Mientras terminaba uno de mis turnos nocturnos de 10 horas y media en el depósito de Amazon cerca de Poznań, me tocó cargar varias docenas de quilos de copias del libro de fotografía Los obreros. Sobre una clase social que desaparece de la historia, a la hora de la automatización y robotización en el siglo XXI. Las teorías universitarias sobre el fin del trabajo, aunque suenen atractivas, no condicen con la experiencia de 16 millones de trabajadores en nuestro país. Polonia es ya el tercer mayor depósito de mercancías de Europa, el líder de la producción de partes de automóviles en el continente, el mayor transportador de bienes en la Unión Europea (UE) (uno de cada cuatro camiones en Europa tiene un conductor polaco al frente), el mayor productor europeo de electrodomésticos, el segundo fabricante de muebles de Ikea en el mundo. La clase obrera en Polonia crece, aunque se le diga que no existe.
Sin los trabajadores polacos, la economía de la UE no podría funcionar. Por otro lado, los privilegios que las empresas globales obtienen de las autoridades centrales y locales arruinan las economías familiar, local y estatal. Un ejemplo de la imposición del socialismo para los ricos y del capitalismo para el resto de la sociedad se encuentra en Poznań y en las fábricas de Volkswagen ubicadas en sus alrededores.
LA FÁBRICA GOBIERNA LA CIUDAD
Volkswagen Poznań (VWP), que emplea alrededor de 10 mil empleados en las fundiciones, líneas de ensamble, soldadurías y talleres de pintura, maneja un presupuesto cuatro veces mayor que la municipalidad de Poznań, con sus 536 mil habitantes. Sin contar las horas que duermen, los trabajadores de VWP pasan más tiempo tras los muros de la fábrica que en la propia Poznań. Los miembros del sindicato OZZ Inicjatywa Pracownicza (Iniciativa del Trabajador) apuntan que «un mes de trabajo en las fábricas polacas de Volkswagen equivale a cinco semanas de trabajo en una de sus fábricas alemanas. Esto se debe a una mayor velocidad de la línea de ensamble. En conclusión, trabajamos más duro que nuestros colegas alemanes, pero por un quinto del salario».
Mientras en enero de 2020 los sindicalistas distribuían panfletos frente a las puertas de VWP en los que exigían que se disminuyeran las cadencias de trabajo y su duración, Jens Ocksen, quien fuera durante muchos años el presidente de la empresa, recibía de manos de Jacek Jaśkowiak, el alcalde de Poznań, el Sello Dorado de la ciudad, una condecoración que recompensa «servicios excepcionales». Semejantes gestos simbólicos son acompañados de ayuda material. Independientemente de sus afiliaciones partidarias, las autoridades de Poznań y divisiones administrativas circundantes, así como las autoridades nacionales, brindan apoyo financiero a Volkswagen. El recurso que formalmente habilita este apoyo a través de los fondos públicos es la inclusión de las fábricas de VWP dentro de una Zona Económica Especial. Gracias a esto, la compañía obtuvo nominalmente 710 millones de eslotis (unos 190 millones de dólares) bajo la forma de subvenciones o de reducciones de impuestos.
Para la administración de VWP, los salarios bajos, los ritmos infernales de trabajo, las largas jornadas laborales, así como el apoyo de los gobiernos estatal y local, son la receta para el éxito de sus negocios. Cada año, sus fábricas generan un beneficio del orden de entre 400 y 450 millones de eslotis (entre 107 y 120 millones de dólares), que se reparte entre los accionistas privados de Volkswagen bajo la forma de dividendos. La pandemia de coronavirus redujo momentáneamente los beneficios récords en la industria automotriz, ante lo cual la dirección anunció que la fábrica no está preparada para una disminución de sus ingresos. Como consecuencia, cerca de 3 mil empleados de VWP perdieron el trabajo y se le exige ahora al reducido plantel que redoble el esfuerzo, pues el ritmo de la producción debe ser mantenido.
Mientras tanto, las autoridades de Poznań, que desde hace décadas liberan a VWP del pago de impuestos, anunciaron en 2020 que la ciudad se encontraba en déficit y que era necesario realizar recortes en el gasto social como consecuencia de… muy bajos ingresos fiscales. Consecuentemente, en julio de 2020 el alcalde anunció una suba drástica del precio del boleto del transporte público. Se eliminó el transporte gratuito para los escolares, se dobló el precio del boleto para jubilados y familias numerosas, y para el resto de los pasajeros el costo del viaje en ómnibus y en tranvía subió más del 20 por ciento. La suba de los precios aumentó el presupuesto de Poznań en 15 millones de eslotis (unos 4 millones de dólares). Esto es apenas un 3 por ciento del beneficio que cosechó VWP en 2019 gracias a sus bajos salarios y sus altas exigencias, y a las subvenciones públicas.
