El colega Carlos Peláez se preguntaba en su columna diaria del programa Rompkbzas, de El Espectador, por qué Jorge Gundelzoph, el “Charleta”, siendo como lo es un sádico torturador y violador, no ha sido todavía procesado por la justicia aun cuando, interrogado por magistrados, admitió algunas de las numerosas acusaciones que penden sobre él. La pregunta venía a cuento porque la fiscal Ana María Tellechea solicitó a la jueza penal de 9º turno, Blanca Rieiro, el procesamiento del Charleta por el delito de torturas, en una causa que se habría iniciado en 2013 y que ahora parece tener una primera conclusión. El periodista contrastaba la celeridad con que Héctor Amodio Pérez fue procesado a los pocos días de pisar suelo uruguayo con la dilatada instrucción en el juzgado penal 9º, pese a los numerosos testimonios de víctimas, en su gran mayoría del Partido Comunista.
Amodio y Gundelzoph comparten una misma cualidad: ser traidores a sus respectivas organizaciones y verdugos de sus antiguos compañeros, aquél del Mln, éste del Partido Comunista. Amodio identificaba tupamaros desde una camioneta militar, con aperos de soldado; Gundelzoph cazaba comunistas caminando por 18 de Julio con aires de gigoló; ambos son responsables por muertes en tortura, ambos tienen, además, veleidades de escritor. Pero a diferencia de Amodio, la conversión del Charleta incluyó todas las degradaciones e insanias que ofrece el oficio de torturador. En las salas de tortura de las dependencias de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (Dnii), en Maldonado y Paraguay, el Charleta fue partícipe de los aquelarres que combinaban la picana, la colgada y el tacho, con las violaciones a hombres y mujeres y todo tipo de vejaciones. Allí el ex integrante de la Juventud Comunista tuvo ocasión de desprenderse de todo vestigio de su antigua militancia mediante el exorcismo de castigar con saña a prominentes militantes del Partido Comunista y permitir que los prisioneros encapuchados pudieran ver su rostro, como una forma de advertir y sumar miedos: “Mirá que te conozco”.
Gundelzoph estuvo a la par de todos los policías torturadores de la Dnii, que competían en abandonar su condición humana a golpes de picana. En ese sentido, la pregunta que se formulaba Peláez tiene una respuesta simple: el Charleta goza de la misma impunidad que el resto de los represores, porque más que en traidor se convirtió en un esmerado discípulo que pronto superó a sus maestros. De aquel destacado equipo que integraban los Telechea, los Lemos, los Prezza, bajo la batuta del inspector Castiglioni, sólo uno, Ricardo Medina, está hoy tras las rejas; Ricardo Zabala, el policía que secuestró a Julio Castro, fue finalmente liberado por un tribunal de apelaciones que revocó el procesamiento de un juez penal.
No se necesita ser militar para gozar de la impunidad; los policías también están amparados. Pero no todos los traidores. Así que aquella pregunta de Carlitos reclama una respuesta más afinada. ¿Qué cualidades de converso tiene este marrano como para ganarse, primero, la confianza del inspector Héctor Castiglioni y después la del reverendo Sun Myung Moon? Porque el Charleta pasó de la sangre y orines de los calabozos a las perfumadas alfombras del hotel Victoria Plaza; de torturador a editorialista de Últimas Noticias; de violador de adolescentes (entre ellas aquella que un día rechazó sus propuestas amorosas y por eso, sólo eso, fue conducida a Maldonado y Paraguay y obligada a dar lo que había negado) a figurita acicalada de inauguraciones y fiestas, tanto en Montevideo como en Punta del Este, en rol de azafata que se deja fotografiar abrazando a señoras maduras.
Sea como fuere, el Charleta dejó de ser el Charleta para convertirse en el señor Gundelzoph, tal es la alquimia que transmuta la secta Moon, que en Uruguay, con sus diarios, sus hoteles, sus plantaciones forestales y fundamentalmente su banco, el Banco de Crédito, acumuló una importante influencia en círculos políticos, económicos y empresariales, y por tanto, fuerza de presión. Para la secta fue fácil proyectar al Charleta como un representante destacado del emporio de intereses, bendecido muchas veces con fotografías que lo muestran a la diestra del reverendo.
Los círculos políticos aceptaron sin cuestionamientos al señor Gundelzoph e ignoraron el costado tenebroso. Nadie puede hacerse el inocente, porque las iniquidades del Charleta son periódicamente expuestas por sus víctimas, en juzgados y en entrevistas de prensa. Menos el presidente Tabaré Vázquez, que aceptó recibirlo en su despacho, durante la primera presidencia, junto con otros dirigentes de la secta Moon para hacer entrega de una donación: un yate. El compromiso de Vázquez con la secta se había concretado, poco antes de esa fotografía indiscreta (¡qué poco tacto, el del Charleta!) cuando, a instancias del secretario de la Presidencia, Gonzalo Fernández, abogado él de los moonies, decidió pagar 25 millones de dólares a Free Port, dando por perdido un juicio que los abogados del Ministerio de Transporte y el propio ministro, Rossi, creían ganado.
Desde la foto de la Presidencia hasta la más reciente foto en la revista Galería, de Búsqueda, las señales son inequívocas. Ni siquiera el “Pajarito” Silveira, aun cuando se tostara la cara en una cama solar, tendría chance de aparecer en Galería; y el ex canciller Juan Carlos, por más católico que sea, no alimenta esperanzas de ser recibido en la Presidencia. De todas formas, quizás la fiscal Tellechea cambie la pisada, uno de estos días.