Pumm pupac, tucútum, tupac, capum.
Aquí me pongo a rapear al compás de este teclado, porque me he propuesto rescatar lo opuesto a ese bajón funesto que a traición se va llevando puesto a nuestro corazón. La palabra positivo se ha tornado negativa. Ya había habido un adelanto en la penúltima campaña, cuando nos atomizaron con lo de la positiva. Pero luego, ahora, este año, llegó don Virus, con todas las pálidas que ya se conocieron, y todas las pérdidas que se le atribuyeron y las pérdidas y las pálidas escuálidas o pérfidas que aún no vinieron. Pero es menester que diga –nobleza obliga– que por unos cuantos meses se portó bastante bien, dejando que la gente se enfrascara en discusiones más o menos pertinentes sobre si era pandemia o plandemia, academia, blasfemia, polisemia o uricemia, si el mate no sé qué, si la BCG, si el dióxido de cloro, si la hidroxicloroquina y el anhídrido del mal, si el calentamiento, si el niño o la niña, si la curva exponencial o la simple gripezinha: la cuestión es que al final hay que leer más papers pa’ pelear en Internet que para defender una tesis doctoral.
Tácatacatácatacatáparracaplammm.
El año fue amplio, o más bien multicolor, en conferencias de prensa nos hablaron primero de lo buenos que éramos, como Uruguay no hay, aunque ahora, ay, han cambiado el tono y más bien nos retan por ser como somos, pero ¿cómo somos? ¿Toscos, monocromos, pocos, sordos? ¿Hoscos, borrosos, gomosos, homófobos, sorongos, ortodoxos como protozoos? Pero el presidente Luis ya aclaró las cosas más allá de algún matiz y volvió a decir que al final, si todo sale mal, será culpa de él, pero dijo también que si perdiste tu salario, él era solidario, así que no sé, sentite feliz, que la gente se anota porque siempre es mejor que sentirse idiota.
No voy a hacer balances, eso escapa del alcance de esta nota, que es más bien pa’ conjurar percances, no discuta, no sea lance, que este rap avanza con su ritmo en trance buscando esperanzas. Pero, claro, hay que llenar la panza y con las ollas populares dicen que no alcanza; sí, ya sé, usé alcance y alcanza casi en una misma frase, pero no me molesta: sigo de fiesta, detrás de un desenlace. No se puede parar, pase lo que pase. Les estaba diciendo que fue un año extraño, que arrancó bisiesto teniendo por esto todo un día de más y, además, al final, la Luna, al recorrer su elipse, pasó justo frente al Sol y se armó tremendo eclipse, que, como siempre, aquí no se vio bien, pero, igual, lo disfrutó esta manga de chotos que sacamos fotos con el celular, que quedan todas mal, pero nos divertimos y pico, como nenes chicos, mirando las lunitas que llenaban las veredas y la sombra-planetario de la espumadera y el colador de fideos en los patios solitarios y los jardines en flor de todo el interior y de Montevideo. En tiempos remotos, los eclipses anunciaban desgracias, pero hoy es al revés, porque hay democracia: ahora las catástrofes anuncian eclipses. Pero basta de astros; aquí cambio el rastro y paso a hablar de esa ley que no es del montón, ya que justo toquetea a la Constitución, no podés ni juntarte dos o tres en un balcón, ni te digo ir a una plaza, que te pueden agarrar los soldados de Darth Vader y explicarte el concepto de aglomeración, no es cuestión de andar desparramando pestes a lo gil, como aquel edil que armó un asado para ver Nacional-River, hay que ser más McGiver: a mí no me corren con un protocolo y si organizo un asado me invito a mí solo, y, aunque quede crudo y quemado y pura grasa, ¿qué pasa?, le meto color y me mando un aplauso pa’l asador.
Y hablando de asados, mañana es Nochebuena y hay que hacer lo mismo: transformar en diversión tanto vil cataclismo; voy a armar el arbolito con globitos con pinchitos como los coronavirus y a poner una tarjeta musical de #varonescarnaval en la maceta, tocando «Un saludo cordial» en reiteración tenaz al estilo paraelisa del camión del supergás, y un pesebre con macacos de Bartol y Bianchi acunando un proyecto de ley de urgencia en pro de la indigencia, de los niños con carencias y la ciencia, y un Papá Noel con la estampa de Mariolo con un vaso de cerveza y un chorolo, que, a falta de las murgas que no vamos a ver, siempre se está yendo y prometiendo volver. Pero creo que me fui por las ramas del arbolito, porque, ya que no podremos ni ir al tablado, por lo menos dejennós festejar el onomástico sagrado abrazados a una sidra en botella de plástico, deseándole al vecino de enfrente que el año que viene todo sea diferente y que lleguen por fin esas vacunas o aunque sea un placebo, y podamos recibir el siguiente año nuevo bailando a la luz de la luna, vibrando los cuerpos llenos de anticuerpos, y ya voy terminando y le voy dejando a cada cual la posibilidad de decorar esta noche de paz con libertad, y responsabilidad, faltaba más. Y si alguien se ofendió –espero que no–, le pido perdón de corazón, que si hubo algún error, fue por amor.