Resistencia cultural - Semanario Brecha
Apertura del 43.º Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay

Resistencia cultural

Actores y actrices, productores, directores, periodistas, cinéfilos, docentes, gestores culturales y la presidenta en funciones de nuestro país: el mundo del cine uruguayo recibió la visita de varias de las nuevas autoridades vinculadas a la cultura y se vistió de gala para la apertura del 43.º Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay en Cinemateca Uruguaya.

Inauguración, Hall del Auditorio Sodre Difusión

La relación entre la izquierda uruguaya y el mundo de la cultura nunca ha sido fácil. Las diversas posturas, miradas y urgencias de sus diversos sectores en torno a cuáles son las prioridades de intervención y de qué modo llevarlas a cabo suelen derivar en conflictos en los que la autoridad se ejerce sin ninguna colaboración significativa de la sociedad civil. Pero, después del abandono y el vaciamiento ideológico y político en el que cayeron tantas instituciones del Estado durante el último período de gobierno, que Carolina Cosse, presidenta en funciones de nuestro país –Yamandú Orsi estaba de viaje–, entrara al Auditorio Nacional Adela Reta y se sentara en la platea alta para disfrutar de la apertura de uno de los eventos culturales más importantes del año fue, sin lugar a dudas, un gesto esperanzador. Es que esa acción, inédita en la historia de Cinemateca Uruguaya, pareció coronar una noche hermosa, llena de expectativas para el público. Los diez días siguientes prometían –y prometen– una verdadera fiesta de la diversidad artística: la posibilidad de inventarse largos recorridos entre salas y secciones para disfrutar de 209 películas provenientes de 65 países.

La ceremonia contó con varios momentos valiosos y emotivos. Uno de ellos fue el discurso de bienvenida de María José Santacreu, directora de Cinemateca, en el que expresó, desde el inicio y con su particular humor, la importancia y el valor de la presencia de Cosse: «No sé en cuántas Cinematecas del mundo, probablemente en ninguna, quienes las gestionan acceden a la posibilidad de ser escuchados en directo por la autoridad máxima de sus países. Creo que el que estuvo más cerca de eso fue Henri Langlois, director de la Cinemateca francesa en 1968, pero Malraux era el ministro de Cultura y lo que hizo con Langlois fue… bueno, más bien lo que hizo fue echarlo». Santacreu se refirió al 2024 como un año muy difícil para la cultura de Uruguay y del mundo: «Quería pararme aquí frente a ustedes para darles la bienvenida a esta fiesta del cine luego de un año complicado. Un año cansador, destructivo y empobrecedor. Y, sin embargo, basta echarle un vistazo al mundo para darse cuenta de que estar en el lado complicado es estar en el lugar del bien». En el auditorio no volaba una mosca, la tensión (y la atención) fue significativa. Y es que la alusión a la situación política actual se sintió muy pertinente, sobre todo en la presencia de tantos y tantas artistas de Argentina, que están asistiendo a las primeras consecuencias de la destrucción sistemática de todo su sistema de políticas culturales que está llevando a cabo el gobierno de Javier Milei, incluido el cierre de los principales programas de financiación del Instituto Nacional del Cine y Artes Audiovisuales.1

