La Oxford Union Society es un club estudiantil de élite fundado en 1823 y dedicado al intercambio de ideas, cuyos miembros son en su mayoría estudiantes de la Universidad de Oxford. Varios de sus presidentes fueron luego primeros ministros de Reino Unido y de otros países de la Commonwealth británica, y de sus célebres debates han participado como invitadas figuras como Winston Churchill, Albert Einstein, la reina Isabel II, Helmut Kohl, Jawaharlal Nehru, Malcolm X, Ronald Reagan, Bernie Sanders, Marine Le Pen.
El 28 de noviembre, el club debatió la moción: «Esta cámara cree que Israel es un Estado de apartheid responsable de genocidio». Aunque la Oxford Union se jacta de organizar discusiones feroces «que confrontan las cuestiones más arriesgadas de nuestro tiempo» –en 1933, en una caldeada asamblea, aprobó la moción «esta cámara, bajo ningún concepto, pelearía por el rey y el país»–, la mera inclusión del tópico del genocidio en Gaza levantó ya en la previa airadas acusaciones de «inmoralidad» y «travestismo», y el infaltable epíteto de «antisemitas». Varios invitados se negaron agriamente a participar.
Finalmente, dos equipos de debate se hicieron presentes. En contra de la moción, y en defensa de Israel, Natasha Hausdorff, directora jurídica de Abogados de Reino Unido para la Fundación Benéfica de Israel; Jonathan Sacerdoti, escritor y exalumno de Oxford; Mosab Hassan Yousef, exespía palestino al servicio de la inteligencia militar israelí, y Yoseph Haddad, un israelí de origen palestino que renunció a esa identidad, peleó en el Ejército israelí y dirige una ONG «árabe-israelí» de defensa de Israel. Del otro lado, a favor de la moción, comparecieron el presidente de la Oxford Union y estudiante egipcio de Derecho, Ebrahim Osman-Mowafy; la escritoria palestina Susan Abulhawa; el poeta y cronista palestino Mohammed el Kurd, y el escritor y conferencista antisionista israelí-estadounidense Miko Peled.
La moción «esta cámara cree que Israel es un Estado de apartheid responsable de genocidio» fue aprobada por 278 votos contra 59.
El cierre del alegato a favor correspondió a Abulhawa. Su intervención rápidamente superó el millón de visitas en YouTube y se había vuelto viral antes de ser eliminada sin explicaciones de la cuenta de la Oxford Union, y sustituida por una versión abreviada. A continuación, Brecha reproduce en español la transcripción íntegra de su discurso.
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No aceptaré preguntas hasta que haya terminado de hablar, así que, por favor, absténganse de interrumpirme.
Ante el desafío de qué hacer con los habitantes autóctonos de la tierra, Chaim Weizmann1, un judío ruso, escribió que los palestinos eran como «las piedras de Judea», «difíciles obstáculos a ser despejados de nuestro difícil camino». David Grün2, judío polaco que cambió su nombre por el de David Ben-Gurión para que pareciera relacionado con la región, escribió: «Debemos expulsar a los árabes y ocupar su lugar».
Hay miles de conversaciones similares entre los primeros sionistas que tramaron e implementaron la colonización violenta de Palestina y la aniquilación de su pueblo nativo. Pero solo tuvieron un éxito parcial, con el asesinato y la limpieza étnica del 80 por ciento de los palestinos. Quedó un 20 por ciento de nosotros, un obstáculo insistente para sus fantasías coloniales que se convirtió en objeto de su obsesión en las décadas siguientes, especialmente tras la conquista de lo que restaba de Palestina en 1967.
Los sionistas lamentaban nuestra presencia y debatían públicamente en todos los ámbitos –políticos, académicos, sociales y culturales– qué hacer con nosotros; qué hacer con la tasa de natalidad palestina, con nuestros bebés, a los que calificaban de «amenaza demográfica».
