El FA saliendo de la dictadura fue madurando un proyecto de país que quedará globalmente conformado en el correr de los años noventa, experimentando a nivel del departamento de Montevideo una nueva forma de gobernar. Una que diera comienzo de ejecución a nivel nacional en 2005. Un proyecto de país muy diferente a las definiciones programáticas de 1971. El proyecto finalmente acuñado no cuestiona la vigencia del capitalismo en Uruguay, aunque lo encuadra en un conjunto de estrategias muy diferentes a las hegemónicas y con la posibilidad de sentar las bases para una realidad más allá del capitalismo.
Un concepto de desarrollo sustentable y nacional, un compromiso con la integración latinoamericana, una institucionalidad sostenida en la vigencia y desarrollo de los derechos humanos, la igualdad de oportunidades para todos, un Estado interventor y rector con presencia creciente y en ocasiones monopólica en lugares estratégicos, la búsqueda de un proyecto cultural y educativo diferente, la democracia como un factor central e ineludible de la vida política del país. Son estos algunos de los principales componentes del proyecto frenteamplista. Como puede apreciarse, es claramente diferente a lo que fuera la propuesta de 1971, ¿es ello claudicación?, ¿es un posibilismo reformista? Sin perjuicio de que ello es una discusión en profundidad que se deben los frenteamplistas, entendemos que, en lo fundamental, los cambios en el proyecto de país diseñados y puestos en práctica fueron un enorme acierto en cuanto a comprender el desempeño de nuestro país en el nuevo contexto regional y mundial. Un intento relativamente logrado por reinventar un rumbo hacia una sociedad más justa, más solidaria y con un fuerte desarrollo sustentable de sus fuerzas productivas.
Por su parte, los partidos tradicionales –al igual que la mayoría de la derecha conservadora regional y mundial– no lograron salir de su proyecto neoliberal, el que para mediados y fines de los años noventa ya mostraba (sobre todo en América Latina) efectos políticos, económicos y sociales desastrosos. Su único saldo positivo se expresó en la recuperación de la tasa de ganancia de los intereses dominantes, acompañada de una concentración y centralización del capital como nunca antes había ocurrido, con fuertes incrementos en la desigualdad social. No obstante la aparición de sectores socialmente no propietarios significativos, que fueron beneficiados por estos cambios, en el conjunto la desigualdad se reinstaló con características similares al inicio del siglo XX (Thomas Piketty).1
Este ha sido el triste escenario protagonizado por blancos y colorados en nuestro país, los que no logran salir de un discurso balbuceante que conjuga insultos, denuncias de hechos concretos (reales o inventados), y en ocasiones se apoyan en las recetas neoliberales: obsesión por las dimensiones del Estado, sistemático rechazo de la legislación laboral y el reconocimiento de los derechos laborales, obsesión por el gasto fiscal, incomprensión de la idea de soberanía en la política económica, manifestada por ejemplo en la indiferencia y desdén sobre la reconversión de la matriz energética, en la indiferencia por el desarrollo científico y tecnológico, y recientemente en un discurso que apela a la sustitución de la política por la gestión y la administración.
El proyecto frenteamplista reafirma su vigencia básicamente en lo referido a la estrategia para un desarrollo de las fuerzas productivas. Es por ello que difícilmente se avizore en el país en los años próximos una crisis de magnitud. Los problemas se ubican en otros ámbitos.
Los logros económicos y sociales obtenidos (aún insuficientes) no han sido acompañados de un proyecto cultural francamente diferente y diferenciable con el proyecto cultural del capitalismo, con su epicentro en el consumismo irrefrenable, la falta de solidaridad y el individualismo a ultranza.
Ello en muy buena medida ocurre porque ha estado faltando el actor responsable de encarar esta propuesta de cambio cultural, que es el propio FA. La fuerza política no solamente apoyando la gestión de gobierno, sino actuando en el seno de la sociedad con una prédica de cambios sociales y culturales en la construcción de una subjetividad diferente.
La ausencia de esta perspectiva ha debilitado la relación del FA con la sociedad y por la vía de los hechos ha terminado centrando su actividad fundamental en la operativa electoral. Se observa cómo el impulso desde el gobierno, poniendo en práctica los distintos compromisos programáticos, con frecuencia no encuentra eco en la sociedad, que simplemente los toma sin mucha conciencia de su significación.
En la subjetividad de la gente, expresada en los imaginarios reinantes, permanecen instalados los valores de una forma de vida y una idea de sociedad contradictorias con las ideas de justicia y fraternidad del programa frenteamplista. El discurso de Pepe Mujica fue una de las pocas excepciones de un actor trabajando la idea de redefinir el proyecto de vida. Lamentablemente ello no llegó a las estructuras de la fuerza política y menos a su prédica.
La continuidad inercial de la realidad actual indefectiblemente conduce a un desplazamiento del FA. Lo ocurrido en algunos departamentos, como en el caso de Maldonado o Artigas, es demostrativo de cómo actores de la derecha desprestigiados y sin alternativas claras pueden terminar desplazando a gobiernos frenteamplistas con importantes realizaciones concretadas.
Por todo ello, el futuro se juega en la capacidad de reformular un proyecto de vida expresado en clave uruguaya, que continúe socavando las esencias económicas, sociales y culturales del capitalismo. Para ello es fundamental un FA que se redefina, que recupere una relación molecular con toda la sociedad, que sepa reconocer los grandes cambios sociales y culturales ocurridos, y que en lo fundamental sepa incorporar con vigor y energía a las nuevas generaciones que serán las encargadas de concebir el Uruguay justo y solidario del siglo XXI.
Se trata de instalar en el FA un clima fermental de creación política y moral con adecuadas usinas del conocimiento, múltiples instancias de debate e intercambio a partir de las nuevas técnicas de información y comunicación, y un decidido espíritu de búsqueda y encuentro entre todos aquellos a quienes les conmueve y están dispuestos a construir un mundo mejor.
* Sociólogo
1. El capital en el siglo XXI. T. Piketty, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.