El carácter neoliberal de las políticas públicas hacia las corporaciones multinacionales como VWP implica que no son estas últimas las que financian las ciudades, sino sus empleados. Esto no se debe únicamente a la ayuda financiera para las corporaciones en las zonas económicas especiales, sino también, más generalmente, a la desigual regulación fiscal en el país. Más precisamente, el Estado distribuye entre las grandes ciudades alrededor del 50 por ciento de lo recolectado por IVA (de personas físicas) y alrededor del 8 por ciento del impuesto sobre sociedades (personas jurídicas). Añadamos a esto el sistema fiscal regresivo en Polonia, único en el mundo, que grava mucho más a los pobres que a los más ricos.
Dados los privilegios otorgados a los millonarios, es el soldador o el montador de VWP el que carga a cuestas el presupuesto de la ciudad. De acuerdo con el programa de las autoridades, si los fondos de la municipalidad no crecen, en primer lugar lo salvarán los trabajadores cuando se suban al ómnibus cada día. No importa si trabajas o no para Volkswagen: si vives en Poznań, financias a VWP. No hace falta montar autos por un quinto de lo que gana un obrero alemán de Volkswagen: basta con pagar un boleto de ómnibus más caro. Las regulaciones neoliberales desplegadas a nivel local y estatal implican que en Polonia millones de personas financian el bienestar de unos pocos millonarios.
A pesar de que generalmente la mayor fuente de ingresos del presupuesto de una ciudad es el impuesto al valor agregado sobre los salarios de los trabajadores comunes, las autoridades de Poznań, como las de otras ciudades, no apoyan a los trabajadores y los sindicatos en sus luchas por mejores salarios y condiciones de trabajo. Sus presidentes les dan a los patrones de las corporaciones condecoraciones por organizar la explotación, y a los trabajadores les preparan recortes sociales y aumentos en los precios de los servicios públicos.
ANTIFASCISMO Y CRÍTICA A LA UE
Los sindicalistas de OZZ Inicjatywa Pracownicza en la rama de producción y logística critican desde hace años la sangría hacia el oeste de los abultados beneficios que están en la raíz de los salarios bajos. Este proceso y su generalización son explicados por el economista francés Thomas Piketty en su libro Capital e ideología, en el que demuestra que el flujo de capital desde Europa central y oriental hacia Europa occidental es mayor que a la inversa. Entre 2010 y 2016, Polonia obtuvo de la UE ingresos equivalentes a 2,7 por ciento del PBI del país, mientras que en ese mismo período salió de Polonia un capital equivalente al 4,7 por ciento del PBI. Esto es, en gran parte, consecuencia de los menores salarios pagados aquí por las multinacionales y de la transferencia de los enormes beneficios a los bolsillos privados de las elites occidentales bajo la forma de dividendos. Se subestima, pues, la escala real de las desigualdades sociales en Polonia, dado que quien consume los frutos del trabajo duro es más comúnmente un accionista occidental de una fábrica local que un oligarca polaco.
En este contexto, la crítica de la relación de Polonia con la UE desde la perspectiva de los trabajadores no es sólo comprensible, sino indispensable, si no queremos financiar a los millonarios occidentales con nuestros modestos bolsillos. Esta crítica es rara vez expresada por la izquierda, puesto que esta raramente aparece en las batallas de los trabajadores. Piketty, como otros investigadores y activistas en Europa y Estados Unidos, señalan cómo los grupos y partidos de izquierda representan hoy generalmente a la clase media educada, con sus raíces más frecuentemente en las universidades que en las fábricas.
La extrema derecha hace su propia crítica a la UE, pero desde el punto de vista de los conflictos culturales y de la «lucha contra las degeneraciones», que incluyen de todo, pero no las zonas económicas especiales. Más aún, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, defiende ante la UE el «modelo tradicional de la familia», mientras que implementa en el país su programa cuasi colonial de «toda Polonia como Zona Económica Especial», para la satisfacción de los acreedores de la Unión.
Si el movimiento polaco antifascista quiere ser capaz de representar los intereses de los 16 millones de personas que se sostienen de su propio trabajo, no puede estar desconectado de los susodichos problemas de clase y dejarle a la derecha la crítica de la UE. Todas las ideologías que oscurecen la existencia del mundo del trabajo y de sus necesidades –desde los mitos de la izquierda sobre el «fin del trabajo» y el «capitalismo digital» hasta los desvaríos derechistas sobre el «marxismo cultural»– fortalecen la explotación y el avance del fascismo.
(Publicado originalmente en Pod brukiem leży plaża. Warszawski biuletyn antyfaszystowski,n.o 11. Traducido del polaco por Bruno Stonek. Titulación de Brecha.)