Lindo disco. Empieza con una maquinaria de bajos, sonidos percutidos y quién sabe qué más, que arma lo que sería el tiempo, medido por los relojes que dan nombre al disco y a la canción. La letra plantea el hallazgo de una bolsa con relojes en un basurero, una linda idea, y el ejercicio de imaginar a quién perteneció cada uno sirve para pintar un cuadro oscuro de la vida. «Comunión plenaria»: sólo guitarra y voz. La guitarra es muy rara, y la voz también. Canta como ya he destacado muchas veces aquí, como no preocupándose demasiado por la afinación, que es muy distinto a cuando te preocupás y no te sale. Uno lo escucha como si estuviera recitando en un estilo casi cantado, pero ese casi alcanza para que el asunto no llegue a preocuparnos. La canción es sobre un texto del poeta argentino Oliverio Girondo, fallecido a mediados del siglo XX.
Sigue una extraña versión de «Se equivocó la paloma», de Rafael Alberti y Carlos Guastavino (otro argentino, que le puso la música). Es la misma que cantaba Serrat, pero está hecha en una onda «me cago en los acordes» que le da una nueva dimensión. «Días raros» es un instrumental con contrabajo (o algo parecido), guitarra y un teclado apenas audible que toca notas agudas y largas, abandoneonadas, y le da un aire tanguero al todo. «Tren en marcha» es la musicalización de un poema onomatopéyico de Alfredo Mario Ferreiro, no se sale mucho de la tónica de los otros temas. Es casi instrumental; curiosamente, acá, el canto es más estándar. Podría funcionar como canción infantil.
«Nosso amor nos(s) aterra» es un experimento que usa voces robots de Google (aunque en medio de la música suenan bastante humanas; como si la idea hubiera sido conseguir de garrón un par de voces políglotas más que remarcar su condición robótica), fragmentos de textos antropológicos y una guitarra bastante obstinada con algunas notitas agudas, entre otras cosas.
Sigue una zamba que no entendí si era de alguien llamado Juan Peirano o eso figura sólo en el título. Ah, no, Peirano también canta y toca un teclado. No es el primer invitado; hubo una voz femenina, Irene Valledor, también bastante poco audible, en «Se equivocó la paloma». Claramente el efecto es buscado; no se trata de invitar al Canario Luna a cantar Brindis por Pierrot, sino de agregar un color sutil detrás de la voz principal.
Hay más canciones, un musicalización de otro poema, acompañada con bombo legüero y poco más, y un vals cantado sobre grabaciones de radios AM, en que la guitarra y la voz se ecualizaron para unirse a ese contexto. Una frase se reitera: «La libertad vale más que la muerte». Es curioso, no dice «vale más que la vida», que es lo primero que uno pensaría. La voy a escuchar de nuevo. Ya está; sí, no dice mucho más: «Cuánta gente valiente dio su vida por nosotros/ hombres y mujeres/ no tengo nada más que decirte», todo con el mencionado estribillo intercalado. Está muy bien, el efecto AM le da una calidez necesaria.
La última canción se llama «Todo». En ella la voz principal es la de Irene Valledor, y repite una frase de un cuento de Levrero: «Cuando creíamos que todo había terminado, todo estaba recién por empezar», con una melodía de dos notas que suena sobre un fondo de calimba, ruido blanco, laraleos masculinos bajitos y unos truenos al final. Un poco desolador, pero nada que haga daño. En cuanto a sustituir complejidades armónicas por atentados a los sistemas temperado y tonal, es un recurso interesante; acá está bastante bien, porque crea climas apropiados. A mí me encanta, pero hay que usarlo con mesura y criterio.
Salud, que vengan más. Ah, la tapa, esa especie de espantapájaros temporal, de vidrio, me gustó. Me hizo acordar a un personaje de una novela de ciencia ficción, probablemente de Clifford Simak; pero ya saber el título del libro sería un milagro, aunque me la juego por La autopista de la eternidad.
1. Bandcamp, junio de 2020.