Los lejos, de Magdalena Portillo: Un diario para mostrar - Semanario Brecha
Los lejos, de Magdalena Portillo

Un diario para mostrar

Portillo es una escritora joven, pero no una joven escritora. Este, su quinto libro, parece dar un giro en el formato en el que suele ejercitar la palabra y supone una inmersión en la narrativa: se trata de su primera novela. Editorial Planeta la edita como la segunda obra del sello Emecé, que se viene rearmando en Uruguay para trabajar diversas literaturas de la región.

↑ Los lejos , de Magdalena Portillo. Ed. Planeta. Montevideo, 2024, 160 págs.

En el año 2010, Ricardo Piglia se encontraba en Montevideo para dar apertura al Festival Eñe. En un par de esas tardes, en conversación con Ana Inés Larre Borges e Ignacio Bajter,1 sostenía que no todo el que escribe un diario quiere mostrar ese universo individual, esa experiencia o limo –al decir de Alain Girard– de donde emerge lo narrado. Un diario íntimo tampoco se escribe porque esas experiencias sean consideradas más significativas que otras o más importantes que aquellas que no son escritas. Ahora, ¿qué es, en definitiva, un diario íntimo? ¿Es aquel que se lleva con impronta secreta o el que se escribe deliberadamente con el afán de publicar? En el primer caso, muchas veces un diario es editado y publicado para develar datos biográficos y procesos de escritura. En él, la realidad está presente sin mucho cuestionamiento. Pero, cuando nos acercamos al segundo tipo, debemos hacer un pacto con aquel que está narrando.

La intención es que sus textos sean leídos como algo verdadero, pero que, a la vez, se interpreten como literatura: ese es el pacto que nos propone Portillo al final de Los lejos. En el último capítulo, llamado «La vida tranquila. Nota de la autora», expresa: «Estoy llegando a las últimas páginas de este libro. El libro de mis confesiones. Donde la reina de mi infancia se confunde con las telas que formaban esas sombras sobre las paredes húmedas de la casa». Es que este no es un diario verdadero, no son las 17 libretas que dejó Idea para publicar luego de su muerte. La determinación de Portillo es otra. La escritura nace desde una experiencia de quiebre, de ruptura amorosa, que vive Magdalena (la narradora), para la cual la literatura se aventura como salvadora, el medio de acceso a un duelo confesional que amplía la casa de la escritura y la reconstruye. «Únicamente iba a poder habitar la ausencia si la colocaba en palabras», dice Magdalena. De esta manera, confiesa poéticamente todo el proceso de duelo de forma cronológica y a través de capítulos cortos que fragmentan momentos de esa etapa, mientras en el ejercicio híbrido de ese monólogo interior se cuelan recuerdos específicos.

Toda confesión impone e imprime una huida «que quiere perpetuar lo que fue, aquello de lo que se huye».2 Como sostiene Nora Catelli,3 lo específico en el diario femenino es su creación desde la angustiante experiencia del encierro y la presión. El diario delata esa posición femenina desde una soledad impuesta, que intima e interpela a la voz narradora. Y, en este caso, esta impronta femenina es transcripta a un espacio cercano que intercala no solo la confesión creadora de esta veta del género, sino también un espacio local, costumbrista, montevideano y personal de la autora. Como importando una tradición nacional con el epígrafe de Montevideanos, Portillo hace que la vida se convierta en esa materia prima que se tiene más a mano cuando se inicia un proceso de escritura.4 Así, la autora inscribe su literatura en esta última parada que es Los lejos, como alcanzando un punto de llegada en un camino que recoge todo el espectro de un recorrido de escritura personal dentro de un marco cultural y regional. En el corpus, esta vida está vinculada a la idea de la casa que, ahora sí, se edifica en este último libro con símbolos que retoman la herencia Portillo y resuenan en un formato narrativo que parece alejarse de la lírica, pero que no pierde del todo su carácter poético.

