Con Laura Fernández Cordero, sobre anarquismo y libertad sexual - Semanario Brecha
Con Laura Fernández Cordero, sobre anarquismo y libertad sexual

Pioneros de otro amor

La socióloga e investigadora argentina presentó su libro,1 en el que recupera las experiencias de personas que, en pos de la revolución social, plantearon hace más de un siglo nuevas formas de vivir la intimidad y el erotismo, que desafiaban las normativas impuestas por el Estado y la Iglesia. La autora dialogó con Brecha sobre su trabajo, sus implicancias en el presente, el lugar de la prensa en los proyectos de emancipación, la continuidad de la lucha feminista.

Laura Fernández en entrevista con Brecha_Foto: Magdalena Gutiérrez

—Este Congreso reúne académicos y militantes, vos sos académica ¿también te definís anarquista?

—No, yo soy feminista. Políticamente, pertenezco a la gran familia de las izquierdas y mi horizonte es un socialismo libertario. Pero no soy una activista anarquista en mi vida personal; soy más una feminista que simpatiza, acompaña y celebra la tradición anarquista.

—¿Qué diferencia hay, para el congreso, entre pensarse como un espacio anarquista o como un espacio de investigación anarquista?

—La academia y el activismo no son lugares separados, que no puedan dialogar, pero sí tienen distintos registros de escritura y lectura. Tampoco creo que la academia deba dejarse arrasar por los movimientos sociales: lo interesante es el intercambio. La militancia y el activismo de izquierdas no pueden desconocer la escritura, la lectura, porque forma parte de su tradición y porque constituye riqueza. Este congreso lo pienso como un espacio académico en el que la cuestión académica no está cerrada en sí misma. Pero, a la vez, que la universidad se ocupe de estos saberes y tradiciones es un gesto político.

—¿Hay, hoy día, espacios de debate para el anarquismo obrero, popular, activista, o los espacios de debate y de palabra se dan sólo dentro de los espacios académicos?

—La relación del anarquismo con el movimiento obrero no es la misma que tuvo a principios del siglo XX, cuando fue más fuerte. Sin embargo, hay cantidad de grupos que se reconocen anarquistas; circula la palabra, la producción de saberes. En las ferias de libros anarquistas es impresionante la producción que hay: claramente la universidad no es el único lugar donde se produce conocimiento. Sí se produce una palabra que se considera a sí misma una palabra de autoridad.

—¿Qué tenía el anarquismo, como propuesta política, que abría la posibilidad para pensar lo sexual?

—Muchos movimientos emancipatorios han tratado de pensar el cuerpo, la sexualidad, el lugar de las mujeres, el protagonismo de los hombres. El anarquismo quizás tiene como característica la posibilidad de hacer circular la palabra permanentemente; esto de no recurrir a citas de autoridad o a referencias. Si bien hay algunos nombres célebres, también está la idea de que cualquiera que pueda leer la palabra anarquista, tomar contacto con la idea anarquista –que básicamente es la lucha contra todo tipo de opresión y el rechazo total de la autoridad del Estado, el antimilitarismo, el anticlericalismo–, puede opinar, y su palabra tiene valor. Desde el comienzo del anarquismo existe la idea de que existe la opresión sexual. Frente a eso que hoy llamamos “opresión de género”, ellos hablaban de la subordinación de la mujer, de la necesidad de emanciparla, y ese ideario lo comparten varones y mujeres. No es verdad que solamente las mujeres vienen a traer esas ideas; lo que es cierto es que ellas, con su palabra en primera persona, vienen a poner en problemas ese ideario, que parecía muy fácil de llevar adelante, pero que después, en la práctica, tenía muchas fisuras. Los compañeros tenían problemas para aceptar la libertad femenina. Para las propias compañeras era difícil pensarse como sujetas libres en medio de un contexto de poco acceso a los métodos anticonceptivos, de falta de educación, donde apenas podían leer y escribir. Pero igual encontraban formas de hacer circular su palabra, habilitada por el propio debate que se daba en los muchos periódicos que se hacían, tanto en Buenos Aires como en Montevideo o Rosario. Esa polifonía hizo que esos temas, que estaban en el ideario, se pusieran en debate permanentemente y su discusión formara parte de una ética personal. El anarquismo proponía una ética para la propia vida, que implicaba pensarse en cada una de las acciones que las personas llevaban a cabo. La sexualidad, el mundo afectivo y el hogar fueron tempranamente politizados: identificaron muy rápido que allí existían poderes, opresiones y resistencias.

—En el debate que se da en la prensa no hay, entonces, voces únicas o más autorizadas que otras.

—Por momentos hay voces hegemónicas, un periódico domina más que otro, hay disputas entre grupos, a veces los consensos se quiebran, pero siempre está habilitada la posibilidad de impugnar. En el debate sobre el amor libre alguien tiraba una idea y enseguida respondía alguien más, y así. Quienes editaban los periódicos abrían, mediante diferentes estrategias, la posibilidad a nuevas voces para que entraran en el debate.

—¿En qué formas textuales aparecían esas voces?

—Una manera eran las clásicas cartas de lectores y lectoras, que nunca sabremos si eran de verdad de los lectores o formas que tenían los propios periódicos para decir ciertas cosas. Había un espacio que se llamaba “Tribuna abierta”, para que todo el mundo mandara opiniones. Hacían encuestas; decían: “Aquí está tal tema, debatámoslo”; proponían certámenes; tenían colaboradores que mandaban notas. Como los periódicos estaban hechos y sostenidos económicamente por el colectivo, las personas se sentían con el derecho de que el periódico las publicara. Hay otra forma textual, muy hermosa, que son las suscripciones voluntarias: alguien ponía muy poco dinero –la colaboración mínima– y aportaba una frasecita. Hay muchas muy lindas: uno que cuenta que capó a un fraile, una que dice que odia a los milicos, otros ponen: “¡Viva la anarquía!”, otros aprovechan e insultan a alguien. De ahí sale “ni dios, ni patrón, ni marido”.

