de la izquierda a no ser votada, a no ganar votantes, para marcar una y otra vez la agenda y hacer que el FA (partido y militantes) actúe y diga lo que la derecha quiere. Así, la derecha, que en sus últimos gobiernos ha generado innumerables casos de corrupción, redes ilícitas vinculadas a la trata y al narcotráfico y entrega de patrimonio nacional a manos extranjeras descaradamente, logró inocularle a toda la masa frenteamplista que lo de Sendic comprando cosas con la tarjeta corporativa, un director de Colonización que es colono o Cairo debiendo aportes por su vivienda son casos gravísimos que merecen no solo la expulsión, sino el escarnio y el linchamiento públicos.
Por supuesto que la solución no es ser como ellos, ni siquiera permitir que se hagan mal las cosas porque ellos también las hacen, pero, por lo pronto, intentar que si ahora está gobernando un partido de izquierda, con un programa propio, prioridades y un rumbo, que la discusión, al menos en lo interno, se dé por esos carriles, valores, criterios y programa, y no actuar al grito, mucho menos al grito de dos o tres tirabombas de la derecha, atrincherados en las redes y en los medios hegemónicos.
En lugar de horrorizarse en masa como la derecha manda, deberíamos encontrar una voz disidente y lúcida en medio del linchamiento que diga, por ejemplo, que, más que condenar a quien no paga contribución, ocupa un terreno de forma ilegal o no declara sus reformas, mientras siga en pie esta burocracia selectiva que en el fondo solo oprime a quienes menos tienen, está perfecto que la gente ocupe ilegalmente, no pague lo que debe ni se someta al aparato de contralor de un sistema viciado. Como supimos plantear alguna vez, cuando fuimos más de izquierda, que si el país estaba fundido y la gente la pasaba mal, no había que pagar la deuda externa.
De ahí a que lo haga el gobierno es otra cosa, pero es fundamental que como militantes estos pensamientos no se expulsen del terreno de lo posible. O, por qué no, indignarnos, si es que no podemos contener el deseo irrefrenable de indignarnos por algo, con el Ministerio de Vivienda frenteamplista, sí, pero no porque la ministra deba plata y eso pueda complicar el triunfo en la próxima elección, sino por las gestiones ministeriales que en los tres gobiernos del FA han legitimado la especulación inmobiliaria, el lavado y la gentrificación, con ese programa neoliberal y extractivista de la ley de acceso a la vivienda de interés social, que posibilitaba más ganancias a las constructoras y especulación que acceso real a la vivienda y que parece no ofender a los ofendidos de siempre.
Es probable que estemos equivocándonos de camino, más allá de que no hay forma de saberlo ahora. En momentos en que el mundo se está volcando a posiciones conservadoras y, en algunos casos, peligrosamente de derecha, los partidos de izquierda no deberían plegarse a este viraje al centro, ni en las acciones ni en la mentalidad, incluso si eso termina jugando en contra electoralmente. Ante la inclinación del mundo a la derecha, la izquierda debe proponer más izquierda, aflojarle un poco al pragmatismo (que la mayoría de las veces es una postura neoliberal) y no olvidar los viejos principios, pero pensando de qué forma hay que ser de izquierda hoy en día.
Y eso también incluye no ponerse del lado del poder, por más que el poder lo tengamos nosotros, y no dejar que la derecha nos maneje las mentes, los discursos y las acciones y nos transforme en fascistas horrorizados que dan lecciones de moral y ética frente a una pantalla, y pensar mejor en construir, como dice Lilián Celiberti, «desde prácticas políticas que se dan en múltiples espacios y con múltiples acciones de subversión en lo íntimo, lo privado y lo público, y que hacen de la acción política para la transformación social una transformación cotidiana de las relaciones de poder. Eso sí es izquierda».1
- Lilián Celiberti, «Izquierda, ¿con respecto a qué?», en Rescatar la esperanza. Más allá del neoliberalismo y el progresismo. Barcelona, Entrepueblos, 2016. ↩︎