La semana pasada Genro estuvo en Montevideo para participar en seminarios de reflexión cerrados organizados por Fesur. En esa ocasión tuvo una breve charla con Brecha. Comenzó hablando de la actual coyuntura política en su país.
—En Brasil hay una situación política muy complicada, porque fue derrocado un gobierno constitucional, surgido de la soberanía popular, por una coalición de fuerzas políticas que reunió a los personajes más corruptos del Estado y el gobierno con la peor parte de la oposición. Esta coalición de denunciados e investigados por la justicia ascendió al poder con la meta de llevar a cabo un ajuste que revirtiera algunas de las medidas tomadas por los gobiernos anteriores. La cuestión de la corrupción fue apenas una cortina de humo para hacer posible el ajuste. Basta ver los fundamentos del derrocamiento de Dilma Rousseff. Lo que se proponen, en realidad, es desandar las políticas sociales que apuntaron a una mayor cohesión social, a combatir las desigualdades regionales, a aumentar el poder adquisitivo de los sectores populares. Esta coalición que llegó ahora al gobierno no tiene unidad política, no tiene proyecto, se limita a procesar ese ajuste, que además es dictado desde fuera. Esto, seguramente, va a conducir al país a una situación de confrontación social y política muy aguda en los próximos años.
Por otro lado, lo que sucede en Brasil no puede separarse de un contexto internacional pautado por el hecho de que las constituciones, los partidos políticos y las elites políticas han perdido su fuerza constitutiva.
Se está dando aquí también un fenómeno de captura del Estado por parte del capital financiero, que ha ido transformándolo en una mera estructura de gerenciamiento del pago de la deuda pública. Hubo un vaciamiento de la política, de la fuerza normativa de la Constitución. El Estado hoy es un Estado sometido a los deseos del capital financiero. El ajuste que se propone hacer el gobierno de Michel Temer tiene dos patas muy fuertes: la entrega de la petrolera estatal Petrobras al capital privado, y el congelamiento del presupuesto público por los próximos 20 años. Las dos patas implican un alto nivel de violencia. Una de ellas quita de la órbita estatal una empresa esencial para el desarrollo nacional, y la otra supone ir abandonando a los sectores populares, porque lo que más se afectará será el gasto social. Lo que decía antes: el Estado se convertirá en una mera estructura de gerenciamiento del pago de la deuda.
—Usted hablaba de vaciamiento de la esfera política. ¿No contribuyó a ese vaciamiento el propio Partido de los Trabajadores, al impulsar desde el gobierno medidas que no lo diferenciaron tanto de la derecha y lo fueron apartando de su base histórica y de los movimientos sociales?
—El principal problema de nuestro partido no fue que estuviera desvinculado de los movimientos sociales, que continúan apoyando al PT y rescatando lo que fueron nuestros gobiernos. La principal cuestión fue que internalizamos, o al menos una parte significativa del partido lo hizo, las maneras de hacer política y las prácticas de gobernabilidad tradicionales de las clases dominantes: una relación clientelista con el Congreso, prácticas de financiación paralelas a los partidos. Para nosotros esto tiene una gravedad extraordinaria, porque uno de los elementos centrales de nuestra comunicación pública era la lucha contra la corrupción y el respeto a la legalidad republicana.
Y eso tuvo un costo enorme. También contribuyó al retroceso que el PT viene experimentando el hecho de que los grandes medios de comunicación se enfocaran en resaltar casos de corrupción en los que aparecen implicados dirigentes o allegados a nuestro partido. La cantidad de personas que fueron arrestadas o juzgadas pertenecientes a nuestro partido es muy inferior a la de los otros partidos. El PT se encuentra en cuarto lugar en comparación con los otros, pero para la prensa está en primer lugar, lejos. Y esto fue un error que va a costarnos muy caro.
—¿A qué obedece ese “error”, cómo lo explican?
