En el enfrentamiento entre las dos potencias capitalistas (Rusia de un lado, Estados Unidos del otro, con Europa pivoteando en su cada vez mayor irrelevancia, a pesar de que una eventual guerra la tendría como escenario) cuesta encontrar «buenos» y «malos», ubicarse en alguna trinchera en función de premisas ideológicas. Acaso valdría aquella sentencia de Oskar Lafontaine, antiguo portavoz del partido Die Linke (La Izquierda) en el parlamento alemán, para quien «en el mundo hay muchas bandas de asesinos, pero si contamos los muertos que causan, la cuadrilla criminal de Washington es la peor». La acosada Rusia, desafiada a sus puertas por una OTAN que la fue rodeando y aculando, no sería, si se sigue esa línea de análisis, «el peor malo de esta película», como escribe el excorresponsal español en ese país Rafael Poch (Público, 25-I-22). Pero tampoco es tan sencillo como parece.
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«La proliferación de la ideología nacionalista blanca en las fuerzas militares y de seguridad de Ucrania, entrenadas y apoyadas por Occidente, es un tema poco estudiado.» Con esta frase, del periodista de investigación Oleksiy Kuzmenko y recogida por la revista estadounidense Newsweek (5-I-22), comenzaba el valenciano Miquel Ramos una nota sobre el peso de las extremas derechas en el conflicto ucraniano (Público, 24-I-22). Conste que Newsweek, recordaba Ramos, no puede ser para nada tachada de simpatizar con Rusia. La intención de la publicación, decía, era alertar sobre los peligros que suponen esas fuerzas para la propia seguridad de Estados Unidos. Newsweek titulaba su artículo: «Un año después del asalto al Capitolio, la guerra de Ucrania atrae a la extrema derecha estadounidense a luchar contra Rusia y entrenar para la violencia en casa».
Los lazos de las actuales autoridades de Kiev con formaciones nacionalistas de extrema derecha no son para nada nuevos. Y tanto las más altas esferas de la Unión Europea (UE), tan preocupadas actualmente por el auge de esas sensibilidades, como las de Estados Unidos, sean demócratas o republicanas, lo saben. E incluso las alientan. Así como Kuzmenko ahora en Newsweek, en 2014 el británico Gabriel Gatehouse en la BBC remarcaba que en las protestas del Maidán, de hace siete años, que derivaron en el derrocamiento del gobierno de Viktor Yanukovich, considerado prorruso, y en la instalación de otro, prooccidental, pesaron, y mucho, milicias de extrema derecha.
«Desde la revuelta de Maidán de 2014 –dijo Kuzmenko a Newsweek–, el gobierno, el ejército y las fuerzas de seguridad han institucionalizado en sus filas antiguas milicias y batallones de voluntarios vinculados a la ideología neonazi.» Son varias esas milicias, por lo general declaradamente antisemitas, racistas, rusófobas, homófobas, cuyos emblemas se inspiran directamente de los símbolos nazis, como es el caso del batallón Azov, que terminó siendo integrado a las fuerzas de seguridad del Estado ucraniano.
«Más allá de las responsabilidades del gobierno ucraniano por haber institucionalizado a las milicias ultraderechistas, no podemos obviar que tanto la UE como la OTAN no solo lo saben, sino que han participado activamente de su formación», escribe Ramos. En 2018, Kuzmenko probó que diversos grupos de extrema derecha (Tradición y Orden, Cuerpo Nacional, Milicia Nacional) fueron formados en Europa occidental por empresas como la Academia Europea de Seguridad, que en su página web (euseca.com) se vanagloria de haber asesorado también a las fuerzas especiales de Brasil o al ejército libio. Integrantes de esas milicias han participado en ataques a gitanos, homosexuales, defensores de los derechos humanos, militantes de izquierda. Por lo general, sin haber sido molestados por las fuerzas de seguridad ucranianas.
