Le sugerí consultar a Atilio Rapat, ese gran maestro, uno de los olvidados de nuestra tierra cultural. Se sabe que el Alfredo sentado y guitarra en mano se mudaría a la figura del cantor de pie acompañado por diferentes y valiosos grupos de guitarristas. Creo que aquel fue nuestro primer encuentro.
Más tarde, en Cuba, ambos integramos la delegación de diez músicos uruguayos al Encuentro de la Canción Protesta, como lo llamaron los cubanos, en julio de 1967. Todos volvimos con la conciencia muy despierta a un Uruguay desvelado en luchas y conflictos sociales. Junto a la labor pionera de un Carlos Molina o un Aníbal Sampayo, con Los Olimareños, Marcos Velásquez, entre varios de los que retornamos de aquel evento, la canción popular uruguaya siguió creciendo. En aquel mar de cantos había franjas diferentes en la bandera de la izquierda, no éramos fotocopias, pero siempre hubo un respeto básico entre nosotros. Y entre Alfredo y yo.
En el encuentro de nuestros quehaceres recuerdo que lo entrevisté, después de ciertas dificultades para lograrlo, para el semanario Marcha, en un artículo que titulé “Zitarrosa de verdad”. Por su parte, él grabó una de las canciones que compuse junto a Juan Capagorry, “Milico’e pueblo”. Nos cruzamos en algunos actos y festivales de la época, como en Uruguay Canta, en el teatro Odeón, donde Alfredo presentó su “Milonga cañera”. Pero fue más tarde, en medio del exilio, cuando nos sentimos más cerca. Eso ocurrió en un momento muy dramático de su vida, en La Habana, durante el Festival de Varadero de 1982, cuando le di mi apoyo en una fuerte crisis personal suya. Viajé desde Varadero a visitarlo en La Habana, donde nos estrechamos en un abrazo muy lleno de emoción. Al día siguiente invité a Serrat a que fuéramos juntos a verlo. Alfredo estaba sentado leyendo Granma.
La máquina de olvidar, en nuestro país, no descansa. También en el campo cultural y en el específicamente musical. Sin embargo Alfredo, por esa síntesis entre su valor artístico y las características propias de su historia personal, está guardado en la memoria popular más que otros ausentes. Pero si encendemos la máquina de recordar y si pensamos en él vivo, en sus últimos años, se sabe que la vida no le fue fácil. No abundaba el trabajo, escaseaban los contratos. Después del emocionante recibimiento cuando su retorno, en medio del reencuentro con nuestro pueblo, más tarde ya con el gobierno de Sanguinetti, no era un tiempo de rosas, tampoco para Zitarrosa.
Cuando con la editorial Trilce decidió publicar su libro Por si el recuerdo, telefoneaba muchas veces a casa, donde estaba funcionando la editora en esa época, preocupado y muy pendiente de aquella edición. Con muchas preguntas, dudas, ansiedades. Creo que en este cumpleaños virtual se pueden imaginar justamente algunas respuestas demoradas que no le llegaron a él en vida. Cuando la muerte le quita la existencia a ciertos seres, es como que los refunda, los reparte, como en puñaditos de tierra. Yo creo que este acto masivo tiene algo de eso, algo de multiplicar la semilla. Y también nos hace pensar que Alfredo no olvidaría a otras voces compañeras ausentes como Molina, Sampayo, Carbajal, Darnauchans, Lazaroff, entre varios otros hermanos de canto que nos faltan.
Ojalá, además del tributo que tanto merece recibir Zitarrosa, este evento del 10 de marzo abra camino a otras navegaciones en recuperación de la memoria de quienes, por soñar un mundo más justo, ya no están. Porque también en ese campo, al que este gran cantor fue siempre sensible, el recuerdo siembra.