El autor catalán Esteve Soler es un dramaturgo contemporáneo cuyas obras han sido traducidas a varios idiomas y representadas en varios países. La Comedia Nacional presenta su Trilogía de la indignación (2007) en el Teatro Stella, en la concreción del primer convenio de la institución con el teatro independiente. Las tres piezas que conforman esta saga son Contra el progreso, Contra la democracia y Contra el amor. Se caracterizan por presentar escenas breves en las que se polemiza acerca de la condición humana en la época actual, mientas conviven el humor y el horror en situaciones que no disimulan las influencias de grandes autores, como Ionesco y Beckett. Los análisis críticos han denominado a esta serie de obras como «pastillas góticas rellenas de ácido sulfúrico», y la descripción resulta acertada: cuando uno sale de la sala, se lleva consigo algo de este ácido que altera los estados.
Con la dirección artística de La Emergente y la dirección escénica de Federico Puig y Diego Araújo (recordemos sus actuaciones en A los tibios los vomita el diablo y su trabajo de autoría y dirección en Gente que no), la puesta en escena de Contra el progreso nos muestra a un grupo de actores vestidos con ropa deportiva y haciendo ejercicios de calentamiento antes de salir a la cancha. El culto al cuerpo y a la apariencia como síntoma del progreso flota en el aire. Lo superfluo de la admiración que despierta tener la voluntad suficiente como para intentar parecerse a una máquina recorre las breves situaciones planteadas, en las que el absurdo se acerca demasiado a la realidad que nos rodea. El elenco se conforma por actores del elenco estable, como Leandro Núñez y Gabriel Hermano, otros experientes en el teatro independiente, como Soledad Gilmet y Matías Vespa, y actores más jóvenes de la escena emergente, como María Emilia Pérez, Camila Parard y Victoria Quimbo. En conjunto, logran una química que hace que los diversos personajes y situaciones fluyan coherentemente.
Para comprender los intereses del autor, es necesario seguir el hilo de las escenas, que rozan lo cruel. Los humanos allí representados fortalecen su vínculo con las tecnologías mientras van olvidando a ese otro que tienen enfrente. ¿Qué sucede si perdemos la empatía? Soler se lo cuestiona mientras sus personajes, poco a poco, van perdiendo su condición de humanos. En la aparente risa se esconden costados oscuros y mientras la obra nos enfrenta a mundos distópicos, en los que la realidad parece distorsionarse, surge la contradicción de que nos vemos reflejados y sentimos que lo que sucede puede pasar a la vuelta de la esquina. La agonía, el hambre, la inminencia de la muerte se presentan como aspectos naturalizados, despojados de asombro, mediante escenas que se desarrollan como un espejo tan cercano que incomoda.