Sin duda Julio Marenales es uno de los militantes más importantes que ha tenido la izquierda uruguaya, un hombre comprometido con las luchas populares desde siempre y hasta el final de sus días. Mucho se ha escrito sobre su compromiso político –y puede seguirse escribiendo– y, en especial, sobre la situación a la que fue sometido como rehén de la dictadura junto con otros ocho compañeros. En la pasada edición de Brecha dos notas dedicaron muy jugosos conceptos al Viejo Julio. Y por ello mismo quiero dedicarle esta nota a él, al compañero, al amigo de la vida, al ser humano que supo ganarse el afecto de muchos.
El Viejo Julio formaba parte de los referentes del Movimiento 26 de Marzo –que yo integraba–, al igual que Raúl Sendic, Jorge Manera, Eleuterio Fernández Huidobro y otros compañeros. Durante su militancia clandestina y luego en la prisión como rehén intentábamos por todos los medios estar al tanto de su situación.
No lo conocí personalmente hasta la salida de la dictadura. Tuvimos muchas charlas y momentos juntos en los años siguientes. Una de las primeras cosas a destacar es la entereza con que salió de la prisión: su fortaleza, su dedicación a la militancia, su convicción de que venía una etapa en la que era necesario reorganizar las organizaciones populares y de que la lucha era larga, necesaria y, por tanto, había que definir una estrategia para la nueva etapa.
Siempre admiré su entereza frente a la condición de rehén, y un día le pregunté cómo había resistido: “Todos los días me levantaba y decía: ‘Hoy tengo que salir entero’. Así, día tras día”. Esa respuesta ilustra su manera de ser.
Algunos años integramos juntos el Comité Central del Mln. Allí se destacaba por sus intervenciones políticas y, principalmente, por su preocupación por los jóvenes integrantes de la organización. Se ocupaba de los problemas cotidianos de aquel local ubicado en la calle Cebollatí, para que las reuniones fueran buenas. Jamás pensó que por su historia, por su lugar en la organización o por lo que fuera, debía ser distinto al resto. Siempre se sintió uno más.
Impulsado por nosotros fue orador central del acto posterior a la tercera convención del Mln, de diciembre de 1985, la primera después de la dictadura. Fiel a su forma de ser, nos pidió a un grupo de compañeros que trabajáramos con él en el armado del discurso, y fue muy receptivo a las ideas del colectivo. Vivíamos a menos de cuatro cuadras, y eso permitió que nos encontráramos muchas veces, en su casa o en la mía, a hablar de política, obviamente, pero también de temas variados. Algunas veces acompañados de Quico Suárez y otros tantos compañeros. Cuando pasaba con mis hijos rumbo a la escuela Paraguay, salía a saludarnos con sus herramientas en la mano.
Cuando me fui del Mln, vino a convencerme de que no lo hiciera, y discutimos largamente mi decisión. Respetuoso de las decisiones, como siempre, me dijo: “Es una pena, pero hay que seguir siempre a las convicciones”. Por alguna razón que ni siquiera él sabía exactamente –se lo pregunté muchas veces–, tenía por mis hijos un afecto especial. Preguntaba siempre por ellos, y en momentos difíciles estuvo allí para acompañarme.
En los años posteriores sus opiniones siempre fueron para mí una referencia. En el acuerdo o en la discrepancia siempre reconocí la honestidad de su pensamiento, su coherencia, sus principios –de los que no se apartaba–, y sobre todo su gran formación teórica, que reflejaba la inspiración marxista y de izquierda de sus ideas. Esto hacía necesario escucharlo siempre o, en los últimos tiempos, leerlo.
En abril de 2005, en un acontecimiento familiar, él y su compañera estuvieron allí y nos dieron su regalo: un dibujo en papel de armar cigarrillos encuadrado con la firma J A M 75. “Este fue el primer dibujo que pude sacar de los cuarteles; quería que lo tuvieras”, dijo. Fue tal la emoción que sentimos con Alicia que nos fue imposible decirle nada, lo tomamos y respiramos fuerte. Hoy está colgado en nuestra casa en un lugar de referencia; quien entra se encuentra con él. Con el tiempo, la frecuencia de nuestros encuentros se redujo, pero no su intensidad. Cuando nos encontrábamos, las conversaciones fluían. Incluso en 2007 y 2008 hablamos sobre la reforma de salud en la que me tocó participar. En los últimos años nos vimos poco, pero quisiera compartir, de aquellos años, principalmente con las nuevas generaciones, estas facetas del Viejo Julio. No quería dejar pasar este momento para expresarlo y trasmitir a su familia mi admiración y mi afecto. Lo del título: se fue un grande, pero sus ideas, sus principios, su compromiso nunca se irán.