Benny Morris,3 que se suponía que iba a estar presente hoy, en una ocasión lamentó que Ben-Gurión «no terminara el trabajo» de deshacerse de todos nosotros, lo que les hubiera ahorrado lo que ellos llaman el problema árabe.
Benjamin Netanyahu,44 judío polaco cuyo verdadero nombre es Benjamin Mileikowsky, deploró una vez la oportunidad perdida durante el levantamiento de Tiananmén de 1989 de expulsar a grandes franjas de la población palestina «mientras la atención mundial estaba puesta en China».
Entre las soluciones planteadas para lidiar con lo molesto de nuestra existencia estuvo la política de «rompimiento de huesos» en los años ochenta y noventa, ordenada por Yitzhak Rubitzov,5 judío ucraniano que cambió su nombre por el de Yitzhak Rabin (por las mismas razones).
Esa horrible política, que postró a generaciones de palestinos, no consiguió que nos fuéramos. Y, frustrados por la resistencia palestina, surgió entre ellos un nuevo discurso, especialmente tras el hallazgo de un enorme yacimiento de gas natural frente a las costas del norte de Gaza, valorado en miles de millones de dólares estadounidenses.
De este nuevo discurso se hizo eco el coronel Efraim Eitam,6 quien en 2004 dijo: «Tenemos que matarlos a todos». Arnon Soffer,7 un supuesto intelectual y asesor político israelí, insistió: «Tenemos que matar y matar y matar. Todo el día, todos los días».
Cuando estuve en Gaza,8 vi a un niño de no más de 9 años al que le habían volado las manos y parte de la cara con una lata de comida atada a explosivos que los soldados habían dejado para los niños hambrientos de Gaza. Más tarde supe que también habían dejado comida envenenada para los habitantes de Shujaiya y que, en los años ochenta y noventa, los soldados israelíes habían dejado juguetes con trampas explosivas en el sur de Líbano, que explotaban cuando los niños, entusiasmados, los manipulaban.
El daño que hacen es diabólico y, sin embargo, esperan que creas que ellos son las víctimas. Invocando el Holocausto europeo y al grito de «¡antisemitismo!», esperan que suspendas la razón humana básica y pienses que el asesinato diario de niños con disparos a la cabeza a manos de francotiradores y drones, y el bombardeo de barrios enteros que entierra a familias vivas y aniquila linajes completos es parte de un supuesto derecho a defenderse.
Quieren que creas que un hombre que no había comido nada en más de 72 horas, que siguió luchando incluso cuando lo único que tenía era un solo brazo que le funcionaba, estaba motivado por un salvajismo innato y un odio irracional hacia los judíos, en lugar de por el indomable anhelo de ver a su pueblo libre en su propia patria.
Para mí está claro que no estamos aquí para debatir si Israel es un Estado de apartheid o genocida. Este debate trata, en última instancia, sobre el valor de las vidas palestinas; sobre el valor de nuestras escuelas, centros de investigación, libros, arte y sueños; sobre el valor de los hogares que hemos construido trabajando toda nuestra vida y que contienen los recuerdos de generaciones; sobre el valor de nuestra humanidad y nuestra agencia; sobre el valor de nuestros cuerpos y nuestras ambiciones.