LIBROS COMO CASAS

La casa de la que habla Magdalena está edificada en su propia literatura. En Los lejos aparecen los símbolos que la comprenden: espejos, árboles, lienzos. Pero estos símbolos no nacen con este libro, existen en textos previos. Eso sí, ahora se enmarcan generando un hipervínculo que invita a volver a los temas y a los ecos de la vida lírica de la poeta. En Los lejos, la casa es el espacio actual que habita y desde el que habla la narradora; también aparece enunciada en sus subespacios: la casa de la infancia que se evoca en los recuerdos, la casa de parejas o amantes anteriores, la casa como un todo que habla más allá del espacio. En esas casas, particularmente en la que vive hoy, los espejos adquieren una presencia particular. Magdalena se mira y se maquilla esperando que le devuelvan una visión más allá del silencio. A veces, ve la imagen de su madre, de la madre, del deseo; otras, juega a confundirlos.

Los espejos interpelan a la narradora y hacen brotar la escritura: por eso se tapan. Muebles cubiertos por sábanas, como dice haber visto en una película. «Entonces los vivos y los muertos convivían y no había nada que les perteneciera más que el simple hecho de cruzarse en los pasillos y no verse. Sin embargo, la presencia se siente. Y, cuando la presencia pasa a ser ausencia, algo se detiene. Y, cuando eso ocurre, solo quedan las cosas para demostrar lo que digo. […] Ningún objeto, ningún mueble, ningún espejo vive en el presente, ni vivirá jamás. Todas las cosas viven del pasado. Todas lo habitan. A veces pienso en las personas que hacen espejos. ¿Qué pensarán cuando el espejo está terminado y se reflejan en él?» El espejo se torna una metonimia de la casa, y la casa –como el espejo– es el pasado. En él se compactan las memorias y los reflejos de esas memorias. La lírica es usada para contraer el tiempo y al yo lírico, puertas adentro, la imagen se la devuelve la escritura, no el vitral. Cuando se tapan los espejos, se tapan también el pasado y el dolor, esos que solo afloran en la palabra para ser purgados.

Como se dijo, esta idea aparece previamente en la literatura de la autora. Por poner algún ejemplo, en su poemario Los paños de mi frente no solo los lienzos que bajan la fiebre habilitan la idea de una escritura que cura. Los espejos devuelven imágenes que aterran, pero existen las figuras de la madre y la casa como refugios en los que es posible curarse del duelo. En el prólogo de Saturnales imposibles,5 Claudia Campos dice que «Magdalena escribe desde esa ruina del ego». Y, en el primer poema del libro, el yo lírico expresa: «Hay noches en las que deseo ser ella/ y cubro los espejos de la casa/ para olvidarme de que está ahí». La escritura fragmentaria que ordena los recuerdos para armar la identidad de la narradora se percibe también en una prosa poética que tampoco es nueva en Portillo. Ya desde su primer libro, Umbrales, en algunos poemas se ejercita una lírica que juega a contar, a ser narrativa. Y se implanta en la grafía con una prosa que separa los versos con la línea diagonal, como avisando que allí hay poesía. Pero también hay algo más, porque este ejercicio gráfico se repite en todos los libros de la autora. En Los lejos solo se aventura a fluir un poco más, porque el formato está signado por la intimidad: el diario es una forma abierta y, en esa apertura, todo puede ser redefinido.

1. Larre Borges, A. I. y Bajter, I. ««En el origen de un diario siempre hay una pérdida». Diálogo inacabado con Ricardo Piglia». «Escrituras del yo», Revista de la Biblioteca Nacional, 2011, n.os 4-5, págs. 116-135.

2. Zambrano, M. La confesión: género literario, Siruela, Madrid, 2004.

3. Catelli, N. «El diario íntimo: una posición femenina», Revista de Occidente, 1996, n.os 182-183, págs. 87-99.

4. Como afirmaba F. Scott Fitzgerald frente a las críticas a su literatura: «But, my God! It was my material, and it was all I had to deal with».

5. Campos, C. «Piedras y terciopelo», en Saturnales imposibles, de Magdalena Portillo. Dana Scully Editora, Montevideo, 2022, pág. 3.

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