En este 1968 ya soplan vientos de fronda para los contumaces reaccionarios de otros tiempos: comienza ya ‘la hora de los pueblos’, caracterizada por la liberación de las naciones del yugo opresor de los imperialismos.” Tal lo que escribió en ese año el general Juan Domingo Perón, desde su exilio madrileño. Allí había recalado gracias a la ayuda de Falange, que permitió vencer las reticencias iniciales del dictador a una primera solicitud de asilo. Es que Falange estaba ideológicamente mucho más cerca de Perón de lo que Franco podía estarlo. Franco era un militar conservador sin una ideología definida. Falange Española, en cambio, era un movimiento de “tercera posición”, igual que el justicialismo peronista.
“Tercera posición” no es un nombre que se aplica a las corrientes políticas que no se consideran a sí mismas propiamente de izquierda ni de derecha. “Tercera posición” es otro nombre del fascismo, considerado en su sentido más amplio (es decir, no reducido a su mera expresión italiana). El fascismo es, históricamente, la vía intermedia y alternativa a los dos grandes modelos que emergieron tras la Primera Guerra Mundial: el capitalismo occidental liderado por Estados Unidos y el comunismo soviético. Además del fascismo italiano original, se enmarcan dentro de la “tercera posición” histórica el nacionalsocialismo alemán, la Falange Española (de José Antonio Primo de Rivera), las Jons (de Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo), la Guardia de Hierro rumana, el Partido Rexista belga y otros movimientos de inspiración similar surgidos en Europa en el período de entreguerras (1918-1939). El justicialismo de Perón es un poco posterior, pero abreva en las mismas fuentes.
Fuentes en las que abreva también el Proyecto Segunda República (Psr), una especie de reivindicación del peronismo de Perón, pero ajeno al Movimiento Nacional Justicialista actual (es decir, ajeno al peronismo oficial actual). El Psr, argentino de origen, está desarrollando una filial uruguaya: el Proyecto Segunda República Oriental (Psro).
El segundo “cabildo abierto” de esta última organización tuvo lugar el sábado pasado (véase crónica de la actividad en nota adjunta). De esa actividad participaron el líder del Psr, Adrián Salbuchi, el líder del Psro, Roberto Sosa del Puerto, y, entre otros invitados, el abogado y columnista político de larga militancia izquierdista Hoenir Sarthou.
Bajo una densa atmósfera fascista (las referencias antisemitas, por ejemplo, fueron múltiples y muy poco disimuladas), los expositores identificaron algunas de sus preocupaciones y coincidencias fundamentales. Quizás la principal de esas preocupaciones es la que se articula en torno al temor a la disolución de los estados nacionales soberanos conforme avanza el proceso de la mundialización. Pero también flotó en el ambiente una preocupación más filosófica: el sentimiento de que algo falta o falla en la cultura contemporánea, de que algo no está bien; una especie de malestar con la cultura, como lo definió uno de los expositores. Ese malestar remite a una pérdida: la pérdida de los fundamentos últimos. La modernidad, que niega todo principio filosófico, moral, religioso, político o social último, trascendente, no humano, absoluto o sobrenatural, habría desembocado en el relativismo extremo: el nihilismo. Ya no hay principios incondicionales, todo está en tela de juicio. La modernidad actual no es, desde este punto de vista, la superación o el abandono del pensamiento ilustrado, iluminista, sino su consumación más perfecta: la destrucción última de todo sentido, de todo significado y de todo valor.
Varios de los expositores trataron de explicar el fenómeno de la disolución de los estados nacionales soberanos en términos de esta característica de la modernidad contemporánea o tardía.
En este sentido, no faltaron a la cita las teorías conspirativas. Porque una cosa es integrar elementos culturales y filosóficos a los análisis geopolíticos y otra muy distinta es abonar la teoría de los amos del mundo. La modernidad perfectamente puede haber de-sembocado en el nihilismo. En el acierto o en el error, es una tesis que merece consideración. Un alemán de espeso bigote, Friedrich Nietzsche, argumentó en este sentido hace ya mucho tiempo. Pero en el “cabildo abierto” del Psro el diagnóstico compartido no era tanto el nietzscheano, sino más bien el de los teóricos de la conspiración mundial: la configuración de la cultura actual ha sido decidida hasta en sus detalles más nimios y minúsculos por las elites mundiales y responde a sus propios intereses.
Así, por ejemplo, Sarthou sostuvo que el poder económico necesita destruir a los estados nacionales soberanos, o al menos neutralizarlos como unidades políticas con sentido, y que para ello necesita desacreditar y vaciar las instituciones democráticas y también destruir la idea de ciudadanía, o, mejor dicho, la autopercepción de los individuos como ciudadanos. Para ello, el poder económico promueve que los individuos se autoperciban como hombres, mujeres, trans, blancos, negros, amarillos, heterosexuales, homosexuales, bisexuales, hinchas de Peñarol, consumidores de marihuana, usuarios de Netflix o lo que sea, pero no como ciudadanos de una república que se afirman a sí mismos y que deciden su propio destino colectivamente a través de las instituciones democráticas.
La diferencia puede parecer sutil, pero no lo es. No es lo mismo tener una crítica de la modernidad que sostener una teoría conspiracional del mundo.
Pero hay otro problema: ¿hasta dónde la mera superficie de una crítica a la modernidad puede determinar una coincidencia profunda entre un pensamiento reaccionario y un pensamiento de izquierda?
Lo llamativo del segundo “cabildo abierto” del Psro no es que se hayan escuchado cosas que desde hace mucho tiempo se pueden leer en la revista El Soldado, en algún caso de boca del propio autor, sino el hecho de que, no meramente a través de su presencia sino también con sus palabras, un respetado columnista político de izquierda pareciera avalar una aparente coin-
cidencia no accidental ni meramente superficial, una verdadera coincidencia estratégica entre dos visiones del mundo que uno podría considerar antagónicas.
¿El eje patriotismo-mundialismo ha sustituido al eje izquierda-derecha? ¿O es que para aceptar esto uno previamente ya debe haber empezado a comulgar con los ideales políticos y filosóficos de la “tercera posición”?