SANDRA SANTANA (MADRID, 1978) recita mal. Se le amasan en la lengua las palabras que tiene para decir, y se pierde en lo duro de su acento la fluidez del poema. Escribe bien y con conciencia de lo que está siendo dicho, y es una mujer linda, con su pelo desprolijo y sus ojos claros, pero recita mal. Como si quien estuviese leyendo fuera un programa de computadora. Y, lamentablemente, es más fácil encontrarla en video que encontrarla escrita, lo que contamina aquello que tiene para decir. Sin embargo, a pesar de eso, existe dignidad en los textos que enuncia, aunque no sepa cómo hacerlo.
“(…) porque él/ (que fue bendecido/ con la invisibilidad/ de los espejos),/ está privado/ de la capacidad de querer.”
Como si, en un intenso trabajo de asociación libre, lograra amasijar todas las metáforas que se le ocurrieron cuando quiso dibujar su interioridad. Y aparecen pilares de cenizas sobre manzanas, pequeños recuerdos de los sueños infantiles que en algún momento frecuentó.
Sandra Santana es profesora de filosofía en la Universidad de Zaragoza y editó, aparte de un trabajo sobre Karl Kraus, escritor austríaco, dos libros de poesía –Es el verbo tan frágil (Pre-texto, 2009) y Y ¡pum!, un tiro al pajarito (Arrebato Libros, 2014).
Es el trabajo de delimitar el yo en el que se quiebra el término, quedando pocas palabras que puedan calibrar el peso de la realidad. Si decimos que el loco es aquel que es siempre consciente de que el verbo, ese otro gigantesco y perverso, está atravesándolo todo el tiempo, podemos suponer que sí, puede ser verdad, está un poco loca, jugando constantemente con la idea de que la palabra nunca será suficiente. Vivir se vuelve también una palabra inútil al ser musitada, y tiembla con más fuerza que las demás cuando los dedos son colocados sobre ella; se vuelve frágil, inconstante y, en último término, irreal.
“Mi suspicacia hace/ que se rompa la tarde/ y la superficie del cielo,/ como el vidrio por un leve golpe,/ descubre una grieta infinita.”
La grieta que recorre el cielo tiene algo de impúdico, como si dejara entrever lo perverso del universo. Porque la voz poética de Sandra Santana se coloca siempre en lugar de infante desprotegida y asustada, esperando que caiga sobre ella la desgracia. No es victimizándose, sino volviéndose niña. Y la gracia está en que no es una representación infantil típica, no usa el lenguaje de la infancia, sino que le trasmite la experiencia al lector, la revive, a partir de las imágenes que evoca, a partir de la sensación de de-sencuentro, de incredulidad. La vida comienza a plegarse, idéntica a ella misma, sobre recuerdos desapegados entre sí y en batalla con el exterior, y es ese punto medio donde la poeta decidió habitar.