—Qué interesante el trabajo de editar un cuerpo textual que puede pensarse como “voz del pueblo”. Hoy, con las redes, sería impensable: las voces están desperdigadas por completo.

—Claro, y también es interesante pensar en las personas que guardaron estos periódicos, que son los grandes responsables de que hayan llegado hasta nosotros. Son personas que supieron desde muy temprano que tenían que guardarlos, sobre todo en agrupaciones políticas muy perseguidas, formadas por personas que viajaban mucho, que eran deportadas, que sufrían la cárcel. Era muy difícil armar archivos en sectores populares –no había mansiones familiares ni grandes espacios–; sin embargo, hubo personas que se ocuparon de armar su propio archivo, y después eso pasó a grupos militantes que lo sostuvieron o a instituciones que pudieron conservarlo.

—¿Cuáles eran los saberes sobre sexualidad a los que llegó el debate anarquista?

—Hacían una crítica muy fuerte al matrimonio tradicional. Apostaban por uniones basadas en el afecto mutuo, en la libre elección. Había un gran debate entre los conceptos de amor libre y unión libre. Se preguntaban si la forma más aceptada iba a ser una unión libre –una monogamia sucesiva que no pasara ni por la Iglesia ni por el registro civil– o directamente amores libres, múltiples, contemporáneos, con varias personas que integraran tríos o cuartetos. Por eso había que emancipar a las mujeres: porque sin compañeras libres es imposible llevar adelante una unión libre. Las compañeras no lo eran. Y ahí empezaron los problemas, porque no lo eran en muchos ámbitos y tampoco en el hogar, incluso si ese hogar era anarquista –esto dicho por varones y mujeres–. De todas maneras, las mujeres se pensaban y eran pensadas, siempre, en un marco de fuerte maternalismo. Quizás ese sea el consenso más fuerte que tienen: las mujeres son madres. A pesar de que esa maternidad debe ser consciente, elegida, las mujeres son madres, y eso no se discute. Ellas valoran mucho esa posición y se sienten un baluarte de la posibilidad de crear nuevos y nuevas revolucionarias. Otro consenso fuerte tiene que ver con separar procreación de goce: tenemos derecho al placer, y eso no tiene que ver con reproducirnos.

—Eso es transgresor todavía hoy.

—En los límites de esos pensamientos estaba la desestabilización del parentesco, porque si una mujer tenía relaciones con varios hombres, la paternidad no estaba asegurada –no existía la prueba de Adn–. Otro límite es la heteronormatividad, porque es muy difícil que, en estos discursos públicos –obviamente, las prácticas siempre existieron–, los anarquistas se pensaran fuera de ese marco. La discusión sobre la homosexualidad masculina es marginal; incluso, esa condición es utilizada, a veces, como un insulto.

—¿Y la homosexualidad femenina?

—Es casi invisible. Tampoco tenemos para este momento un sujeto político del orgullo homosexual. Se estaba creando. Pero el anarquismo fue muy importante como vehiculizador de los saberes modernos sobre la sexualidad. A veces, en un contexto en el que se cruzaba con discursos eugenésicos. Ese corte de poder pensar, en términos de salud, qué es lo mejor para las poblaciones: eso también está en el discurso anarquista.

—¿Cuál es la importancia de recuperar estos saberes para las luchas del presente?

—Nos amplía los saberes disponibles, nos ahorra el trabajo de repetir errores –aunque los vamos a repetir igual–, nos muestra los problemas con los que estos movimientos se encontraron, nos da perspectiva crítica, nos saca del puro presente y, para no ser tan utilitarista, también es un gusto conocer esos otros lenguajes y vislumbrar la sedimentación de una cantidad de saberes que llegan hasta hoy. La historia nos enfrenta al hecho de que no controlamos al lenguaje, sino que este nos controla. Nacemos en un mundo que ya está hablado y venimos a decir algo nuevo pero no tan nuevo, porque hay una masa previa que nos atraviesa.

—¿Cuál es el rol que puede cumplir la prensa hoy, de acuerdo con ese linaje?

—La cultura de izquierda y la prensa escrita son indisociables. La izquierda se piensa con la prensa y piensa la prensa como una herramienta de intervención. Hoy en día, todavía hay personas y proyectos periodísticos que siguen encarnando los objetivos de compromiso político y con la información, que piensan en cómo disputar espacios en tiempos de una Internet que multiplica y, supuestamente, democratiza las voces, pero que también aplana las diferencias que existen entre esas voces. De todos modos, la prensa de fines del siglo XIX y principios del XX era más doctrinaria, más didáctica. Compartían el saber con la idea de que, al leer un periódico anarquista, las personas se convertirían al anarquismo; pensaban la prensa como un mecanismo de conversión. En mi libro hay un ejemplo: un relato en el que están en una huelga, y Adrián Patroni, que era un líder del protosocialismo, ve a las obreras con un número de La voz de la mujer, y entonces “aconsejolas que la rompiesen”. Porque esa hojita tenía un gran poder, un poder transformador, sobre todo en ese momento, en que apenas podían leer y escribir. 

1.      Amor y anarquismo. Experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual. Siglo Veintiuno, 2019.

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