Que caiga el meteorito - Semanario Brecha
Gabriel Sosa (1966-2024)

Que caiga el meteorito

El periodista y escritor uruguayo, fundador del sello Irrupciones, murió el pasado miércoles 30 de octubre. Muchísimas personalidades de nuestra cultura hicieron pública la tristeza que sintieron por su partida.

Cámara Uruguaya del Libro

A  lo largo de sus muchos años de carrera cultural activa, Gabriel Sosa contó ficciones y verdades desde variadas plateas, como podrían ser sus libros de narrativa o sus múltiples espacios en medios de prensa. Sin embargo, un escenario frecuente y especialmente transitado por él en la última década fue Facebook, con sus diferentes posteos sobre cualquier cosa, pero concentrados habitualmente en la realidad política y cotidiana de nuestro país. Allí dejó en claro varias veces lo que pensaba al respecto de todo tipo de temas –que bien podían ser la última elección o el estreno cinematográfico de turno–, marcado siempre por su mordaz y ácido sentido del humor. No pocas veces, ante alguna noticia disparatada o delirante, cerraba el posteo pidiendo por el meteorito que llegara de una vez a nuestro planeta y nos librara de esta miseria. Incluso, viendo que la idea era bien recibida entre nosotros, sus contactos, llegó a plantearse inaugurar la Primera Iglesia Mundial del Santo Meteorito Exterminador y solicitar un monumento en la rambla acorde a ella. Esas cosas, el humor, pero también la mirada certera, lo hacían, al menos para mí, referencia obligada. Era enterarme de alguna noticia y entrar a Facebook para fijarme qué había dicho Sosa al respecto (como también me pasaba con Gonzalo Tussi Curbelo, otro al que lamentablemente despedimos este año). Ver qué había dicho e, invariablemente, reírme mucho.

Con el paso de los años, tuve la fortuna de tratar a Sosa –porque siempre nos tratamos de usted, por supuesto– en persona cada vez más. Disfruté de su sentido del humor en vivo y en directo, claro, pero también pude aprovecharlo como la gigantesca enciclopedia humana que era. Cine y literatura: Sosa era una máquina de disparar referencias, autores, ejemplos. Y era una enciclopedia que se mantenía permanentemente activa. No pasaba una semana sin encontrar en mi WhatsApp una recomendación (o advertencia en contra, para esquivar) sobre tal libro, película o serie que acababa de descubrir. Era capaz de sorprender en cualquier encuentro y regalar un libro sin ninguna razón más allá de hacer conocer a tal o cual autor que le encantaba (así descubrí al gran Jonathan Carroll y El bosque de madera), o repartir con plena alegría la última antología de cuentos del padre Brown, de G. K. Chesterton, que había prologado para Argentina. Asimismo, su cinefilia no tenía límites: cine asiático (con predilección por los coreanos, de los que decía «siempre te salvan la semana»), clásicos de Hollywood, cine europeo y, particularmente, el género de horror, del que era tan entusiasta como crítico, en particular de toda la nueva ola de «terror elevado», a la que miraba con bastante desconfianza. Supimos defender juntos el honor de Sylvester Stallone y su saga de Rocky al aire y de manera pública en el programa Efecto Mariposa, donde nos quedó –y ya nos quedará para siempre– pendiente un debate con Daina Rodríguez y Carolina Molla, ambas injustas detractoras de Sly, sobre su calidad como actor, guionista y director. Solo los verdaderos cinéfilos aprecian a Sylvester Stallone como Sosa lo hacía.

Casi que puede suponerse lógico que, con semejante conocimiento e intereses, derivara en alguna profesión relacionada al cine o a la literatura, así que, más allá de escritor y periodista, también devino en editor. Su sello Irrupciones se destacó tanto por el rescate de figuras de nuestra literatura no particularmente transitadas –me vienen rápido a la mente Mario Arregui y Anderssen Banchero– como por múltiples antologías en las que reunía tanto escritores y escritoras desconocidos como consagrados; los tres volúmenes de 22 mujeres son un gran ejemplo. También rescataba aquellos géneros que le resultaban tan queridos –el terror, la ciencia ficción, el policial– pero sabía poco respetados por la mirada oficial, como lo hizo en su antología Género oriental: fantasía, terror, noir, ciencia ficción, cosas raras.

Pero probablemente su mayor talento fue, simplemente, el de escribir. Se destacó con una obra extensa y continuada en el tiempo. Limitándome tan solo a lo que leí, puedo asegurar que Sosa sabía cómo enganchar a sus lectores. Transitó mucho el cuento –la antología Orientales excéntricos tuvo una reedición recargada en 2019 y es un gran muestrario de su talento–, pero también publicó varias novelas. Su combo junto con Elvio Gandolfo en El doble Berni y Los muertos de la arena ya presentaba sus bases como gran exponente del neopolicial latinoamericano, pero fue su trilogía en solitario la que se volvió pieza fundamental dentro de este género. Las niñas de Santa Clara, Las mujeres de Nueva Troya y el todavía reciente (apenas del año pasado) Los hombres de Piedra Negra constituyen una obra impactante, una conciliación entre el Sosa narrador y el Sosa periodista (Gustavo Larrobla, protagonista de esta trilogía, es un claro alter ego del autor). Es que Gabriel era capaz de crear atrapantes ficciones, pero también de exponer casos reales que había cubierto –y que todavía lo preocupaban, lo angustiaban– de la realidad de nuestro país en años cercanos. Casos que involucraban la prostitución infantil, el abuso de mujeres o el consumo problemático de alcohol en el interior. Thrillers policiales periodísticos, dos de ellos publicados en la colección Cosecha Roja de Estuario (los dos últimos) que me atrevo a asegurar que son únicos, al menos dentro de la producción de novela negra en nuestro país.

Nuestra última charla fue hace pocos días, cuando lo felicité por Los hombres de Piedra Negra, que me resultó brutal y que me había encantado. Me contestó muy contento y me respondió ya con alguna nueva recomendación de series o películas. Tan gentil como siempre, sin que yo pudiera imaginar que sería la última vez que hablaríamos. Todavía no vi esa coreana que dijiste, amigo, pero no voy a tardar.

En una entrevista del año pasado para Latido Beat de Montevideo Portal –uno de esos cuestionarios de muchas preguntas y respuestas breves– le pedían, en una frase, una posible autobiografía. «Todo considerado, tan mal no le fue», fue su respuesta. Sin duda que no, Sosa. Sin duda que no. 

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