Porque si los roles se invirtieran, si los palestinos hubieran pasado las últimas ocho décadas robando hogares judíos, expulsando, oprimiendo, encarcelando, envenenando, torturando, violando y matando judíos; si los palestinos hubieran matado a unos 300 mil judíos en un año, atacado a sus periodistas, a sus pensadores, a sus trabajadores de la salud, a sus atletas, a sus artistas, bombardeado todos los hospitales, las universidades, las bibliotecas, los museos, los centros culturales y las sinagogas israelíes y, al mismo tiempo, hubieran instalado una plataforma de observación donde la gente acude a contemplar la matanza como si fuera una atracción turística…
Si los palestinos hubieran acorralado a cientos de miles de judíos en tiendas de campaña endebles, los hubieran bombardeado en las llamadas «zonas seguras», los hubieran quemado vivos, les hubieran cortado la comida, el agua y las medicinas…
Si los palestinos hicieran que los niños judíos vagaran descalzos con ollas vacías; les hicieran recoger la carne de sus padres en bolsas de plástico; les hicieran enterrar a sus hermanos, primos y amigos; les hicieran salir a escondidas de sus carpas en mitad de la noche para dormir sobre las tumbas de sus padres; les hicieran pedirle a Dios que los mate para poder reunirse con sus familias y no estar solos nunca más en este mundo horrible, y aterrorizaran de tal manera a los niños judíos que los hicieran perder el pelo, la memoria, la razón, e hicieran que niños de 4 y 5 años murieran de ataques al corazón…
Si nosotros obligáramos a sus bebés en CTI pediátrico a morir solos en camas de hospital, llorando hasta que ya no pueden llorar más, a morir y descomponerse en el mismo sitio…
Si los palestinos usaran camiones cargados de harina para atraer a judíos hambrientos y luego abrieran fuego contra ellos cuando intentaran recoger el pan de un día; si los palestinos finalmente permitieran una entrega de alimentos en un refugio con judíos hambrientos, y luego prendieran fuego todo el refugio y el camión antes de que nadie pudiera probar la comida…
Si un francotirador palestino se jactara de haber reventado 42 rótulas judías en un día, como lo hizo un soldado israelí en 2019; si un palestino admitiera a la CNN que atropelló a cientos de judíos con su tanque y que los pedazos de su carne aplastada quedaron colgando de la oruga del tanque…
Si los palestinos estuvieran violando sistemáticamente a médicos, pacientes y a otros prisioneros judíos con barras de metal al rojo vivo, extintores y fierros dentados y electrificados, violando a veces hasta la muerte, como ocurrió con el doctor Adnan al Bursh y otros…
Si las mujeres judías fueran obligadas a dar a luz en la inmundicia, a someterse a cesáreas o a amputaciones de piernas sin anestesia; si destruyéramos a sus niños y luego decoráramos nuestros tanques con sus juguetes; si matáramos o desplazáramos a sus mujeres y luego posáramos con su lencería…
Si el mundo estuviera viendo la aniquilación sistemática de judíos retransmitida en directo, no habría debate sobre si eso constituye terrorismo y genocidio.
Y, sin embargo, dos palestinos –Mohammed el Kurd y yo– nos presentamos aquí para hacer precisamente eso, soportando la indignidad de tener que debatir con quienes piensan que nuestras únicas opciones de vida deben ser abandonar nuestra patria, someternos a su dominio o morir silenciosa y amablemente.
Pero te equivocas si piensas que vine a convencerte de algo. La decisión de esta cámara, aunque apreciada y bienintencionada, tiene poco peso en medio de este holocausto de nuestro tiempo. Vine hoy de la misma forma que lo hicieron Malcolm X y Jimmy Baldwin, que estuvieron aquí y en Cambridge antes de que yo naciera, y se enfrentaron a monstruos bien vestidos y bien hablados que tenían la misma ideología supremacista que tiene el sionismo: la convicción de que hay privilegios que te corresponden, de que has sido divinamente favorecido, de que has sido divinamente bendecido, elegido.
Estoy aquí por la historia. Para hablarles a las generaciones que aún no han nacido y a las crónicas de esta época extraordinaria en la que se legitima el bombardeo indiscriminado de sociedades nativas incapaces de defenderse. Estoy aquí por mis abuelas, que murieron en la pobreza como refugiadas mientras judíos extranjeros vivían en los hogares que les habían robado.
Y también vine a hablarles directamente a los sionistas de aquí y de todas partes. A ustedes, nosotros los recibimos en nuestras casas cuando en sus propios países los intentaron matar y todos los demás los rechazaban. Los alimentamos y los vestimos, les dimos cobijo y compartimos con ustedes la generosidad de nuestra tierra. Y, cuando llegó el momento, ustedes decidieron echarnos de nuestros propios hogares y de nuestra patria, y luego mataron y robaron y quemaron y saquearon nuestras vidas.
