Los lagartos humanoides están entre nosotros. Son adoradores de Satán, miden siete pies de altura, se alimentan primordialmente de sangre y se han confabulado para dominar el mundo y esclavizar a la raza humana. Hace milenios que se instalaron en la Tierra; provenientes de la constelación Draco (aunque hay teorías de que algunos también provienen de otros sistemas como Sirio y Orion), estos alienígenas tienen la capacidad de transformarse en humanos cuando están en público, pero en la privacidad de sus hogares vuelven a su forma original reptiliana. Se reproducen y procrean con seres humanos y forman parte de la aristocracia desde la época de los reyes de Sumeria, por lo que cualquier persona podría ser un potencial lagarto conspirador encubierto.
Algunos de estos reptiles, por fortuna, ya están claramente identificados: George W Bush, Bill y Hillary Clinton, Tony Blair, Bob Hope, Madonna, Katy Perry, Angelina Jolie, el ex papa Benedicto, y Donald Rumsfeld son reptiles; Barack Obama tiene un lagarto extraterrestre implantado en la parte de atrás de su cabeza (hay mucha evidencia sobre esto). La reina Elizabeth II, la actual familia real británica, los Rotschild, los Windsor, los Rockefeller, Morgans, Duponts y Fords forman o formaron parte de esta maliciosa y rastrera estirpe, que actúa juntamente con sociedades secretas como los masones y los illuminati; han sido responsables del Holocausto, de los atentados del 11 de setiembre y los bombardeos a la ciudad de Oklahoma, entre tantos otros desastres. También crearon todas las religiones organizadas, monarquías, sistemas educativos, las ciencias, los medios de comunicación y todo lo que en definitiva les fue necesario para controlar a las masas a lo largo de la historia.
No es fácil identificar quién es una persona normal y quién un lagarto, pero por fortuna existen ciertos atributos que nos permiten descubrirlo. Tener pelo rojo, ojos verdes o cicatrices extrañas, casi indefectiblemente lleva a que el individuo en cuestión sea un lagarto, pero también hay asuntos más sutiles, sus ojos cambian de tamaño, cuando sonríen pueden verse sus dientes inferiores, tienen muy buena vista y oído, baja presión arterial y aman el espacio sideral. Por sobre todo estos seres despiertan la sospecha constante de no pertenecer a la raza humana, así que mejor no dude más: ese vecino que parece un extraterrestre, seguramente lo sea. Y conviene tener cuidado, porque tienen el mal hábito de incurrir en sacrificios humanos.
Todo este desvarío está desarrollado escrupulosamente en la obra de David Icke, periodista, presentador deportivo y portavoz del Partido Verde del Reino Unido. Si Icke es un mitómano descarado o un esquizofrénico paranoide poco importa, porque el hombre ha difundido sus teorías exitosamente en una veintena de libros y una decena de devedés, al punto de que un 4 por ciento de la población estadounidense cree en ellas. Al menos ese es el resultado que obtuvo el cuestionario de la prestigiosa encuestadora Public Policy Polling sobre creencias y teorías conspirativas en la sociedad estadounidense. Este 4 por ciento de “creyentes” (o sea, 12 millones de personas) es tan sólo un 2 por ciento entre los votantes de Obama, pero la cifra aumentaría a un 5 por ciento entre los partidarios de Romney. Otros datos que resultan de la encuesta telefónica son inmensamente interesantes: 37 por ciento de la población estadounidense cree que el calentamiento global es un engaño; 21 por ciento aún cree cierto que un ovni se estrelló en Roswell; 13 por ciento que Obama es el anticristo, y un 5 por ciento que Paul McCartney murió en 1966 y que desde entonces fue sustituido por otro tipo muy parecido a él.
Por supuesto convendría poner la cifra en entredicho, porque es posible que parte de ese 4 por ciento que dice creer en la conspiración de lagartos humanoides no se haya tomado muy en serio el cuestionario. Pero de una población en la que los delirios de la cienciología calaron hondo y que abraza crecientemente al evangelismo más retrógrado no es arriesgado pensar que muchos de sus integrantes hayan sido honestos; está claro que lo insustancial de los relatos no es de peso cuando la necesidad de creer es suficiente.