Es una historia que a la vez provoca melancolía y desazón. Laura Antonelli murió sola, probablemente el domingo 21 de junio por la noche, y una empleada encontró su cuerpo ya frío en la casa de Roma donde vivía. La soledad fue el destino final de una de las actrices más hermosas de Italia, asociada comúnmente al erotismo –la versión del erotismo de los años setenta, más pícaro que crudo–, aunque la Antonelli no sólo fue coprotagonista con el inefable Lando Buzzanca sino también con Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni, Alberto Sordi, Jean-Paul Belmondo, Giancarlo Giannini, entre otros, y filmó bajo la batuta de directores como Mauro Bolognini, Dino Risi, Ettore Scola, Luigi Zampa, Luigi Comencini, Giovanni Patroni Griffi, Claude Chabrol, Luchino Visconti. Precisamente, Visconti la dirigió, y la hizo aparecer con la belleza de un cuadro renacentista en El inocente, la última película del más refinado de los realizadores italianos.
Nacida como Laura Antonaz en un territorio que ahora pertenece a Croacia, Laura Antonelli, que había sido profesora de gimnasia, debutó en 1965 con un filme sobre adolescentes, y comenzó así una carrera con muchas películas pero con la fama aún distante. Trabajando bajo las órdenes de Claude Chabrol en Doctor Popaul conoció a Jean-Paul Belmondo, que era el protagonista, y con él formó durante diecisiete años una de esas parejas explosivas que los paparazzis persiguen sin compasión. Aunque su primer éxito llegó en 1970 –Merlo maschio, de Pasquale Festa Campanile, con Lando Buzzanca– fue en 1973 que Salvatore Samperi la catapultó a la fama con Malizia, en la que Antonelli componía a una mucama que enloquecía de deseo a la vez a un padre viudo y a uno de sus hijos. Por Malizia obtuvo el premio David di Donatello –que volvería a obtener en 1981 por Pasión de amor, de Ettore Scola–, y el comienzo de su afirmación como sex symbol y mito erótico italiano, que incluso trepó al escándalo cuando apareció durante más de seis minutos completamente desnuda en Divina criatura (1976) de Giuseppe Patroni Griffi.
Todo cambió en la última década del siglo XX. En 1991, la Antonelli fue arrestada por la policía por haberle encontrado un sobre con cocaína. Además de unos días en la cárcel, un juicio larguísimo y la paliza mediática en torno al asunto, la actriz tuvo una depresión aguda que la acercó a los fármacos y a estados de angustia incontrolables, que incluso la llevaron a un psiquiátrico, durante los nueve años que duró el proceso en su contra, que finalmente la absolvió por descubrir que se trataba de una adicta y no de una traficante. Los infortunios no terminaron con eso. En 1992, Samperi quiso reeditar el éxito de Malizia dirigiendo a una ya cincuentona Antonelli en Malizia 2000. Como una maldición tipo Eclesiastés, tras el intento de la producción de borrarle algunas arrugas del rostro con no se sabe qué producto, ese rostro se hinchó y deformó de una manera espantosa; así compareció en una conferencia de prensa en la que denunció lo ocurrido. Medio mundo vio aquella cara que había sido preciosa convertida en una caricatura humana.
Recién en el año 2006 el Estado italiano la indemnizó con unos 100 mil euros por todo el daño causado por el juicio penal que arruinó su salud y su vida, y que había sido disparado por la posesión de 36 gramos de cocaína.
Según algunos cables, Antonelli vivía retirada en Ladispoli, cerca de Roma, y prácticamente en la pobreza cuando hace cinco años el actor Lino Banffi hizo un llamado público para ayudarla. La actriz agradeció el esfuerzo, pero rechazó la ayuda, aclarando que, simplemente, quería ser olvidada.