Ustedes nos han arrancado el corazón porque está claro que no saben vivir en el mundo sin dominar a los demás.
Han cruzado todas las líneas y alimentado los impulsos humanos más viles, pero el mundo por fin está vislumbrando el terror que hemos soportado en sus manos durante tanto tiempo, y está viendo la realidad de quiénes son ustedes, de quiénes han sido siempre. El mundo observa con absoluto asombro el sadismo, el regocijo, la alegría y el placer con los que ustedes se conducen, con los que observan y celebran los detalles cotidianos de romper nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestro futuro y nuestro pasado.
No importa lo que pase de aquí en más, no importa los cuentos de hadas que ustedes se cuenten a sí mismos y le cuenten al mundo, ustedes nunca pertenecerán a esa tierra. Nunca entenderán lo sagrado de los olivos, que ustedes llevan décadas talando y quemando solo para fastidiarnos y rompernos un poco más el corazón. Nadie nativo de esa tierra se atrevería a hacerles algo así a los olivos. Nadie que pertenezca a esa región bombardearía o destruiría un patrimonio tan antiguo como Baalbek o Battir, nadie destruiría los cementerios antiguos como ustedes destruyen los nuestros, como el cementerio anglicano de Jerusalén o el lugar de descanso de los antiguos eruditos y guerreros musulmanes en Maamanillah. Los que venimos de esa tierra no profanamos a sus muertos; por eso mi familia fue durante siglos la cuidadora del cementerio judío del Monte de los Olivos, como labor de fe y de cuidado por lo que sabemos que forma parte de nuestra historia y de nuestra herencia.
Sus antepasados siempre estarán enterrados en sus verdaderas tierras natales en Polonia, Ucrania y los demás lugares del mundo de donde ustedes vinieron. Los mitos y el folclore de la tierra siempre les serán ajenos.
Nunca conocerán el lenguaje sartorial de las túnicas que vestimos, las que a lo largo de siglos surgieron de la tierra a través de nuestras antepasadas: cada motivo, cada diseño y cada estampado habla de los secretos de la tradición local, de la flora, la fauna, las aves y los ríos.
Lo que sus agentes inmobiliarios llaman «el encanto de una antigua casa árabe» siempre guardará en sus piedras las historias y los recuerdos de nuestros antepasados que las construyeron. Ustedes nunca aparecerán en las antiguas fotos y pinturas de esa tierra.
Nunca sabrán lo que se siente ser amado y apoyado por quienes no tienen nada que ganar contigo y, de hecho, tienen todo que perder. Nunca sabrán lo que se siente cuando las masas de todo el mundo se lanzan a la calle y a los estadios para corear y cantar por tu libertad, y la razón no es que ustedes sean judíos, como intentan hacerle creer a todo el mundo, sino que ustedes son unos colonizadores depravados y violentos que piensan que su judaísmo les da derecho al hogar que mi abuelo y sus hermanos construyeron con sus propias manos en tierras que habían pertenecido a nuestra familia durante siglos. La razón es que el sionismo es una plaga para el judaísmo y, de hecho, para toda la humanidad.
Ustedes pueden cambiar sus nombres para que parezca que tienen que ver con la región y pueden fingir que el falafel y el humus y el zaatar son sus cocinas ancestrales, pero, en lo más recóndito de su ser, siempre sentirán el aguijón de esa falsificación épica. Por eso, hasta los dibujos de nuestros niños, colgados en las paredes de la ONU o en una sala de hospital, provocan ataques de histeria entre vuestros líderes y abogados.
