En su primer mandato el presidente Tabaré Vázquez acumuló tal cantidad de guiños y acercamientos a la Iglesia Católica que, en apenas dos meses de gestión, las sensibilidades laicas nacionales entraron en un impensado y contundente estado de shock: sólo en sus primeros 60 días el presidente ya había almorzado con Nicolás Cotugno, por entonces arzobispo de Montevideo, y allí mismo había anunciado su intención de vetar el aborto. También había mandado una delegación al Vaticano para las honras fúnebres de Juan Pablo II, encabezada por su esposa María Auxiliadora Delgado, católica confesa, y había autorizado la convocatoria de la embajada de la laica república uruguaya a celebrar una misa en honor al pontífice. A su regreso, Delgado –recordar: se trataba de una misión oficial– repartió estampitas a unos incrédulos periodistas que cubrían la conferencia de prensa. Días después el presidente promovió el traslado de una estatua del papa muerto, un anticomunista con cero sensibilidad latinoamericana y represor de cualquier modalidad católica que pudiera considerarse próxima a una sensibilidad de izquierda, que se encontraba en el predio de una iglesia. Lo remachó bajo la cruz de bulevar Artigas, monumento que ya homenajeaba al papa por su visita en 1987. Al que no quiere sopa, habrá pensado, dos platos.
Vázquez tiene dos modalidades de acción bien conocidas: o hace, y si es necesario hace en solitario y a contracorriente de su fuerza política, o deja hacer, aprobando a través del silencio. Esta última parece ser la forma elegida en el asunto de la capilla del Hospital Militar.
A saber: el pasado 30 de agosto el diario El País informó que en octubre sería inaugurada una capilla en el hospital y que Genaro Lusararian, un ex coronel que años atrás cambió el uniforme por los hábitos, sería su capellán. En su edición del 22 de octubre el semanario Búsqueda retomó la información, agregando que el sacerdote está a cargo del Departamento de Asuntos Religiosos, una repartición creada en 2014 a iniciativa de Guido Manini Ríos, entonces director nacional de Sanidad Militar y hoy comandante en jefe del Ejército. El departamento tiene como objeto “coordinar y regular las actividades religiosas en el ámbito de la Sanidad Militar, asegurando la asistencia espiritual a quienes así lo requieran”, según la resolución citada por el semanario. ¿Desde cuándo el Estado uruguayo tiene que “asegurar la asistencia espiritual” de la gente? El derecho de los enfermos y su familia a recurrir al auxilio espiritual, de la confesión que sea, es innegable. Pero es un acto privado en el que el Estado no tiene el derecho ni mucho menos la obligación de intervenir. Crear jerarquías, departamentos, burocracias dentro del aparato del Estado, por mínimas o “no oficiales” que sean, es una estocada a la laicidad garantizada en la Constitución.
Manini atenuó el contenido de la resolución explicando que “lo que se buscó es ponerle orden a la gente que ingresa de distintas confesiones, a asistir a enfermos, repartir folletos. Esta figura lo que hace es coordinar su ingreso, pero jamás prohibir la entrada de otras confesiones”. Si esa fuera la verdadera intención, bien podría el comandante haber derivado la tarea al personal de seguridad o a un portero. Pero eligió encomendarla a un personaje de una confesión en particular –la misma que él profesa–, y que el lugar de recogimiento fuera no un espacio ecuménico sino uno confesional católico, con su Cristo debidamente martirizado en la cruz ocupando un espacio en una repartición pública, y desconociendo que desde que en 1906 el gobierno de Batlle y Ordóñez ordenó retirar los crucifijos de los hospitales ese es un debate saldado en el país.
Hay que decir también que Lusariaran, el sacerdote al que el Estado le abrió las puertas, es quien oficia misa en el establecimiento de reclusión de Domingo Arena. Y al ser consultado por El País sobre las violaciones a los derechos humanos habló de “todo el bien que se hizo y todo el mal que evitó”, en referencia al accionar de las Fuerzas Armadas en la dictadura. “En todo combate o guerra se cometen errores. La subversión agredió a todos los orientales, salimos a defender al país. (…) Para el militar, integrar las Fuerzas Armadas no es un trabajo, se está al servicio las 24 horas, es una disciplina de Dios”, justificó. Y más adelante expresó: “Los ejércitos son la autodefensa de la nación, nación creada por Dios. (…) La familia y la patria son una parte importante en el plan de Dios. Hay mucho más en común de lo que parece. Una cosa es buscar la paz y otra cosa es el pacifismo, eso de dejar todo de lado para no chocar con nadie, pero después el mal avanza. La función de las Fuerzas Armadas es poner un freno al mal”.
Hasta ahora el oficialismo ha guardado silencio en torno al tema. El diputado colorado Ope Pasquet cursó dos pedidos de informes para conocer los detalles del funcionamiento de la capilla y del Departamento de Asuntos Religiosos, que aún esperan respuesta.
Mientras tanto la obra fue inaugurada el pasado 23 de octubre por el cardenal Daniel Sturla, con la presencia de María Auxiliadora Delgado. Desde 2005, cada vez que la esposa del presidente asiste a eventos católicos su presencia es propagandeada desde los ámbitos religiosos; su figura parece oficiar de polea de trasmisión entre el Estado y la Iglesia.