Pagar por sexo con niños, niñas y adolescentes en Uruguay
El último día del año 2013 cerró con la noticia de otro caso de redes de explotación sexual de adolescentes, esta vez en el eje Cerro Largo-Maldonado. Otra vez Maldonado, otra vez Cerro Largo, otra vez Paysandú, otra vez Artigas, otra vez Tacuarembó, y así podríamos seguir recordando que en estos departamentos hace muchos años se viene visualizando la existencia de un mercado sexual que comercializa niños y adolescentes. También sabemos de la existencia de casos en otros departamentos del país, aunque no estén hoy en el tapete. La industria del sexo es poderosa en Uruguay, la legal y la clandestina. Utiliza mujeres adultas como carnada y niños y adolescentes como objetos de consumo.
El negocio del sexo tiene asegurada la oferta. Es fácil conseguir gurises para explotar sexualmente en este país; hay muchos niveles de vulnerabilidad aún. La mayoría de las víctimas son adolescentes mujeres (también se explotan varones y también se explotan niñas y niños) que en muchos casos han vivido experiencias de violencia en el hogar, experiencias tempranas de abuso sexual y distintas formas de violencia del mundo adulto en general. En muchos casos se suman los contextos de exclusión social, la falta de oportunidades, los recursos escasos, las necesidades que apremian.
Los modelos de socialización que sostenemos todos siguen imponiendo la idea de las mujeres como objetos con cuya exhibición y explotación se puede armar un negocio que da ganancias monstruosas.
La demanda de sexo pago está garantizada con la perpetuación de las relaciones de género y generacionales, donde se establecen jerarquías y vínculos de poder. Donde se educa a los varones para ser preferentemente heterosexuales, activos sexualmente y demostrar que son viriles. Les enseñamos que deben demostrar su condición de varones ejerciendo su sexualidad activamente y los habilitamos a pagar para satisfacer el deseo. La sociedad presiona a los varones para tener sexo en las condiciones que sean: comprando, abusando, intercambiando, enamorando, aprovechando, engañando, violentando, seduciendo. Las distintas formas de violencia sexual que hoy existen en nuestro país y en el mundo nos dan cuenta de esa realidad: incesto; abuso sexual intrafamiliar o por parte de vecinos, amigos y personas conocidas; violaciones en el espacio público o en centros de detención; individuales o tumultuosas; como práctica de guerra o como práctica ritual; y pornografía infantil; explotación sexual de niños y adolescentes; turismo sexual infantil; trata de personas para la prostitución; matrimonios serviles, entre otras.
“Ir de putas”, divertirse en grupo de amigos con una “loca”, contratar un espectáculo porno para una despedida de soltero, consumir pornografía, organizar fiestas donde se ofrecen servicios sexuales para agasajar clientes, debutar en el prostíbulo, cerrar negocios en las “whiskerías”, son algunas prácticas y costumbres ejercidas mayoritariamente por varones que cumplen con el mandato machista.
El mercado del sexo con personas menores de edad está aún fuertemente protegido en nuestro país. La lucha contra la explotación sexual debería ser una prioridad para toda la ciudadanía y para el gobierno que la representa, debería ser una prioridad para el sistema de justicia y para las fuerzas de seguridad. Lamentablemente aún no es así.
Tampoco es prioridad la protección de las víctimas. Seguiremos insistiendo en que se tiene que invertir en la creación de servicios de atención a niños y adolescentes en situación de explotación sexual en cada departamento del país.
Pero lo que también resulta muy preocupante es esta anestesia social frente al problema. Esta especie de adormecimiento de la conciencia ciudadana. No hay alarma, no hay indignación, no hay una masa potente de personas reclamando, exigiendo, manifestándose. Parecería que la explotación sexual de gurisas o gurises de 14, 15 o 17 años fuera parte del paisaje nacional.