Más adelante, Santacreu se refirió a qué quería decir con eso de «estar en el lugar del bien» y parafraseó al subcomandante Marcos con un texto de exquisita precisión: «El subcomandante un día escribió algo que hoy sonaría así: Marcos es homosexual en Rusia, negro en Estados Unidos, árabe en Europa, pacifista en Ucrania, muerto en Gaza, anarquista en la España franquista, palestino en Israel, indígena en Latinoamérica, judío en la Alemania nazi, feminista siempre, en todas partes, comunista en la posguerra fría, preso común en las cárceles uruguayas, jubilado en la Argentina, disidente en La Habana, Arabia Saudita, Turquía o Caracas, artista sin galería ni portafolios, reportero de nota de relleno en las páginas interiores de un diario, mujer sola en el ómnibus a las 11 de la noche, campesino sin tierra, editor marginal, obrero desempleado, estudiante inconforme, disidente en el neoliberalismo, escritor sin libros ni lectores y es, seguro, socio de Cinemateca hoy. Lo sé, eso último fue un gran atrevimiento. Pero es el mismo, bellísimo atrevimiento de creer que se puede cambiar el mundo haciendo cine». Después de su discurso, hubo dos presentaciones musicales: el coro nacional del SODRE interpretó una impactante versión de «Carmina Burana», y la cantante y compositora Sylvia Meyer cantó varias de sus canciones al piano, muchas de ellas viculadas al séptimo arte. La imagen de Sylvia sobre el escenario, sentada frente al piano de cola, entró en diálogo con las palabras de Santacreu en un eco sensible que resultó particularmente conmovedor.

Por su parte, la directora artística del festival, Alejandra Trelles, contó algunos detalles de la programación y se refirió con orgullo a la calidad de lo que ella y su equipo habían sido capaces de seleccionar: «Desde el equipo de Cinemateca llevamos varios días anunciando nuestra creencia de que esta va a ser la mejor de las ediciones del festival». Celebró la presencia y el compromiso constante del público, con especial énfasis en la valoración de la tarea de defensa del arte cinematográfico que supone la realización de un festival de cine en este momento, cuando la mera existencia de las salas está en peligro en todo el mundo: «Cuando cada año emprendemos el largo camino que culmina hoy, con la inauguración del festival, ustedes están en nuestras mentes. Se los ve exactamente como lucen ahora, en un teatro, con los celulares apagados, sentados junto a un desconocido o una desconocida con el que celebraron un pacto que no necesita palabras. Atentos, silenciosos, expectantes y, sobre todo, dispuestos a ser modificados por una película. Se los aseguro: es una imagen muy poderosa».

NARRAR DE NUEVO EL SIGLO XX

El festival recién comienza y he podido ver pocas películas, pero intentaré complementar las recomendaciones que Diego Faraone realizó en el último número del semanario2 para ayudar a que cada lector pueda armar su propio recorrido por ese mapa tan estimulante que se arma entre la oferta de funciones, charlas y presentaciones. Los ejes de cada viaje pueden ser formales o temáticos: en este caso, me interesa hacer algunos comentarios sobre películas que se centran en procesos políticos, algunos más remotos y otros más recientes.

Un mundo recobrado, de Laura Bondarevsky, es una lúcida y extraña película sobre la figura de Yenia Dumnova, migrante rusa que llegó a Uruguay de la mano de Mario Jaunarena, que había viajado a Moscú como secretario de Emilio Frugoni. Se conocieron en un tren y nunca más se separaron. Bondarevsky consideraba a Yenia su abuela adoptiva, ya que la había conocido en Suecia, donde ella nació y vivió con sus padres durante el exilio. Las frías imágenes de la nieve y las montañas contrastan con una historia que reboza calidez y amor por sus personajes y que se toma el trabajo de ir construyendo con honestidad un puzle de recursos cinematográficos muy diversos: recreaciones ficcionales –con una actriz que pone el cuerpo para hacer de la directora–, una narrativa en voice over interpretada por la actriz Laura Paredes, archivos familiares y otros provenientes de filmaciones anónimas, fotografías, fotos: pedacitos de realidad que se unifican mágicamente gracias al montaje y proponen un viaje profundo por la vida de una de esas mujeres en las que, como si de un aleph se tratase, parece condensarse la historia entera de un siglo.

