Agradable sorpresa se tiene al descubrir una nueva sala, pequeña y bien montada, en la Casa del Autor, de Agadu. La sorpresa se redobla si nos topamos con la exposición de un artista uruguayo cuya obra desconocíamos: Pepe Viñoles (1946), melense radicado en Malmö, Suecia.1
“El tema de ‘el otro Uruguay’ –que se ha denominado oficialmente ‘el departamento número 20’, constituido por los compatriotas que viven en el exterior como consecuencia de la diferentes olas migratorias– es un activo no exento de controversias, tamizado por la especulación electoral cuando se habla del voto consular o por distintas consideraciones, que van desde el aplauso cuando los compatriotas se destacan en el exterior hasta una mirada desdeñosa que inhabilita el aporte del que se fue, ya que no sufre las consecuencias de las problemáticas existentes en el país.” De esta manera, el curador Gerardo Mantero nos pone en situación: Viñoles está y no está, o, mejor, está de dos maneras diferentes, pues participa en una tradición bifurcada –se formó en la Enba y en el Ipa, y también en la Escuela Superior de Diseño Konstfack, de Estocolmo– y trae en su valija (la exposición se titula Lo que cabe en una valija) segmentos de un viaje dislocado.
Empezando por la serie “Los fragmentos” (2019), pequeñas esculturas en madera que presentan algunas soluciones salustianas –por su coterráneo Salustiano Pintos–, en las que la verticalidad progresiva y ascendente de los ensamblajes consigue equilibrios delicados, casi ingrávidos. Los colores puntuales sobre lo veteado de los recortes de carpintería seducen por su fina orquestación, una cadencia mínima que conviene al entorno de la sala: las estanterías con un borde rojo parecen hechas para sustentar el conjunto.
De fragmentos también está constituida la serie de collages “Otros lugares” (2015-2016), en la que la guerra, el conflicto y la extrañeza invaden habitaciones privadas o, más bien, su representación (serie inspirada en el cuento “El otro cielo”, de Cortázar). Los elementos surrealistas y las imágenes de cardúmenes, ballenas, elefantes, militares, migrantes y otras violencias están pulcramente sometidos a una economía artesanal, al viejo estilo de recorte de tijera. Se agradece el haber evitado la impresión digital, tan frecuente hoy, pero que en muchos casos termina “lavando” el efecto buscado.
Eso no sucede con esta serie ni con los librillos titulados “Hilos rojos” (2012), que se exhiben en una vitrina en el centro de la sala. En ellos, Viñoles concibe un homenaje a Los cantos de Maldoror, del Conde Lautréamont, pero al final confiesa: “Resultaron tan sólo inocentes declaraciones de amor”. Ni tan inocentes ni tan enamorados, los cuatro libritos tienen el encanto de la disrupción discursiva, del devaneo de unas imágenes mitológicas que dialogan con un presente más corpóreo. Aunque, a esta altura de los acontecimientos artísticos, el empleo del hilo de lana rojo como vaso comunicante se está transformando en un lugar común del arte uruguayo –Cecilia Vignolo, Alejandra González Soca, Olga Bettas, Raquel Bessio.
Finalmente, la caja “Melo: la neblina de ayer” aporta un toque melancólico en clave cursi: las figuras de Paul Anka, Los Plateros, Nat King Cole y Billy Cafaro se reúnen entre fotocopias de invitaciones a reuniones bailables (¿cumpleaños de 15?), teñidas de un leve naranja, que parece brotar de un comercial de Crush: quizás una versión sintética y edulcorada del sepia que van tomando las fotos antiguas. Salvo que estas no son fotos, sino un montaje encajonado que destila la añoranza de un lugar y un tiempo perdidos. Todo cabe en la insondable valija de los recuerdos, en el mundo de las ensoñaciones personales y las pesadillas colectivas.
1. Lo que cabe en una valija, Sala de los Fundadores, Casa del Autor, Canelones 1130.