La obra fue creada en 2007 para el Festival del Río de la Plata, celebrado en el parque Harriague, de la ciudad de Salto, con la curaduría de María Ángela Juanena. En 2008 integró la bienal Mishqui Public, de Quito. En esta oportunidad, colaboraron con la artista Florencia Martínez Aysa, Virginia Mesías, Sofía Ognjenovich, Cyro Pintos y Sara Römer Vignolo.
La tensión ausencia/presencia atraviesa la vida de los y las familiares, envuelve el ritual que se repite cada año en la Marcha del Silencio y también el discurso político de quienes sostienen y apoyan esta causa, entre los que se encuentran muchos artistas. En los últimos dos años, por razones sanitarias, la marcha no ha podido realizarse; así, el contexto de la pandemia agregó una nueva dimensión a la angustia compartida, condensada en la imposibilidad de encontrarnos en 18 de Julio, caminar juntos, llegar hasta la plaza Cagancha, leer cada uno de los nombres de las y los desaparecidos y decir «presente». Pero la ausencia de los familiares y de quienes los acompañamos cada 20 de mayo se resignificó gracias a cientos de huellas impresas en la avenida y a las fotos de los 198 detenidos desaparecidos que ocuparon, en una extraña soledad, la calle hasta la plaza Cagancha, interrumpiendo el tránsito cotidiano.
Por distintas razones no pude estar en el Museo de la Memoria; vi la transmisión en vivo. La pandemia está ayudando a que la virtualidad impregne aún más la necesidad de no olvidar y la experiencia cotidiana, que también es política. Lo que veo es, apenas, lo que el encuadre de la cámara me deja ver. La performance acontece frente a mí sin que mi cuerpo esté ahí, sin poder compartir el espacio ni el tiempo con otras personas. Sin embargo, lo que se escucha sí desborda la imagen: sé que hay silencio, como en la marcha, cuando lo rompen los pájaros, las alarmas de auto, los clics de los fotógrafos. El escenario de la performance es el terreno del Museo de la Memoria y está invadido por la luz del sol. Con el transcurrir del tiempo, las sombras van ganando el cuadro.
La ausencia de los detenidos desaparecidos se representa en el suelo: una figura humana hecha con tierra removida. El cuerpo de la artista está enterrado, apenas se ven su cabeza, su hombro y su brazo derecho. Durante tres horas se repite casi el mismo gesto, la mano de Vignolo no toca la tierra, la acaricia, acaricia un cuerpo ausente, lo abraza: «Toda la tierra está cargada de restos de aquellos que murieron por mi libertad», escribió en su cuenta de Facebook. La performance muestra la tierra, le da forma, le otorga sentido a partir de su remoción, y vuelve a poner en escena el acto de enterrar y desenterrar. No puedo no pensar en el trabajo de los arqueólogos forenses, que remueven la tierra para llenar las ausencias y que, junto con otros investigadores, buscan las respuestas que civiles y militares les han negado a los familiares y a toda la sociedad uruguaya. Artistas y arqueólogos trabajan la tierra. En sus cercanías y diferencias, comparten la necesidad de hacer siempre la misma pregunta, sencilla e incómoda: ¿dónde están?