La cuestión internacional no estuvo entre los hechos de mayor notoriedad en el contexto del cambio de mando. Sin embargo, dos elementos de distinta naturaleza permiten esbozar algunos de los lineamientos que seguirá la política externa del nuevo gobierno: los discursos de asunción del presidente, Luis Lacalle Pou, y el canciller, Ernesto Talvi, y las invitaciones cursadas o evitadas a gobiernos extranjeros a la ceremonia del 1 de marzo.
Pragmatismo herrerista y universalismo colorado. Los discursos de asunción del presidente y el canciller estuvieron dentro de lo esperable en relación con el tema internacional. No generaron mayores repercusiones ni dieron señales de giros abruptos en la política externa uruguaya. Sin embargo, al cotejarlos, se observa un matiz interesante en los énfasis de uno y otro, lo cual se puede atribuir a sus respectivas raigambres, blanca y colorada.
El discurso de Lacalle incluyó una muy saludable mención de las relaciones exteriores, exclusivamente enfocada en la región y el Mercosur. Lo hizo con alusiones a la tradición herrerista: el Uruguay Internacional, la vocación regionalista y la reivindicación del pragmatismo. Lo hizo, además, en un plano de continuidad en relación con las apuestas de inserción internacional del gobierno saliente (algo saludable también): el impulso del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, y la búsqueda de acuerdos bilaterales con otros países, por fuera del bloque subregional. Del discurso de Lacalle interesa también el sentido pragmático y realista que transmite su visión internacional. Ello se ve tanto en la idea de que “la política media claramente entre la oferta y la demanda” como en la apuesta por la integración allende las diferencias políticas e ideológicas entre los países. “Si dejamos de lado estas cuestiones ideológicas que nos pueden diferenciar, el bloque se va a fortalecer en el concierto internacional”.
El discurso de Talvi, por otra parte, reflejó una visión típicamente colorada de la política exterior, en la que predominan los elementos idealistas y universalistas (en particular, los asociados a la hegemonía estadounidense): democracia y derechos humanos. “Seremos una voz que represente lo que nos hace uruguayos y ciudadanos del mundo en todos los foros regionales e internacionales. Nos embanderaremos con la democracia, la salvaguardia de las libertades y la libertad humana.” En cambio, apenas mencionó el Mercosur y la región.
Pero la incógnita, adelantada en columnas anteriores, se mantiene: ¿cómo logrará este gobierno de coalición conjugar visiones internacionales apoyadas en tradiciones ideológicas tan disímiles, cuando no opuestas?
La lista de invitados. El elemento en que la cuestión internacional afloró con mayor notoriedad fue la lista de invitados y no invitados a la ceremonia de asunción. Obviamente, este aspecto va más allá de lo protocolar y adquiere una gran significación simbólica, particularmente en ocasión de un cambio de gobierno con signo político diferente al anterior y en el contexto hemisférico actual, de realineamientos y exclusiones. En este último sentido, se asemejó más a un coronamiento de la realeza del siglo XVII que a la asunción de un presidente nacionalista latinoamericano.
El gobierno entrante no invitó a las autoridades de Venezuela, Nicaragua y Cuba, en el entendido de que esos países son gobernados por dictadores. Aquí la decisión política de no invitar a autoridades de países de la región con las que se mantienen relaciones diplomáticas sí representa un giro respecto de la política de las últimas décadas. Es una actitud llamativa y cabe preguntarse qué rol puede haber tenido aquí el acercamiento entre el gobierno electo y Estados Unidos durante el período de transición.1
Como era esperable, la decisión fue cuestionada por los integrantes del gobierno saliente, tanto por su fundamento ideológico como por las consecuencias negativas que podría traer para el interés nacional, al ser socios comerciales. Por un lado, en relación con este último punto, la exvicepresidenta Lucía Topolansky se refirió a los problemas que esto podría acarrear para los productores arroceros y lácteos, que tienen en Cuba un cliente importante. Efectivamente, la decisión representa una contradicción con el pragmatismo que Lacalle reivindica en su discurso. Sin dudas, el presidente entendió la incongruencia y fundamentó la actitud en “una decisión personal”.
En relación con el trasfondo ideológico de la decisión, hay un contraste entre no haber invitado al nicaragüense Daniel Ortega, elegido en un proceso electoral lícito (sin perjuicio de sus atropellos a los derechos humanos y al Estado de derecho), con haber invitado a la boliviana Jeanine Áñez, designada luego del golpe de Estado. Esto evidencia el sentido que la cuestión democrática asume, como pretexto para reforzar el alineamiento de los países latinoamericanos tras Estados Unidos y la exclusión de los que mantienen gobiernos díscolos con la potencia hegemónica. Ello se contrapone totalmente a las tradiciones herreristas de antimperialismo y no injerencia en asuntos internos, y remite más bien a la herencia blanca independiente de Rodríguez Larreta (a quien Julia Pou supo homenajear en el Parlamento).
Estas cuestiones en torno a la lista de invitados permiten retomar la pregunta planteada en el apartado anterior: cómo se congeniarán en el gobierno las visiones herrerista y colorada en política exterior. El temor es que, cuando el diablo meta la cola, tal vez el brete acabe resolviéndose en favor de la segunda, mientras que la primera pueda tornarse apenas un saludo a la bandera.
1. Véase “Estados Unidos y la política exterior del próximo gobierno”, Brecha, 24‑I‑20.