A finales de los ochenta un embajador estadounidense en Lima señalaba: “Aquí en el Perú se puede morir de cualquier cosa, menos de aburrimiento”. Lo que ha pasado y está pasando en mi país en las últimas semanas me ha llevado a exigir explicaciones, como repetía sin cesar el chileno Condorito. Hagamos un listado para no aburrirse: confrontaciones ideológicas en la escena oficial entre la derecha bruta y achorada1 y la derecha dizque democrática;2 destapes sobre la corrupción sistémica más grande de nuestra historia gracias a Odebrecht y Lava Jato; movilizaciones políticas y socioambientales dispersas sin fin, línea ni dirección; ministros que renuncian a sus cargos –el de Transportes por negligencia, el de Vivienda por sospecha de corrupción–, pero que no son reemplazados desde hace dos semanas; funcionarios de alto nivel en el sector Economía y Finanzas que son pilotos de bombardero a quienes poco les importa qué le sucede a la gente que está abajo con las medidas que impulsan; crisis recurrente de un régimen político que hace rato que pide refundarse; cuatro ex presidentes presos, fugados, procesados, y ahorita nomás, el 17 de abril, el suicidio de uno de los principales acusados por corrupción, a quien quieren convertir en mártir para que los delitos queden impunes.
Así de compleja es la situación en la que nos encontramos en Perú desde hace décadas. Mi primera reacción frente a la tragedia del último miércoles 17 de abril fue escribir que el país y todos nosotros estamos consternados por el final del ex presidente Alan García por su propia mano, buscando claramente, una vez más, huir de la justicia. Extendí mis condolencias a sus familiares, amigos y partidarios en ese momento y señalé la ilusión de que este trágico suceso nos ayude a todos a profundizar la lucha contra la corrupción, que no haya impunidad alguna para nadie y que sigamos en la senda de la construcción de una sociedad solidaria, democrática, justa y sin corrupción.
Sin embargo, en estos pocos días transcurridos, los partidarios del dos veces presidente de Perú y dirigente de la alicaída Alianza Popular Revolucionaria Americana (Apra) y sus cómplices –quienes han llegado incluso a plantear la inmortalidad del muerto– lo que buscan son culpables de la tragedia entre jueces, fiscales y periodistas, cuyo único pecado ha sido no permitir que la impunidad se imponga. Para muchos peruanos está clara la maniobra, la cortina de humo, de los que buscan impunidad.
Analistas como el historiador Nelson Manrique y los periodistas César Hildebrandt y Juan Carlos Tafur, con opciones políticas variadas, sostienen que convertir a García en un mártir en virtud de su suicidio es una manera de tratar de afectar la lucha contra la corrupción. Por su lado, el congresista aprista alanista Mauricio Mulder, el cardenal Juan Luis Cipriani del Opus Dei, los periodistas Alfredo Barnechea, Mijael y Hernán Garrido Lecca, así como la ex ministra aprista Nidia Vílchez, sostienen que se trata de una víctimade la “persecución fascista” (Mulder dixit) encabezada por el presidente Martín Vizcarra, los medios y“la caviarada”(“caviares” somos todos los que luchamos contra la corrupción y el fuji-aprismo), y que “el odio tiene que cesar”. Para estos personajes de la variopinta derecha peruana, García “salvó el honor del Apra, de su familia, y su figura”, y hasta ha circulado un afiche aprista que lo asocia con la Semana Santa. Es decir, se trata de un redentor.
Exponiendo el lado religioso en el asunto, el cardenal progresista Pedro Barreto dijo que “no hay valientes ni cobardes: el suicidio es un mal ejemplo y es un pecado mortal para la Iglesia Católica”. Casi al mismo tiempo el fujimorista y coprolálico cardenal Cipriani –en los ochenta, siendo obispo de Ayacucho, dijo que “los derechos humanos son una cojudez”– capeó hasta dos veces las preguntas insistentes de una periodista sobre si habría una bendición de la Iglesia al suicida y respondió: “Después te contesto… no entiendo tu pregunta”.
Mi amigo el economista Armando Pillado-Matheu cavila sobre el tema: “Pienso que para Alan García evidenciar sus culpas y bajezas en una cárcel –-se sabía culpable– no era una mejor opción que la muerte, incluso una cárcel cómoda a lo Fujimori. Era una adversidad tolerable objetivamente, pero subjetivamente intolerable para él”. Concluye que: “García fue más valiente que cobarde en su acto final, algo explicado en algún grado por las consideraciones exhibidas antes. Lo que no me exime de verlo como el líder vigente de la traición proimperialista al socialismo primigenio aprista y de una corrupción partidaria masiva de muchos años, sólo comparable a la del fujimorato”.
Mientras tanto, Alejandro Toledo, quien presidió Perú entre 2001 y 2006, reside muy campante en Estados Unidos, donde se evalúa la petición de extradición realizada por acusaciones de lavado de activos. Los cuatro ex presidentes –Toledo, García, Humala y Kuczynski– han sido involucrados en el escándalo continental de sobornos protagonizados por la empresa constructora brasileña Odebrecht, aunque todos han señalado su inocencia en diferentes oportunidades. Sabemos que Perú no es el único país de Latinoamérica con ex presidentes señalados de corrupción, pero sí el que cuenta con mayor cantidad de ex jefes de Estado recientes con acusaciones en su contra. Por si fuera poco, otros líderes políticos peruanos, como Keiko Fujimori –la hija del preso por ladrón y genocida Alberto Fujimori– y más recientemente la ex alcaldesa de Lima de centroizquierda Susana Villarán, también se han visto envueltos en el escándalo.
Lo que tenemos actualmente en Perú no es una crisis cualquiera, ni siquiera es una crisis de régimen político, sino una crisis de Estado. En este tipo de crisis, que es política, social, ética, económica, ambiental, todo a la vez, en la que “los de arriba no se ponen de acuerdo” sobre cómo seguir robando y “los de abajo no están en condiciones de reemplazarlos” pese a las intensas movilizaciones en curso, el peligro que afrontamos es convertirnos en un Estado fallido. Nuestra economía, sociedad y política, según el sociólogo peruano Francisco Durand, es Fid: formal (muy pequeña), informal (muy grande) y delincuencial (casi la cuarta parte), y en ascenso. En esta sociedad, lamentablemente, las fuerzas del cambio son pequeñas y están dispersas.
* Economista, asesor parlamentario, militante ecosocialista, ex viceministro peruano de Recursos Naturales y Ambiente (2011).
1. Mayoritariamente representada por el fujimorismo y el aprismo, que defienden el modelo extractivista neoliberal en curso y abogan por reinstalar un régimen autoritario, populista, corrupto y excluyente.
2. Se trata de aquella derecha que defiende el modelo neoliberal extractivista, con una democracia representativa limitada, hasta que los movimientos sociales y sus representantes cuestionan este modelo en el parlamento y en las calles, circunstancia en la que se olvidan de la democracia y criminalizan las protestas.