Refugiados invisibles
Es admirable el despliegue de generosidad y compasión que Europa ha volcado a los refugiados ucranianos. No solo la Unión Europea (UE) y los diversos organismos gubernamentales, sino también iniciativas municipales, vecinales y particulares: desde la plataforma Airbnb (que ya había ofrecido alojamiento temporal gratuito a más de 20 mil refugiados afganos) hasta el chef José Andrés, quien con su ONG World Central Kitchen ha acudido a la frontera entre Ucrania y Polonia para repartir comida a los miles y miles de ucranianos que llegan en oleadas huyendo de la invasión rusa. En apenas cuatro días desde el ataque, cerca de medio millón de personas han escapado del país, mientras que otras 100 mil han abandonado sus hogares con lo puesto, pero los expertos calculan que en poco tiempo la cifra de refugiados rebasará el millón.
Lo que no resulta tan admirable es la tibieza (por decirlo suavemente) que la UE y esos mismos organismos gubernamentales han mostrado con docenas de miles de refugiados de otras guerras y otros continentes, la tranquilidad con que bostezan ante los repetidos naufragios de las embarcaciones que se atreven a cruzar el Mediterráneo, la pachorra con que plantean indescifrables telarañas burocráticas a los afortunados que logran poner un pie en Europa, la indiferencia con que asisten al infierno helado de los campamentos turcos y griegos, donde los niños mueren de hambre y frío.
Debe de ser que Ucrania cae más cerca que Siria, que Sudán, que Congo, que Yemen, que cualquiera de esas guerras terroríficas que asolan África y Oriente Medio desde hace años, algunas desde hace décadas. Debe de ser que no vemos esas guerras por la tele, comentadas a todas horas por los mismos tertulianos que antes estaban hablando de volcanes o pandemias, publicitadas a todas horas mediante imágenes escalofriantes que en ocasiones están tomadas de otros conflictos o, incluso, de un videojuego, mientras que nunca vemos las ráfagas de ametralladora en las selvas africanas, ni los hogares destruidos en Yemen, ni esas minas de coltán y minerales preciosos en que millones y millones de niños son explotados como animales. Debe de ser que los ucranianos se parecen más a nosotros, ¿adónde van a parar?, tienen la piel blanca, no son negros ni musulmanes. Sí, debe de ser cosa de la proximidad étnica y geográfica, aunque, si lo piensas bien, Trípoli está 1.000 quilómetros más cerca de Madrid que Kiev y tampoco movimos ni un dedo ante la catástrofe de un país que Barack Obama decidió borrar del mapa solo porque le tocaba salvar el mundo a bombazos, y seguimos sin moverlo cuando en los mercados de Libia, hoy mismo, están subastando esclavos.
A lo mejor por eso, porque hay refugiados de primera y de segunda, o quizá por la proximidad étnica y geográfica, José Luis Martínez-Almeida (actual alcalde de Madrid) se ha ofrecido a acoger a los ucranianos que haga falta, cuando hace solo unos años criticaba el cartel de bienvenida con que Manuela Carmena (anterior alcaldesa) recibía a otro tipo de refugiados. A lo mejor por eso Polonia ha abierto los brazos ante la llegada masiva de miles y miles de ucranianos, cuando hace solo unos meses docenas de migrantes bielorrusos murieron congelados en los bosques al intentar cruzar la frontera polaca. Es triste constatar que la solidaridad, la cooperación y la piedad acaban ante cierta tonalidad de la piel, cierto sesgo ideológico o ciertas creencias religiosas, lo mismo que el interés informativo por unas guerras que merecen portadas, primeras planas y reportajes a todas horas, y la apatía por otras que importan menos que un desfile de moda.
David Torres
Publicado por convenio con Público.
«Se parecen a nosotros»
Ha sido monstruoso escuchar a reporteros de noticias occidentales blancos, como Charlie D’Agata, de CBS News, lamentando la difícil situación de los refugiados ucranianos con el argumento de que «se parecen a nosotros» cuando se dirigen a lo que deben suponer que son audiencias occidentales blancas y que el conflicto en Ucrania es excepcional porque «esto no es Afganistán o Irak». Eso es indignante. Eso implica que, de alguna manera, es más aceptable hacer la guerra a las personas cuya piel es morena o negra y expulsarlas de sus hogares que a las personas que «se parecen a nosotros». Todos los refugiados, todas las personas que luchan son nuestros hermanos y hermanas.
En estos días difíciles, debemos resistir la tentación de echarle gasolina al fuego de la idea de los buenos y los malos. Deberíamos exigir un alto el fuego en nombre de la humanidad; apoyar a nuestros hermanos y hermanas que luchan por la paz a nivel internacional, en Moscú y en Santiago y en París y en San Pablo y en Nueva York, porque estamos en todas partes, y dejar de enviar armas de guerra a Europa del Este, desestabilizando aún más la región solo para satisfacer el apetito insaciable de la industria armamentística internacional.
Tal vez deberíamos alzar nuestras voces para alentar la idea de una Ucrania neutral, como lo han sugerido repetidamente personas sabias y de buena fe durante muchos años. Lo primero es lo primero, por supuesto: los ucranianos deberían exigir un alto el fuego, pero después de eso, tal vez, los ucranianos agradecerían tal arreglo. Tal vez alguien debería preguntarles.
Roger Waters
Publicado en Asia Times.
La UE excluye de la «protección automática» a los no ucranianos
Bruselas impulsa una medida histórica que garantiza la protección inmediata de las personas que huyen de las «bombas de Putin», pero deja fuera a los nacionales de terceros países por las presiones del llamado Grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Eslovaquia y República Checa).
«Decisión histórica. La Unión Europea [UE] va a dar protección temporal a aquellos que huyen. La UE permanece unida para salvar vidas.» Así ha celebrado Ylva Johansson, comisaria de Interior, el acuerdo por unanimidad sobre la Directiva Temporal de Asilo. Pero no a todos por igual. El diablo de esta medida, sin precedentes en el seno europeo, está en los detalles. Los ucranianos que abandonen el país por la ofensiva rusa tendrán garantizados de forma automática los derechos de vivienda, trabajo, educación y libertad de movimiento en todo el territorio europeo. También están incluidos los refugiados y los apátridas que ya contaban con protección internacional previa. Pero la situación cambia para aquellos que no posean un pasaporte ucraniano. La situación de los nacionales de terceros países que residieron durante mucho tiempo en el país queda a discreción de la decisión de cada Estado miembro, que puede decidir si aplica o no. Y el escenario se complica para aquellos que estudiaban o trabajaban en territorio ucraniano desde hacía poco tiempo: serán repatriados a sus países.
La Organización de las Naciones Unidas ha denunciado que muchas personas que quieren abandonar Ucrania están afrontando muchos problemas para cruzar fronteras. «Estoy alarmado de las informaciones verificadas que llegan sobre discriminación, violencia y xenofobia contra ciudadanos de terceros países. La discriminación con base en la raza, la nacionalidad, la etnia o el estatus migratorio es inaceptable», ha señalado António Vitorino, director general de la Organización Internacional para las Migraciones, quien ha pedido a los países implicados que investiguen esto de inmediato.
María G. Zornoza