—Creo que el partido debió haber dado mayor centralidad a la cuestión ética. Y ahí hay un doble problema, organizativo e ideológico. Los mejores cuadros del PT se fueron al gobierno, se perdió un proceso de acumulación. Y por otro lado, hay causas ideológicas, programáticas que explican lo que sucedió. Para poder tener gobernabilidad en un sistema como el brasileño, se estimó desde la dirección del partido y del Estado que había que hacer concesiones al gran capital financiero. Esa línea llevó a que se debilitaran las defensas, y el PT se colocó en el camino de convertirse en un partido tradicional más. Por suerte se está reaccionando y se está en pleno debate acerca de qué hacer para revertir el estado actual de cosas.
—¿En qué se traduce ese debate? ¿Está previsto un congreso especial?
—La mayoría partidaria entiende que es necesario hacer un proceso rápido de renovación de la dirección. Nosotros, que somos minoritarios, defendemos que primero se tiene que hacer un congreso, proceder a una evaluación pública de lo actuado, y después elegir una dirección. Esto no está resuelto todavía, seguramente es una cuestión que va a ser arbitrada por Lula, que tiene un poder agregado, una capacidad directiva que está por encima de la media del partido.
—¿Lula sigue teniendo ese poder agregado?
—Sí, cada vez más.
—¿Por qué cada vez más?
—Porque el cerco policial y judicial injusto y manipulado al que se lo viene sometiendo desde hace tiempo ha hecho que la gente lo respalde, que lo vea como una víctima. No es que no pueda ser investigado, debe serlo, según él mismo lo ha repetido, pero el cerco judicial para condenarlo, las acusaciones artificiales que están realizando contra él, son tan gruesas que se están volviendo contra sus autores. Al contrario de lo que pensaba la elite dominante, el presidente no se está viendo debilitado. En las encuestas para las elecciones presidenciales de 2018 que se están realizando actualmente, en plena campaña contra él, Lula aparece ganador, y por bastante distancia, en tres de cuatro escenarios.
—¿Cree que las denuncias contra dirigentes del PT son todas inventadas por los medios de comunicación o la derecha? ¿Que no hay una base sólida para realizarlas?
—No, no pensamos eso. Hay denuncias que son verdaderas, hay cuestiones que están probadas, y también hay otras montadas, que están sintetizadas en una visión emanada del proceso penal, de “la teoría del dominio del hecho”: aunque no tengan pruebas de que sabe, dicen que debería saber. Le imputan una responsabilidad penal por un ensañamiento político y no por un circuito probatorio previsto en la Constitución, en el proceso penal. Esto es lo que se hace de forma aguda contra el PT, no es que Lula no deba ser investigado, o no deba ser imputado. Los órganos del Ministerio Público, y parte de la justicia, están al servicio de la eliminación política del PT, para hacer el ajuste determinado por el poder financiero, para la captura del Estado por el capital financiero.
—¿Y cómo se analizan en esa perspectiva los vínculos del aparato del PT, o de una parte del aparato del PT, y de gobernantes, con grandes empresas tipo Odebrecht, Oas, etcétera, que han financiado las campañas del partido a cambio de contratos y prebendas?
—Son vínculos que todos los partidos tienen. El PT no debería haberse situado en ese terreno. Algunas de las personas que los tuvieron han sido condenadas por la justicia. Repito: no es que no tenga que haber justicia, sino que se ha enfocado todo en el PT, como si fuera el partido más corrupto, cuando está lejos de ser así.
—¿Pero ha habido en el PT algún proceso de autocrítica sobre esas prácticas?
—Tiene que haberlo. Hoy, por suerte, la mayoría del partido está contra la financiación privada de las campañas políticas.
—¿Hasta hace un tiempo no era el caso, entonces?
—Sí, hasta hace poco no era el caso.
—¿Cómo interpretan desde su sector del PT el hecho de que las fuerzas progresistas que llegaron a los gobiernos de varios países de la región más o menos al mismo momento estén ahora en retroceso, por lo menos varias de ellas, y no de las menores? ¿Lo ven como un proceso de flujo y reflujo natural, producto del desgaste de la gestión, o hay razones más de fondo que lo explican?
—El elemento dominante común creo que es el hecho de que hubo una reestructuración brutal de la sociedad de clases, del sistema de clases, de las economías capitalistas, desarrolladas y menos desarrolladas. Esta mutación de la estructura de clases retiró la formación de la cultura política de las personas de las relaciones de producción y la trasladó al mercado, al consumo. Esta es una novedad importante que la izquierda no ha comprendido cabalmente. Al contrario, muchos de sus sectores no la cuestionaron, se adaptaron a esos fenómenos.
