El antimperialismo uruguayo tiene raíces de derecha. De las críticas hispanistas, católicas y románticas a la convivencia del batllismo con el imperialismo británico primero y el estadounidense después, nació cierta visión crítica del lugar de Uruguay en el mundo, que luego influyó –e influye hasta hoy– en las visiones de la izquierda. Es posible que esto sea un problema más importante que lo que pensamos.
Quizás, conservadores románticos y nacionalistas, como Rodó y Zorrilla de San Martín, podrían ser señalados como los fundadores de esta tradición. Herrera fue uno de sus primeros exponentes. Al mismo tiempo que no es extraño encontrar sus obras sobre geopolítica en boca de intelectuales progresistas, son conocidas (aunque barridas bajo la alfombra) sus alabanzas al fascismo. También son conocidas la simpatía juvenil de Real de Azúa con el franquismo y su participación, junto con Methol Ferré, en el ruralismo, lo más parecido que hubo en Uruguay a una ultraderecha de masas. Es difícil leer los discursos radiales de Nardone (de quien conviene recordar, en estos tiempos conspiratorios, que era colaborador de la Cia) sin que nos hagan pensar en el discurso “antiglobalista” de la ultraderecha contemporánea.
De las agudas críticas de Real y Methol al batllismo nació cierta Realpolitik, que desconfiaba de la “hiperintegración”, por adormecer la iniciativa de quienes pudieran destacarse, y se quejaba del peso del Estado, cual tecnócrata noventoso. En torno a Carlos Quijano se fabricó, en parte con esta materia prima, a lo largo de las décadas, un pensamiento que se fue acercando al socialismo y que, gradualmente, hacia los años sesenta, fue adoptado por las izquierdas políticas que buscaban conectar con el interior del país, la tradición uruguaya y América Latina. Las críticas conservadoras al iluminismo cosmopolita del batllismo pudieron dialogar con la izquierda luego del giro nacionalista de diferentes tradiciones socialistas en las décadas del estalinismo, la revolución cubana y la aparición del populismo latinoamericano. El diálogo de Methol con el peronismo y Jorge Abelardo Ramos fue una pieza importante de este proceso.
En este confuso magma nació también una tradición desarrollista, que bebió un poco de la doctrina social de la Iglesia y del ordoliberalismo alemán a través de las redes intelectuales de las democracias cristianas, en un contexto en el que la Iglesia estaba en disputa y albergaba en su interior izquierdas, centros y derechas.
Mucho de lo que hoy llamamos progresismo surgió de estos encuentros, que todavía no fueron revisados en profundidad, en parte, por la poca atención que se presta al pensamiento político uruguayo y, en parte, por la prácticamente nula atención que se presta al pensamiento uruguayo de derecha. Que los intelectuales progresistas suelan pensarse como científicos sin ancestros locales ciertamente no ayuda.
En el momento político actual, en el que muchos críticos por derecha al progresismo encuentran eco en lugares insospechados, nos conviene preguntarnos por estos asuntos. El “artiguismo” de Guido Manini Ríos, vendido como antimperialista hasta hace muy poco por el huidobrismo, es un buen ejemplo de este problema.
La ultraderecha renace en todo el mundo y muchos ultraderechistas (aunque no todos) son sumamente críticos con Estados Unidos y el “globalismo”. La idea de que la izquierda y las minorías son peones para corromper nuestras sociedades, al servicio de dudosos millonarios (judíos, por supuesto), es la gran animadora del pensamiento de muchos posfascistas, representantes de un pensamiento multipolar, soberanista y de derecha radical.
No estoy diciendo que haya que tirar a la basura toda la tradición de críticas nacionalistas y latinoamericanistas al batllismo. Ni digo que pensar políticamente la geografía y la cultura de nuestros pueblos no valga nada. Mucho menos niego la urgencia de criticar y superar la tecnocracia progresista, obsesionada con la inversión extranjera y los Tlc. Pero quizás tenemos que pensar con cuidado qué viene de regalo con alguno de estos pensamientos.
Populismo, sí (quizás), pero ¿con qué idea de pueblo? ¿Es lo mismo el pueblo de los nacionalistas católicos que la autoorganización de un campo popular diverso que incluya formas de vida disidentes? América Latina, sí, pero ¿la misma que desea algún hispanista nostálgico? ¿Realmente podemos esperar algo de Putin o del papa? Juntarse a discutir sobre la obra y la trayectoria de Methol Ferré puede darnos algunas pistas importantes para entender estos asuntos.