Presencias (no) menores - Semanario Brecha

Presencias (no) menores

Infancias y libertades.

“Apenas, apenas,

estira que estira,

medimos un metro

del cuello hasta el pie”1

Es muy común escuchar historias sobre los tablados del ayer, sobre el Carnaval “de antes”. Cuando se entrevista a quienes participan o participaron activamente de un espectáculo de carnaval (artistas, técnicos) y se les pregunta sobre sus primeros recuerdos dentro de un tablado, esas experiencias de infancia surgen instantáneamente. Y allí aparecen, en general, felices remembranzas que se parecen bastante a la libertad. Incluso cuando se trataba de tardes o noches durante la dictadura, y a sabiendas de la institucionalizada censura –dirigida particularmente hacia algunas murgas–, el tablado funcionaba como un campo magnético protector. Hoy, es cierto que las reglas tácitas y las legales, apegadas al control del cuerpo y el sentido de “seguridad”, tal vez sean mayores a las de aquellos tablados o a las que existían a principios del siglo XX. Pero, a su vez, también es cierto que adentro de casi cualquier tablado (algunos “tablados” no son tablados) sigue habiendo una suerte de aceptación de la aventura infantil, como si la investigación del espacio y su dinámica fuera parte, de modo tácito, del entendimiento compartido sobre cómo se habita y se convive en los escenarios populares.

Como padre espectador, confío en el encuadre que da el tablado para el autocuidado del niño, que por supuesto nace de su propia confianza con el entorno humano y físico. Como padre integrante de un conjunto que llega al tablado, lo mismo, con la sumatoria del cuidado colectivo que ejerce, en este caso, la murga. Esa lógica no existe en muchos lugares donde el espacio se comparte con otros desconocidos, y estimo que sucede de ese modo porque el Carnaval de tablado es un territorio lúdico por excelencia. Vaya obviedad: si hay algo que les gusta a los niños, es jugar. En el libro Cazacurioso, sobre los juegos tradicionales en Uruguay, Matías Castro y Roxana Fernández –sus autores– citan a Tizuko Morchida, japonesa experta en el juego: “Considerando parte de la cultura popular, el juego tradicional guarda la producción espiritual de un pueblo en cierto período histórico. Esa cultura no es oficial, se desarrolla especialmente de modo oral, no queda cristalizada. Está siempre en transformación, incorporando creaciones anónimas de generaciones que se van sucediendo”.2 Sucede en ciertos nichos, pero la cultura popular sigue existiendo y resistiendo; el juego en libertad de los niños, en el tablado, es uno de sus bastiones. Está tanto en la libertad de divertirse jugando con quienes están en el escenario, o por subir, como en la libertad de aburrirse de ellos e inventar otro juego que no los contemple. Invito a un ejercicio: al llegar a un tablado miren la cantidad de niños y niñas presentes. Esa información será determinante para entender el pulso y la intensidad de la noche. A mayor número, mayor calor. Un tablado sólo con adultos es de las cosas más estáticas y desalmadas del mundo. Los niños y las niñas dicen tanto con las miradas como con las palabras, se asombran con los colores y los tamaños, aceptan el desafío de la fantasía y se reflejan en quienes suben al escenario. Incluso ven allí una respuesta posible a la pregunta de qué quieren ser cuando sean grandes. Y acá hago una pausa y cuento una anécdota de hace unas horas. Una amiga estaba con la sobrina en un tablado. Al ver una mujer en una murga, la niña se sorprendió y le dijo: “Tía, es mujer. Entonces yo también puedo ser murguista”. Si alguien precisaba más argumentos para aceptar la inclusión de más mujeres en los conjuntos de Carnaval, ahí tienen uno, el del reflejo humano. Algunos niños ya tienen el asunto asimilado, incluso, uno aún más cercano, al ver que una murga era toda de hombres, preguntó con sorpresa: “¿Y las mujeres de esta murga dónde están?”.

1.   Comparsa de niños Menudencia Humana, Carnaval de 1876. Referida por Milita Alfaro en la segunda parte de Carnaval. Una historia social de Montevideo desde la perspectiva de la fiesta (Trilce, 1998).

2.            O jogo e a educação infantil (1994).

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