Josué Enríquez es uno de esos seres humanos que lo único que quieren en la vida es tranquilidad y, para conseguirla, tiene un as bajo la manga, un as que le ha resultado infalible, incluso en los momentos de absoluta amargura: su sonrisa. Tiene 27 años y trabaja lavando autos en Tijuana, en el estado mexicano de Baja California. Cuando le pregunto en qué consiste su tranquilidad me responde enseguida que en ser feliz. Le cuento que la palabra felicidad me parece muy complicada, y él –revelándome sus inagotables dientes– asegura: “Estados Unidos, hermano, mi felicidad está allá”.
En su tiempo libre, Josué acude como voluntario a la Casa del Migrante, de Tijuana. Allí hace lo que mande la ocasión: desde cambiar un bombillo, pintar una pared o colaborar en labores de limpieza, hasta resolver...
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