«Las obras expuestas serán higienizadas por conservadores o personal debidamente formados. De no ser estrictamente necesario, no serán desinfectados, sino que serán aislados en cuarentena los días que se indiquen según la superficie material.» Así dice el punto 17 del protocolo de museos publicado por la Dirección Nacional de Cultura, del Ministerio de Educación y Cultura.
El protocolo teatral (publicado al mismo tiempo que este que acabo de citar) ha sido cuestionado por los trabajadores del ramo, lo que generó contraargumentos que suelen venir por el lado de que «se pretende ir contra los consejos de los científicos», o de que «los mismos que antes exigían cuarentena obligatoria ahora se enojan porque no se les permite hacer lo que quieren».
Bueno, vamos por partes, dijo don Menchaca: para empezar, la idea de cuarentena va ligada, obviamente, a medidas económicas que permitan subsistir mientras dura. El enojo de los teatreros empezó cuando se hizo obvio que los estaban dejando (junto con los músicos) para el final de este primer ensayo de vuelta a la normalidad. Más específicamente, cuando se autorizaron las ceremonias religiosas; más adelante hablaré de esto. Y, aunque acá no hubo cuarentena obligatoria, hubo sí detención de actividades económicas, y poco hizo el gobierno para retribuir a los damnificados (aparte de referirse a «los héroes de las ollas populares» y tomar algunas medidas más bien simbólicas, que nos ubican, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, últimos en Latinoamérica en este aspecto). Destaco, sin embargo, que en el momento de escribir esto se está anunciando alguna medida complementaria, cuya magnitud habrá que evaluar.
En segundo lugar, lo que los científicos sugieren es una apertura por etapas, con evaluaciones constantes y eventuales «marchas atrás». Sus consejos dejan amplio margen de maniobra, y es claro que lo que aparece en los distintos protocolos no fue redactado por ellos, entre otras cosas, porque me consta que manejan las reglas básicas de nuestro idioma y no escribirían algo como lo que encabeza esta nota. Y acoto: que un Ministerio de Educación y Cultura publique un protocolo tan mal escrito no es un problema menor; es equivalente a cuando una alta autoridad nacional dice, sin tapabocas y a corta distancia de los periodistas, que el problema es que la gente ha aflojado con lo de guardar distancia y usar tapabocas.
Era esperable que los actores se enojaran al leer, por ejemplo, que no se pueden acercar a menos de dos metros (entre ellos) durante las funciones. El protocolo de los servicios religiosos, por ejemplo, es mucho más permisivo. Fueron los obispos quienes, en unas recomendaciones para la liturgia en pandemia, sugirieron que la hostia se diera «en mano» y que se suspendiera el saludo de la paz entre el público asistente. Pensemos en una obra teatral: ¿qué tal si un actor baja del escenario y se dedica a repartir pedazos de pan entre el público? Se dirá que la comunión es muy importante dentro del ritual católico, y es cierto, pero convengamos en que los virus no suelen caracterizarse por su respeto a cuestiones místicas.
Mientras tanto, citada por La Diaria,1 la directora nacional de Cultura, Mariana Wainstein, dice que la redacción del protocolo es un poco genérica y que hay que corregirla, reconociendo que, al menos en algunos casos, sus exigencias son incumplibles. Esto era casi de esperar; no es la primera vez que el gobierno anuncia medidas genéricas y después las corrige sobre la marcha, dejando un poco en offside a los que levantaron voces airadas con discursos tajantes, pero dándole, simultáneamente, la razón a la esencia de esos cuestionamientos. Después de que un ejército de trolls manda a los artistas «a trabajar» aparece un protocolo que les permite trabajar, pero casi no cobrando por ello (no se puede mantener una sala con un público limitado). Los artistas gritan, y recién ahí se les dice «no, pero van a ver que no es tan así». No sé, habría que pensar un poco antes de redactar reglamentos de tan baja calidad.
El resultado es que no se sabe bien qué se va a poder hacer y qué no (los músicos están en la misma situación), ni si, aun cuidándose, uno se está arriesgando a recibir una multa. Creo –y lo digo con la mejor y más constructiva intención– que todavía no se ha asumido que lo que se dice y hace cuando uno ya está gobernando tiene que ser, al contrario de lo que ocurre en campaña electoral, lo menos ambiguo y lo más apegado a la realidad posible. Este protocolo parece escrito como para que, si llega a surgir un brote de covid en una sala teatral (algo que siempre es posible, por más cuidado que se tenga), no se le pueda echar la culpa al propio protocolo. Pero si yo le digo a la gente que cruce la calle volando para evitar ser atropellada, no puedo después responsabilizar a los peatones no voladores de los accidentes que ocurran. A eso me refiero con lo de apegarse a la realidad.
¿Será que nos tenemos que acostumbrar a que, una vez publicada una ordenanza, reglamento o lo que sea, hay que esperar para criticarlo porque al poco tiempo viene la corrección? No se puede negar que sería algo muy uruguayo, como cuando decimos «el ensayo es a las 20… para arrancar 20.30».
1. Disponible en: www.ladiaria.com.uy/cultura/articulo/2020/8/con-220-localidades-habilitadas-el-galpon-anuncio-su-nueva-programacion/.