Solidez soleada - Semanario Brecha

Solidez soleada

Almar, edición de la intérprete.

Almar, edición de la intérprete.

Es verano: el clima ideal para escuchar este disco,1 especialmente si uno tiene la posibilidad de estar totalmente ajeno al peso de las preocupaciones más mundanas, y si justo está en una playa o similar paisaje natural no demasiado contaminado por turistas. Todas las canciones de Paulina Viroga cantan una situación vinculada con eso: las escenografías son “Viento y sol, agua y mar”, “luna nueva”, el río Paraná, “el medio del campo”, “Enero mes entero/ mes de tarde larga y sol”, “Muy lejos del invierno”, con una sola excepción en una amable y gratificante Montevideo. La disposición siempre es despreocupada, ociosa, esperanzada, confiada en la magia de la vida, “Siente el alma, vibra, baila/ Vino a ser feliz”. Música de vacaciones, pero no en el sentido del desparpajo compensador de un cotidiano de laburo o de estudio, sino en espíritu más trascendente, el ocio como ideal de vida, de purificación existencial, en el rastro de la parte más constructiva de la cultura hippie; la utopía de una vacación eterna apartada del capitalismo, en algún pueblito pesquero haciendo artesanías, plantando comida orgánica o conociendo el mundo como músico callejero itinerante. La música apunta hacia el ámbito estilístico más asociado a lo playero y soleado en toda la América del Sur, es decir, el litoral brasileño en los años setenta, tiempos de una refinada música de clase media pre-corrupción, pre-narcotráfico, pre-globalización: hay algunos sambas pos-bossa nova (“Beira do mar” incluso está en portugués), aires de baión, base en guitarra criolla con acordes refinados, guitarra eléctrica jazzística, piano Fender Rhodes, unos luminosos arreglos de vientos. Paulina canta con una emisión de una lisura casi infantil, carente de drama y despojada de peso vital, su voz aguda, bonita, joven, sonriente y firme trasmitiendo en forma convincente esa disposición ligera.

Puesto así, sería fácil ridiculizar toda esa estética desde diversos tipos de perspectiva crítica, que podrían proceder de una conciencia alerta a las miserias del mundo que hacen que esa tranquilidad sea accesible sólo a muy pocos, y a que el ámbito estilístico está asociado a la clase media educada. La crítica podría venir también, sencillamente, desde sensibilidades más afines a estéticas más agresivas y oscuras, más cínicas y menos amables. Pero un disco no tiene necesariamente que pintar todo el universo: veranear está divino, esta música está muy bien para acompañar ese momento, o para obrar como sucedáneo si uno aspira a hacerlo pero no puede.

Este trabajo, en todo caso, se defiende especialmente bien por el hecho de que la música es muy sólida. Paulina canta bien, toca bien la guitarra, y es una excelente compositora. Ninguna de sus melodías es banal, todas tienen su encanto, su sorpresa, su ingenio, su espesor y ambigüedad, cada una tiene su perfil diferenciado de las demás. La producción y los arreglos son de Lucas Lessa, él mismo uno de los compositores más interesantes de Uruguay entre los que andan por los treinta y pocos años. Los dos se rodearon de músicos muy competentes y totalmente sintonizados. La realización es inmaculada, en la interpretación y en el sonido. Además de las brasileñeces hay cosas inventadas, siendo especialmente interesante el aire medio ritual de “La nada”, obtenido con la melodía pentatónica y el ritmo solemne. A su manera, el disco es bien uruguayo, considerando que hay una parte de la música local muy influida por Brasil, máxime si se canta, como acá, con el acento montevideano, la consabida veta nacional de austeridad interpretativa y entreverada con elementos musicales distintivamente locales o inventados con libertad. La primera parte de “Montevideo” es un toco. “Luna nueva” empieza insinuando una marcha-camión, luego se define más bien hacia un candombe, pero cuando entra el redoblante ornamentado termina de decidirse por la marcha-camión de vuelta, mientras la amplia melodía modal hace pensar más bien en el nordeste brasileño.

Es un disco agradable, fresco, muy bien realizado, de una compositora e intérprete que vale la pena seguir, porque tiene una musicalidad y creatividad como para explorar muchos caminos más. 

  1. Almar, edición de la intérprete (con apoyo del Fonam), 6773-2, 2016.

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