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En Arteatro: “Los talentos”

En Arteatro: “Los talentos”

En un apartamento en Montevideo dos jóvenes veinteañeros (Rodolfo Agüero y Julio Garay) se retan a escribir versos en una pizarra. “Noche de sábado en Montevideo, la gran mole de unánime cemento”, se puede leer desde la platea, y comienza a visionarse un diálogo pretendidamente intelectual entre estos dos personajes, Ignacio y Lucas, que intentan desafiarse comparando sus talentos literarios. Se trata de la versión local de Los talentos, la exitosa obra escrita por los argentinos Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob, que fue un boom en el off porteño y obtuvo el premio Trinidad Guevara a mejor autor en 2010.

La obra nace como ejercicio de escritura tras un taller de formación que los autores tomaron con el maestro Javier Daulte (fundador en el 95 del grupo Caraja-ji, que reunía a la nueva dramaturgia bonaerense), y tiene mucho de autobiográfico. La puesta presenta a tres amigos que toman rasgos de la relación de amistad que los autores tienen con el cineasta Mariano Llinás (con quien trabajaron en 2008 en la recordada Historias extraordinarias, y que próximamente estrena La flor, una película de 14 horas de duración). Estos nexos fraternos dan un rasgo de naturalidad y cercanía al vínculo y a los personajes la posibilidad de reírse de sí mismos. En este ambiente cerrado se despliega un duelo dialógico que muestra una forma de ser poco común en los jóvenes de esa edad. Sus intereses se centran en lo creativo, en un universo literario exigente y restrictivo que toma a la poesía como vara de legitimación. Los autores logran delinear con inteligencia y humor un universo masculino pocas veces explorado: su competencia por la conquista, sus costados vulnerables, sus duelos intelectuales y el dominio de sus pulsiones básicas.

El director Fabio Zidan se rodea de un elenco joven que hace sus primeras armas en la escena y que brinda a los personajes una necesaria impronta de naturalidad e inocencia. Agüero y Garay son acompañados por Santiago Bozzolo en el rol de Pedro, y por Lucía Carlevari como su hermana Denis. Este grupo de personajes instala una lógica propia, que expone una dualidad entre el adentro y el afuera. Ellos, los talentos, poseen sus fortalezas en el interior de sus propios vínculos; sus lógicas intelectuales no sirven de nada a la hora de vincularse con el afuera. Este aspecto es muy bien trabajado en la construcción de una escenografía que recrea un pequeño apartamento cuasi claustrofóbico, cuyo líving es el refugio perfecto. Los únicos nexos con el exterior se dan a través de llamadas telefónicas y de un personaje femenino que irrumpe para romper con esa lógica masculina pretendidamente intelectual. Lo académico se matiza con lo terrenal cuando los instintos básicos comienzan a dominar la escena, para sacarlos de su lugar de seguridad.

De aquí en adelante la obra se transforma en una comedia de situaciones muy bien lograda por el ritmo que los actores sostienen en sus diálogos cruzados, y los estados cambiantes por los que atraviesan. El texto, que los autores trabajaron por más de diez años, muestra esa profundidad de su construcción en personajes que se alejan de los arquetipos y se presentan como seres emotivamente complejos. Hay en los mecanismos de la comedia una parodia al pretendido poder del intelectual, cuyas armas le son inútiles para interactuar en la vida real, alejada de los escritorios y los libros. Una bienvenida versión montevideana con un elenco joven a seguir de cerca, y que promete el mismo talento que anticipa su título.

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