Ustedes no nos borrarán, no importa a cuántos de nosotros ustedes maten y maten y maten, todo el día, todos los días. No somos las piedras que Chaim Weizmann pensó que podían eliminar de la tierra. Somos su mismo suelo. Somos sus ríos, sus árboles y sus historias, porque todo eso se alimentó de nuestros cuerpos y de nuestras vidas durante milenios de existencia continua e ininterrumpida en ese trozo de tierra entre las aguas del Jordán y el Mediterráneo. Desde nuestros antepasados cananeos, hebreos, filisteos y fenicios hasta cada conquistador o peregrino que fue y vino, que se casó o que violó, que amó, que esclavizó, que se convirtió de una religión a la otra, que se asentó o que rezó en nuestra tierra, dejando trozos de sí mismo en nuestros cuerpos y nuestra herencia, las historias legendarias y tumultuosas de esa tierra están, literalmente, en nuestro ADN. Eso no se puede matar ni hacer desaparecer con propaganda, no importa qué tecnología de la muerte usen o qué arsenales mediáticos y hollywoodenses desplieguen.
Algún día su impunidad y su arrogancia llegarán a su fin. Palestina será libre; recuperará su gloria pluralista, multirreligiosa y multiétnica; restauraremos y ampliaremos los trenes que iban desde El Cairo a Gaza y a Jerusalén, a Haifa, Trípoli, Beirut, Damasco, Amán, Kuwait, Saná; terminaremos con la máquina de guerra sionista estadounidense dedicada a la dominación, la expansión, la extracción, la contaminación y el saqueo.
Y ustedes, o se irán, o aprenderán por fin a convivir con los demás, como iguales.
(Traducción y notas de Brecha.)
- Nacido en 1874 en Motal, hoy Bielorrusia, Weizmann fue presidente de la Federación Sionista Británica (1917-1921) y de la Federación Sionista Mundial (1920-1931, 1935-1946). Más tarde, fue el primer presidente de Israel (1949-1952). ↩︎
- Nacido en 1886 en Plonsk, dominio polaco del Imperio ruso, fue el líder de la izquierda sionista y de la colonia judía en la Palestina británica. Fue el primer premier de Israel (1948-1953, 1955-1963). Es considerado el «padre fundador» de ese Estado. ↩︎
- Historiador israelí hijo de colonos británicos, en los años ochenta fue uno de los llamados nuevos historiadores. A contrapelo de los mitos sobre la creación de Israel propuestos por la generación previa de académicos, los nuevos historiadores basaron su trabajo en archivos militares desclasificados que mostraban cómo el Estado se construyó por medio de una limpieza étnica deliberada en 1947-1948. Morris fue invitado al debate de la Oxford Union, pero declinó participar. ↩︎
- Primer ministro israelí (1996-1999, 2009-2021, 2022-actualidad). ↩︎
- Hijo de colonos nacidos en las actuales Ucrania y Bielorrusia, fue comandante del Palmaj, una de las milicias judías que llevó adelante la limpieza étnica de 700 mil palestinos en 1947-1948. Como oficial de las Fuerzas de Defensa de Israel, Rabin ordenó personalmente la expulsión de los 50 mil habitantes palestinos de las ciudades de Ramla y Lida en 1948. Fue jefe del Estado Mayor en la guerra de 1967, cuando Israel supervisó el desplazamiento forzado de otros 300 mil palestinos y unos 120 mil sirios. Primer ministro de Israel (1974-1977, 1992-1995), recibió el Premio Nobel de la Paz por los Acuerdos de Oslo y fue asesinado en 1995 por un ultraderechista judío. ↩︎
- Ocupante de una colonia ilegal en los Altos del Golán sirios, Efraim Effie Eitam era ministro de Vivienda de Israel cuando hizo esas declaraciones. Previamente, había dicho que los ciudadanos palestinos de Israel eran «un cáncer». ↩︎
- Hijo de colonos provenientes de Bielorrusia, geógrafo y uno de los fundadores de la Universidad de Haifa. Obsesionado con la «amenaza demográfica» árabe, en la misma ocasión se refirió a los habitantes de Gaza como «animales». ↩︎
- Abulhawa entró a Gaza en dos ocasiones este año, entre febrero y mayo, antes de que Israel destruyera el paso fronterizo que une Gaza con Egipto. ↩︎