Es que volver a narrar el siglo XX, hacerlo bajo la mirada de hoy, explorando desde perspectivas contemporáneas sus diversos conflictos, aparece casi como un imperativo, una necesidad insoslayable. La película Bajo las banderas, el sol, ópera prima del paraguayo Juanjo Pereira, está conformada por imágenes de archivo rodadas durante el régimen de Alfredo Stroessner (1954-1989) con fines propagandísticos mezcladas con otras provenientes de canales de televisión e informativos de la época. El trabajo de montaje organiza un discurso complejo que se permite varios focos narrativos: la lucha llevada a cabo por la oposición y diversos luchadores que militaban a favor de los derechos humanos en Francia, pero también el momento en el que el presidente Pompidou recibió a Stroessner con todos los honores en 1973. Es que el cine permite superponer las líneas cronológicas como ningún otro arte y permite develar verdades que trascienden las que surgen del presente de cada imagen. Allí está la historia de Josef Mengele, el sanguinario médico nazi originario de Baviera (al igual que Stroessner), que obtuvo la nacionalidad paraguaya y la protección del Estado, y también los detalles del Plan Cóndor, la operación que la CIA puso en marcha para apoyar a los dictadores latinoamericanos. El tiempo y el cine, ese misterio: 40 años en una hora y media para llegar a las últimas apariciones en televisión de Stroessner, ya exiliado en Brasil, donde murió sin que se le aplicara ningún tipo de justicia.

Otra propuesta de gran potencia es Soundtrack to a Coup d’Etat, del belga Johan Grimonprez. La película se centra en la relación que se estableció entre el Departamento de Estado de Estados Unidos, la CIA y los golpes de Estado que fueron llevados a cabo en África en los años sesenta. Pero lo interesante es que se enfoca en ciertos músicos de jazz –Louis Armstrong, Dizzy Gillespie, Nina Simone– que fueron enviados a esos países y utilizados como distracción para poder impulsar el derrocamiento de Patrice Lumumba, líder independentista del Congo. La película sugiere una pregunta fundamental: ¿sabían los músicos la función que estaban cumpliendo? Los «embajadores del jazz» dejaban en África la imagen de un Estados Unidos alejado del racismo, cuando la situación real era que, en el país del Norte, la lucha por los derechos civiles estaba en plena ebullición. Malcolm X apoyaba a Lumumba; Max Roach, Abbey Lincoln y Maya Angelou organizaron una enorme manifestación frente a la ONU cuando, finalmente, se concretó su asesinato, lo que le devolvió al jazz cierta imagen de dignidad. La película se centra en la interna política del Congo frente a las presiones belgas, norteamericanas y soviéticas, mientras la banda sonora musicaliza los acontecimientos mostrando shows y entrevistas a los músicos de esa época. La violencia, el humor y la ironía organizan el montaje y proponen una muy consistente reflexión acerca de la relación entre la estética y la política, o entre el arte, el colonialismo y el poder político.

Finalmente, en el marco de estimular a que los lectores se interesen por un tipo de cine que se centra en ciertos posicionamientos éticos, resulta imposible no recomendar dos títulos que cuentan con la participación de dos de las más grandes artistas del transfeminismo latinoamericano. Tesis sobre una domesticación es una adaptación de la novela homónima de Camila Sosa Villada, protagonizada por la autora y dirigida por Javier Van de Couter. En su historia, los personajes asumen que ciertos valores son la garantía de la felicidad y deciden adoptar una actitud sumisa frente los mandatos impuestos por la heteronorma, lo que deja en evidencia las renuncias que deben hacer para lograr una paz que se parece bastante al infierno. Por su parte, ¡Caigan las flores blancas!, de Albertina Carri, es nada más y nada menos que la última película de una de las autoras más inteligentes, comprometidas y creativas del país vecino, que cuenta con una filmografía de una contundencia experimental y política difícil de igualar. Debería bastar con esa recomendación: es la última de Carri, ¡qué alegría! Nos vemos en los cines. 

  1. Para saber más sobre lo que viene sucediendo en este sentido, les recomiendo la lectura de «Se apaga la luz del faro», Brecha, 17-V-24.  ↩︎
  2. Ver la nota de Diego Faraone «En sus marcas», Brecha, 4-IV-25. ↩︎

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