Entre las designaciones para el próximo gobierno, la de Relaciones Exteriores es, posiblemente, de las pocas que permiten un moderado optimismo. La cartera será liderada por Ernesto Talvi y secundada por Carolina Ache, dos dirigentes colorados que, de una u otra forma, son herederos de Jorge Batlle. En tercer lugar, en la dirección general, estará Diego Escuder, un académico blanco con trayectoria en la Udelar y el Mercosur, y ex secretario de legisladores como Gustavo Penadés y Beatriz Argimón.
Uno de los primeros anuncios sobre política externa fue la salida del Mecanismo de Montevideo –que Uruguay creó con México para buscar una salida negociada a la crisis venezolana–, lo cual generó reacciones fatalistas desde el Frente Amplio. Ciertamente, no faltará quien sienta que se abre un abismo ante la perspectiva de estos cambios. Pero también habrá quien vea el vaso medio lleno: el gobierno electo diferenció el Mecanismo de Montevideo del Grupo Internacional de Contacto, que se integra junto con la Unión Europea (en el cual se permanecería) y, hasta el momento, nada se dijo de sumarse al Grupo de Lima.
MÁS O MENOS BIEN. Un primer factor de optimismo es que en el equipo no hay freakies ni legisladores veteranos acostumbrados a ser oposición. Alguno tal vez vea una fortaleza en el hecho de que esta integración presenta ciertas características: hay jóvenes, una mujer, un universitario de la Udelar y son todos dirigentes políticos. Esto contrasta con relación a las autoridades del ministerio durante los gobiernos del Frente Amplio: ausencia de jóvenes, de mujeres (desde la salida de la subsecretaria Belela Herrera), cierto desdibujamiento de los límites y la relación de autoridad entre la dirección política y el cuerpo burocrático, y una nula presencia y escasa atención a la academia.
Los antecedentes de las tres figuras que liderarán la próxima cancillería refuerzan la idea de un moderado optimismo. Talvi es un institucionalista, liberal y laico. Si bien hace 15 años esto hubiera sido una amenaza, hoy es positivo. Por un lado, ante las menores posibilidades de desarrollar una agenda liberalizadora y, sobre todo, frente a un contexto mundial y regional de auge de fundamentalismos antiglobalización. Es saludable su denuncia del golpe de Estado en Bolivia (parcialmente ensombrecida por su inmediato matiz sobre la existencia de un supuesto fraude electoral de parte del gobierno de Evo Morales). Por su parte, Ache y Escuder son dos especialistas en derecho internacional público (la primera, además, está especializada en derechos humanos), lo cual es un valor importante ante la creciente fuerza que asume la consigna de “lo político por sobre lo jurídico”, esta vez en boca de la derecha conservadora. Ninguno de estos elementos ofrece garantías sobre los posicionamientos, pero al menos permite ciertas esperanzas.
Otro elemento interesante es el equilibrio planteado entre figuras de ambos partidos. Todos sabíamos que Talvi quería ser canciller. Conociendo su perfil de Chicago boy, es posible que tras dicha pretensión haya un proyecto de dinamizar la agenda comercial del país (léase, un impulso a la suscripción de tratados de libre comercio), tras 15 años durante los cuales muchos liberales percibieron el Mercosur como una celda limitante de la inserción internacional uruguaya. En tal sentido, es positivo que dichas tendencias liberalizadoras puedan ser equilibradas por un director general nacionalista, de quien cabe esperar una mayor vocación regional.
POSIBLES RIESGOS. Esta combinación de fieles representantes del pensamiento internacional de ambos partidos históricos permitirá observar cómo se actualizan y conjugan las “tradiciones ideológicas de política exterior uruguaya” (esto es, la universalista colorada y la resistente herrerista), de las que hablaba Carlos Real de Azúa hace 61 años.1 Ciertamente, el actual contexto externo parece ser un laboratorio ideal para realizar dicha observación empírica (aunque, ciertamente, no el hábitat ideal para vivir).
A nivel subregional, las diferencias que parecen esbozarse entre Argentina y Brasil (y que pueden desdoblarse en un escenario más complejo a partir de eventuales alianzas privilegiadas con China y Estados Unidos, respectivamente) suponen un panorama inédito en los últimos 30 años. Por un lado, es una grave amenaza para un país pequeño como Uruguay, siempre atado a los avatares del barrio; pero, por otro lado, habrá quien lo vea como una oportunidad, ante la posibilidad de aprovecharnos de esa situación para volver a ejercer una política pendular eficaz, que permita obtener ventajas de uno u otro de los dos grandes vecinos. En un punto intermedio, Talvi ya se ha referido a la posibilidad de ejercer un rol mediador, que beneficie al país y al Mercosur, especialmente ante el desafío de avanzar en la ratificación y puesta en marcha del acuerdo con la Unión Europea. Las credenciales institucionalistas de Talvi y la histórica simpatía entre el herrerismo y el peronismo tal vez faciliten –contrariamente a lo que se podría esperar– que Uruguay juegue este rol más cerca de Buenos Aires que de Brasilia.
A nivel continental, se combina el ajuste generalizado y la renovada pretensión de alineamiento que Estados Unidos ejerce sobre los países latinoamericanos en el marco de la creciente competencia geopolítica con las potencias eurasiáticas. Ambos factores han llevado a la actual oleada de conflictividad, represión y golpismo. Este escenario amenazante puede conjugarse con una posible debilidad de la futura cancillería: el tradicional filoyanquismo colorado (recuérdese que durante el gobierno de Jorge Batlle se rompieron relaciones con Cuba y se evitó condenar la invasión a Irak, tal vez como contraparte de un salvataje financiero by pass). Habrá que estar atentos.
A nivel mundial, la guerra comercial entre China y Estados Unidos, así como el repliegue del multilateralismo, esbozan un escenario cuya conjugación con el proyecto liberalizador del canciller puede resultar riesgosa. En esta línea, independientemente de la opinión que se tenga sobre la liberalización comercial, la coyuntura de creciente nacionalismo económico no parece ser la ideal para tal proyecto, por lo que el mayor riesgo puede ser salir desesperado para ponerse a tiro de la agenda liberalizadora en un mundo que va en tendencia contraria, “pagando por ver” un precio muy alto por reformas que, si todo sigue igual, difícilmente granjeen los frutos que se espera.
Finalmente, además de estos riesgos asociados al contexto exterior, debe señalarse como una posible debilidad la escasa experiencia política del canciller y la subsecretaria. Esto es un problema tanto de cara a negociaciones internacionales que Talvi pretende dinamizar como en el interior del ministerio. Sobre este último aspecto, debe tenerse en cuenta el partido aparte que Talvi está jugando en la sede colorada de Martínez Trueba y el importante peso que el sanguinettismo tiene entre los integrantes del servicio exterior uruguayo, puede ser un complemento riesgoso a tal inexperiencia.
- Carlos Real de Azúa, “Política internacional e ideologías en el Uruguay”. Marcha, año 20, número 966, 3 de julio de 1959.