Encontrarse con El titiritero es una experiencia similar a la de visitar un museo o una exposición artística: los elementos nos interpelan cada uno por separado y en su conjunto, por lo que volvemos a ellos una y otra vez. Puede ser a la obra entera, puede ser a alguna de sus partes: cada elección encierra una nueva vuelta de tuerca. El libro está compuesto por un poema de Horacio Cavallo, dos canciones de Sebastián Rivero y seis ilustraciones de Sebastián Santana (se puede acceder a todos los materiales a través de los códigos QR que pueblan el libro). Tiene la particularidad –y la belleza– de que todas esas obras resultan inclasificables y son al mismo tiempo poesía, música e imágenes.
Titiritero es el artista que se desdobla en distintos muñecos, diferentes voces y diversos espacios. De la misma manera, el libro se desdobla entre los creadores, sus creaciones y sus procesos creativos. No lo hace a modo de muñecas rusas, unas dentro de otras, sino que las tres partes parecen construirse a modo de espejo, como elementos inseparables. El titiritero se convierte en artista en el momento en que crea a su muñeco, entonces, mientras el artista crea a su obra, esta lo va configurando a él. Del mismo modo el poema, las canciones y las ilustraciones sostienen un diálogo espejado, complejo y con significaciones múltiples.
Recordar a través de la poesía oficios como el del titiritero es también evocar el carácter popular y colectivo del arte, aquel que tiene lugar en las plazas y es compartido al aire libre por todos los transeúntes, aquel que se maneja con el lenguaje de los niños y nace desde el gesto íntimo de la voz que se proyecta hacia los demás. Así, la primera canción retiene sonidos que nos remontan a la creación manual, nos hace sentir el contacto directo con el material y nos recuerda el peso de su temporalidad.
Las ilustraciones de Santana acompañan ese proceso creativo de forma muy semejante a un nacimiento: son gestación y espera. La proyección de la caja de madera con varias figuras y materiales también refleja las infinitas posibilidades que se presentan a la hora de crear; allí se encuentra la improbabilidad de una obra que pudo ser esa o pudo ser otra con tan solo haber cambiado un elemento. La belleza está en la paciencia del artista, que puede ir moldeándola para que se corresponda con cada idea.
El poema de Cavallo tiene una musicalidad innata en la cadencia de la rima, que se presta para ser acompañada con música en la canción «El titiritero». Además, despliega el universo anticipado en la canción «Mesa de trabajo» y presenta esa imagen ya mencionada de la circularidad del artista que crea su obra. El hombre es un poco muñeco y el muñeco un poco hombre; el hombre que hace arte nunca está solo.
Que el libro esté publicado por una editorial independiente llamada Ediciones del Estómago Agujereado es como un recordatorio: aquí, es importante el cuidado de los procesos íntimos entre arte y artista, y no es nada menor la conciencia de que todo libro tiene un carácter cooperativo, es construido de manera colectiva. Sin ánimos de romantizar, en esta actualidad en la que todo parece producirse de manera estándar, El titiritero y su carácter artesanal pueden entenderse como un pequeño tesoro al cual se ha vuelto necesario regresar.