Rápidos y furiosos – Semanario Brecha
La búsqueda de un Alfa Romeo y la prohibición de insultar a las Fuerzas Armadas

Rápidos y furiosos

El orgullo herido disparó una pesquisa febril, una búsqueda implacable. Abruptamente, todo terminó en un acorde desafinado.

¿Qué más se le podía pedir a la vida aquel soleado y cálido viernes 25 de noviembre, con la perspectiva de un fin de semana franco que se sumaba a la tolerable rutina del Servicio de Bandas Militares del Ejército, bastante ajeno a la atmósfera tensa de los estertores del «proceso», en vísperas de un Acto del Obelisco patrocinado por interpartidarias y multisectoriales, por notables y anónimos? El cabo Nelson de Oliveira y el soldado de primera Eri Gómez, de la Escuela de Músicos del Ejército, tarareaban una melodía a bordo de la camioneta E-044 mientras esperaban el cambio de luces del semáforo de 8 de Octubre y Cipriano Miró. Eran aproximadamente las 10.30, recordó después el cabo ante su superior.

La luz verde de Cipriano Miró permitió el giro a la izquierda de un automóvil blanco marca Alfa Romeo, que pasó lentamente por el costado de la camioneta militar. Antes de acelerar por 8 de Octubre hacia el Centro, el conductor –un hombre de unos 50 años, cutis blanco, que vestía una camisa gris, detalló el cabo– miró por la ventanilla abierta y le dijo al soldado Gómez, que conducía:

—Les queda poco, milicos hijos de puta.

El cabo tenía reflejos rápidos: se dio vuelta y por el parabrisas trasero registró el número de matrícula, chapa de Montevideo 196.227. La apuntó en su cajilla de cigarrillos para no olvidarse.

El 5 de diciembre el coronel Rafael Milans, director del Servicio de Bandas Militares, elevó un informe al Estado Mayor del Ejército que recaló en el E-2, el Departamento de Inteligencia. El mayor Arturo Aguirre, de la División Interior, lo derivó a la Compañía de Contra Información (Cia.C/I), que el 22 de diciembre decidió poner en marcha la operación reservada 0288, cuyo nombre clave sería Operación Alfasud.

Los primeros resultados de Alfasud provinieron de la Dirección Nacional de Tránsito y de la Intendencia de Montevideo: confirmaron que el Alfa Romeo 196.227, modelo 1980, cuatro puertas, era propiedad de Texlan SA, con domicilio en Rondeau 1723, sin registro de conductor. Siguiente paso: identificar al dueño de la empresa. Según el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Texlan pertenecía a Mario Szlafmyc, nacido en Białystok, Polonia. A la fecha tenía 61 años y cutis blanco, de profesión exportador. Las «agencias» (SID, A-2 aérea, N-2 naval, E.2 del Ejército, DNII policial) no registraban antecedentes. El 3 de enero de 1984 la Cia.C/I recorrió la zona de la Estación Central para ubicar el vehículo, sin suerte. El local de la empresa estaría cerrado hasta el 24 de enero, según un sereno, por licencia del personal. La Cia.C/I intentó comunicarse con Szlafmyc en su residencia de la calle Ellauri; debieron esperar hasta el martes 24 porque el empresario estaba de vacaciones. El miércoles, oficiales de la contrainformación lograron finalmente una entrevista con el polaco: el Alfa Romeo era conducido habitualmente por el yerno del empresario. Jorge Álvarez había vendido el vehículo a una casa de compraventa. El dueño, un señor Ciompi, desconocía el paradero del Alfa Romeo.

El 14 de marzo, cuatro meses después del improperio callejero contra las Fuerzas Armadas desde un automóvil inubicable, la Operación Alfasud pegó un brinco. Sin saberse cómo, fue identificado un señor Héctor Adrián Botta, que solía conducir el Alfa Romeo y fue invitado a concurrir a la sede del Comando General del Ejército. El correspondiente acta de interrogatorio lo sindicaba como un retirado que vivía de rentas, que era propietario del Alfa Romeo, le adjudicaba 59 años de edad y consignaba su «domicilio en la calle Rambla Hoggigins [sic] número cincuenta quince [sic], apartamento trecientos dos» (sic).

—Diga si el 24 de noviembre de 1983 destrató de palabra al personal militar de un vehículo que circulaba por 8 de Octubre.

—Que no, señor.

—Diga si recuerda dónde se encontraba ese día y a esa hora.

—En este momento no recuerdo. Ni siquiera recuerdo si el vehículo se encontraba en mi poder.

—Diga qué otras personas pueden tener acceso a su vehículo.

—Hasta hace un mes guardaba el coche en un garaje con cuidador de la calle Estrázulas. Además, dejo el coche en la estación de servicio ESSO del señor Añón, en la rambla y Río de la Plata.

—Si tiene algo más que agregar.

—Sí. Que me he criado entre militares y tengo amigos militares. Dejo constancia como buen amigo al coronel Julio Faraone, al cual he visitado en varias ocasiones en el Arsenal de Guerra de la avenida 8 de Octubre.

El indagado Héctor Adrián Botta aportó como prueba de su estima por las Fuerzas Armadas, a las que nunca calificaría de «milicos hijos de puta», un ejemplar de la lista ACQ del Partido Colorado, lema «Unión Colorada y Batllista», distintivo «Amigos de Pacheco», con candidatos para convencionales en las elecciones internas de noviembre de 1982, cuyo nombre aparecía en el puesto 39.

Allí se interrumpió la Operación Alfasud. El acta recoge una última pregunta de rigor, vaya uno a saber por qué:

—Si para efectuar estas declaraciones fue objeto de algún apremio físico, síquico o moral.

—Que no, señor.

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