Gusti es un autor e ilustrador argentino radicado en Barcelona. En 2016 ganó varios premios por la edición de su libro “Mallko y papá”, y en 2017 repitió la hazaña con “No somos angelitos”, ambos sobre sus vivencias como padre de un niño con síndrome de Down. Sus libros, de extraordinaria belleza gráfica, son un verdadero hallazgo para pensar temáticas difíciles, porque se centran en la trasmisión de ideas creativas, frescas y honestas.
Todos somos hijos; se trata de una condición universal, sin escapatoria, que cada quien atraviesa como puede y que cuando es narrada (sea con palabras o con hechos) deja ver sus efectos, siempre diversos y casi siempre problemáticos. Ser padre, en cambio, implica una experiencia de la que es posible ausentarse. Algo que muchos hombres de hecho hacen, tanto antes como después de tener hijos. El padre es siempre incierto, su figura encierra necesariamente alguna forma de mitología o cuento; la imagen de un gigante, expresada a menudo en forma de relatos breves o, como en este caso, a través de los trazos coloridos y dispersos de unas crayolas. Por causa de esa imagen inicial, engrandecida y poderosa, el padre casi siempre decepciona. Por una cosa o por otra, el cuento acaba en desilusión y a veces, peor aun, en ridículo. Los psicoanalistas estamos acostumbrados a escuchar decir que el padre es siempre un poco menos del que las personas hubieran querido tener. ¿Pero qué pasa cuando es un hijo el que defrauda? ¿Qué pasa cuando es el padre el que es tomado por sorpresa, sus ideales abofeteados, embromados, en el momento inicial de su periplo?
No somos angelitos, el libro de Gusti publicado en 2017 por Océano, y el anterior Mallko y papá, nos plantean el problema justamente desde ese ángulo: “A veces con los hijos pasa como con los dibujos: no te salen como los habías imaginado”. El autor nos cuenta con extraordinaria honestidad lo que sintió con la llegada de Mallko (un niño con síndrome de Down) a su vida: “Cuando Mallko nació, atacó mi castillo con todas sus fuerzas, con todo su ejército. No lo acepté. No lo acepté”.
La llegada de un niño con discapacidad a una familia suele poner a prueba a los adultos. Desafía su integridad emocional, los vínculos, los proyectos y prioridades de todos. Aparecen sentimientos de dolor, culpa, desolación, ira. Una gran nostalgia por la “pérdida” de los ideales relacionados con el niño, y dificultades para construir relaciones de afecto. Con frecuencia esta experiencia genera rupturas y abandonos.
Mallko y papá propone una mirada que desdramatiza la experiencia de la discapacidad a través de un código vital, que el autor localiza mientras viaja por los caminos del arte, la alegría, el humor. No somos angelitos busca llegar aun más lejos: desbanalizar la sensiblería dominante (“son estrellas en el cielo”, “un regalo muy especial”) y colocar la sensibilidad donde es debido. La diferencia humana, incluso si es de sólo un cromosoma, implica siempre una pregunta. Y con ella una tremenda, maravillosa inquietud.
Para muchos niños y niñas con discapacidad, la crianza está teñida por expectativas tan bajas que es como si uno pensara un curriculum vitae al revés, una lista de las cosas que el niño nunca logrará. “Nunca será presidente. Ni jugador de fútbol. Ni paracaidista. Nunca podrá conducir un autobús”, nos dice Theo, el hermano mayor de Mallko. La angustia en esa etapa es normal, pero dramatizar, paralizarse, es la peor solución. Muchas veces las familias que pasan por esa prueba emergen fortalecidas; en este caso los protagonistas lograrán sobrevivir y redescubrirse a través de un sendero de enorme belleza narrativa y plástica. En ambos libros el autor trasmite la lección que recibe como padre a través de su hijo: hay muchas formas de estar en el mundo. Y en cada una de ellas su hermosura, y su temblor.