En setiembre, un instituto de la Universidad George Washington de Estados Unidos publicó un estudio en el que muestra cómo un grupo de oficiales de extrema derecha llamado Centuria tiene particular relevancia en la formación de los militares ucranianos, con anuencia de las fuerzas europeas que asesoran al ejército de Kiev. La intención de Centuria es «remodelar las fuerzas armadas del país según líneas ideológicas de derecha y defender la “identidad cultural y étnica” de los pueblos europeos contra los “políticos y burócratas de Bruselas”».
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Grupos paramilitares ucranianos se ofrecieron, a su vez, en 2017, a sus «hermanos españoles» para participar, llegado el caso, con «sus mejores hombres» en «la defensa de la unidad de España» frente a los independentistas catalanes, y militantes de extrema derecha ibéricos viajaron a Kiev para recibir instrucción militar en instituciones manejadas por oficiales en activo ucranianos.
«Cuando en 2014 apareció la amenaza del separatismo prorruso en el este de Ucrania, ciudadanos españoles, junto con voluntarios ucranianos, con armas en sus manos, defendieron nuestra libertad e independencia. Apoyar a los hermanos españoles cuando una amenaza similar surgió en España es nuestro deber sagrado. ¡España sobre todo!», decía un comunicado difundido aquel año por el batallón Santa María, una milicia cristiana fundamentalista ucraniana, y atribuido a la Unión de Veteranos de Ucrania. A pesar de definirse como «cristianos tradicionalistas» inspirados en los «valores de los cruzados del siglo XIII», el batallón Santa María admite inspirarse en los talibanes afganos, musulmanes ellos, a quienes admiran desde que se enfrentaron a las fuerzas soviéticas en los años setenta.
«Representamos el lado de la luz contra el lado oscuro. Los partidarios de Putin son representantes del diablo», declaró Vitaly Chorly, uno de los líderes del batallón, al canal Al Jazeera en 2015. «Lo que más admiramos de los talibanes es su constante fe en Dios. Se encontraron con terribles condiciones y guerra, y aun así continuaron su lucha y tuvieron éxito. La fe es mucho más fuerte para luchar que las ideas políticas», dijo Chorly en esa entrevista.
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Pero hay también ultraderechistas europeos occidentales apoyando a Putin. Ramos los ubica entre quienes defienden las tesis eurasianistas del ruso Aleksandr Dugin, al que hay quienes definen como «el Rasputín de Putin». Para este sector, recuerda el periodista español, «una alianza con Rusia sería mejor que con los nacionalistas ucranianos, que tienen detrás a la OTAN y a los gobiernos de sus propios países». Dugin ha tejido fuertes lazos personales con dirigentes de partidos de extrema derecha, como el Jobbik húngaro, los griegos de Amanecer Dorado, los lepenistas franceses, los trumpistas estadounidenses y varias veces ha estado en España invitado por quienes hoy dirigen Vox.
Marine Le Pen defendió incluso la anexión de Crimea por Rusia y no oculta su fascinación por Putin. El Partido de la Libertad de Austria, integrante de varias coaliciones de gobierno en ese país y conocido por su postura antiinmigrantes e islamófoba, ha llamado a levantar todas las sanciones de la UE contra Rusia. Entre los más ardientes defensores de Putin en Europa están también el italiano Matteo Salvini, una parte de la dirigencia de Alternativa por Alemania y los nacionalistas serbios que reivindican las masacres cometidas contra bosnios y croatas en los años noventa. Tanto Le Pen como Salvini han recibido financiamiento ruso para sus campañas. Este mes, Santiago Abascal, el máximo referente de Vox, que organizó en Madrid una conferencia de las extremas derechas europeas, se reunió con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, un ultraderechista aliado de Putin que esta semana visitó Moscú y dio su apoyo a la postura rusa sobre Ucrania. Pero Abascal también estuvo en la reunión española con el ultracatólico gobernante polaco Mateusz Morawiecki, ubicado entre los líderes europeos más belicistas contra Rusia…