Mucha gente me ha dicho: “Pero mirá que van contentas”, “Ellas están ahí porque quieren, es una prostituta de 17 años, nadie las obliga, están ejerciendo”, “Son más rápidas que un avión a chorro”. Yo me pregunto: ¿quién puede pensar así? Imagino que así piensan los delincuentes que se abusan de sus condiciones de vulnerabilidad, violándolas por unos cientos de pesos, un choripán, un surtido, una vuelta en moto, un celular de última generación. Pero me he dado cuenta de que no sólo ellos piensan así, mucha gente piensa así, y ese es el principal problema.
A mucha gente le resulta tranquilizador pensar que están de vivas, que son atorrantas a las que les gusta hacerle sexo oral a cualquier viejo para conseguir unos pesos rápidamente, o que les gusta andar de fiesta con tipos 20 o 30 años más grandes que ellas para acceder a lugares vip, tragos, comidas exclusivas o andar en autos caros.
Quienes creen que a los 17 años son prostitutas que están haciendo plata son fieles exponentes de los más conservadores y tradicionales valores machistas. Hasta se alzan voces defendiendo a los “pobres consumidores” que se ven engañados en su buena fe por “prostitutas” que mienten su edad o aparentan ser mayores. No es precisamente por tener una mentalidad abierta o desprejuiciada que se amparan los intereses de los “clientes-explotadores” pidiendo bajar las penas. Es reflejo de una mentalidad arcaica, que defiende la cosificación del cuerpo y la mercantilización de las personas, sobre todo de las que tienen menos posibilidades de defenderse, como son los niños y adolescentes aunque tengan 17 años y once meses. Por suerte la Convención de los Derechos del Niño es clara y firme, se considera niño a toda persona menor de 18 años. Esas ideas me recuerdan lo que años atrás se decía de las mujeres víctimas de violencia doméstica: “Algo habrá hecho”, “Si volvió con él será porque le gusta que le peguen”. Hoy por suerte comprendimos como sociedad la complejidad de esa problemática, los niveles de vulnerabilidad y sometimiento en que se encuentran esas mujeres, que les generan grandes dificultades para salir de la situación de violencia. La explotación sexual de niños y adolescentes también es una práctica violenta, de sometimiento, de abuso.
Sin duda nos resulta más inquietante pensar en ellos, esos hombres que pueden ser nuestros amigos, vecinos, padres, hijos, tíos, hermanos. Esos varones respetables, profesionales exitosos, empresarios, trabajadores, estudiantes, desocupados, jóvenes, viejos, adultos, de distinta condición socioeconómica, que no tienen el más mínimo prurito y les pagan a estas chicas para violarlas.
Sin duda es más fácil culpar y estigmatizar a las víctimas que tomar conciencia de que en Uruguay la explotación sexual es un negocio muy rentable del que se benefician muchas personas (proxenetas, tratantes, intermediarios, dueños de establecimientos, entre otros). Debemos también tomar conciencia de que para que este negocio funcione hay personas (abrumadora mayoría de varones) dispuestas a pagar por sexo con niños y adolescentes. El negocio se expande por todo el país, la demanda está en todos los rincones.
¿Por dónde empezar?
Por la represión y la persecución, seguro. El que paga por sexo con niños y adolescentes comete un delito y debe ir preso, y el que comercializa y obtiene réditos con este negocio también. Las autoridades que hoy están y las que vendrán deben tomar seriamente este problema y trabajar en la persecución del delito, en la prevención y en la atención de las víctimas.
Dejar de culpabilizar y estigmatizar a las víctimas y a sus familias; exigir justicia y asistencia para ellas; denunciar el delito; educar a nuestros hijos en igualdad combatiendo los estereotipos sexistas; rechazar las prácticas sexuales que cosifican a las personas, son cosas que podemos hacer desde nuestras vidas cotidianas.
No se trata de rasgarse las vestiduras, se trata de posicionarse. Por acción u omisión estamos defendiendo intereses y derechos. Sostener que son putas a los 17, sin duda, defiende los intereses de quienes quieren disfrutar de “carne joven” y vulnera los derechos del ser humano que vive en esa carne.
* Licenciada en Trabajo Social.