Una de las consecuencias de esta mutación es que las personas dejaron de creer en procesos de largo plazo y pasaron a priorizar la inmediatez. La traducción más clara de eso es el consumismo. Ese dominio absoluto del presente ha llevado a que la única aspiración sea acceder a más bienes, y luego a más, y a más. La opinión pública se ha hecho, en consecuencia, más manipulable, por el mercado, por los medios. Es lo que Fredric Jameson llama “sublimación histérica del presente”.
El haber cedido a esa visión, no haber podido oponerle un relato alternativo, es una pérdida brutal de los partidos de izquierda, que hasta ahora siempre habían trabajado apuntando al largo plazo, a la búsqueda de la igualdad.
—En casi ninguno de los gobiernos progresistas de la región se priorizó una ruptura con esa visión. Por el contrario, hasta se buscó la “integración social” de los sectores populares a partir del consumo.
—Sí, es así. Incluso las redes de emergencia, los planes de asistencia que todos los gobiernos de izquierda aplicaron en mayor o menor grado, apuntaron a abrir el mercado de consumo a todas las personas, con un mismo grado de ilusión. Tanto para los ricos como para los pobres. Y así no es.
El Estado, incluso bajo estos gobiernos de signo progresista, está capitulando ante el capital financiero. Si no hay una ruptura con esa visión, efectivamente los márgenes para cambiar se vuelven pequeños. Lula, a partir del aumento de los precios de los commodities, consiguió dinero para financiar la incorporación de muchísima gente que estaba marginalizada a ciertos niveles de confort. Unos 40 millones de personas salieron efectivamente de la pobreza absoluta y pasaron a formar parte de cierta clase media baja, pero fue una salida frágil, porque el patrón de acumulación no cambió, no se modificaron los valores culturales o ético-políticos. Es un proceso largo, pero algún día hay que iniciarlo. Y no se inició.
La reducción de la pobreza extrema fue extraordinaria, fue un avance, reestructuró la sociedad de clases en una forma más generosa, pero quedó ahí. Como se vio después, porque la caída de los precios de los commodities dejó al Estado sin financiación para esos planes.
—Si tuviera que citar algunos de los cambios más importantes producidos en las cuatro gestiones del PT, o tres y media, ¿a cuáles mencionaría?
—El de la reducción de la pobreza absoluta, con las restricciones que mencioné, es sin duda uno. También los avances en planes de reforma agraria, avances muy tímidos pero avances al fin. La fenomenal inclusión de los sectores más humildes en la educación es otro. Pero el más notable, quizás, fue la mejoría del poder adquisitivo de los asalariados, que no debe nada a los planes de asistencia.
—¿En qué centraría la propuesta programática del PT para el próximo período? ¿Qué cambios propondría como prioritarios?
—En la reforma tributaria, que dé bases financieras para reformas profundas y tenga un efecto de reducción de las desigualdades sociales.
—¿Y por qué no se hizo en estos tres períodos de gestión del PT?
—Porque no había base política para hacerla.
—¿Se puede tener ahora?
—Creo que sí.
—¿Y a partir de qué tipo de alianza?
—Creo que tenemos que formatear otro concepto de coalición y de frente político que nos libere de la necesidad de coordinar lo que sea con el Pmdb, un partido al que sólo le interesa tener poder y apoya a cualquier gobierno que le dé a sus dirigentes ventajas de algún tipo. Abrirnos hacia la izquierda, por ejemplo, y a partir de ahí tratar de conquistar a sectores del centro político basándonos en una nueva épica y un nuevo proyecto. En Brasil sólo se puede gobernar con el centro, lamentablemente. Pero también hay que rever el modelo de desarrollo y realizar una reforma política radical que elimine los factores que favorecen la corrupción. Estos próximos seis años, tal vez más, van a ser muy duros, de recesión económica, de empobrecimiento de las capas más pobres, y de reestructuración de las fuerzas de izquierda.