Noche cerrada. El cowboy se aproxima a una cabaña iluminada. Cuando se acerca a la puerta vemos a la muchacha hincada en cuatro patas, trapeando el piso. El hombre traspasa el umbral, se quita lentamente el sombrero y arroja vehemente el cigarrillo a un lado. Por la ventana vemos que cae un relámpago. La chica esboza una expresión de auténtico terror, se incorpora e intenta escapar. El cowboy pone el cuerpo impidiendo su salida. La besa contra su voluntad; el cuerpo de él, dominante, encima. Ella abajo, sostenida por su abrazo. Vemos que, avasallada por tal despliegue de virilidad, termina gozando extasiada y devolviendo el beso con similar intensidad.
La escena pertenece a un clásico del cine, nada menos que a Duelo al sol (1946), un western de King Vidor. Ellos son Gregory Peck y Jennifer Jones. Es verdad, es el fruto de otra época y hoy ya no se ven muchas escenas de ese tipo; lo que actualmente sería considerado una violación, en ese momento estaba perfectamente normalizado, y era la forma de bosquejar el inicio de una relación intensa, tempestuosa: él no era precisamente el villano, su accionar era el esperable para muchos. Había hecho lo correcto, “domesticar” a una mujer osada, desquiciada, histérica.
Lamentablemente esta escena no es una representación aislada, sino que se ha repetido innumerables veces en la historia del cine. Es el más memorable de los James Bond (Sean Connery) forzando a Pussy Galore dentro de un establo, en Goldfinger. Es Han Solo empujando su cuerpo hacia la princesa Leia y dejándola inmovilizada contra una pared de metal dentro de una nave, en El imperio contraataca. En todos los casos el resultado es siempre el mismo: a pesar de las resistencias y las negativas, estas mujeres acaban cediendo a la presión física y pulsional, enamorándose del galán y convirtiéndose en sus incondicionales.
A muchos les puede parecer que este tipo de escenas sólo podrían encontrarse en un cine viejo, rancio y obsoleto. Pero a quienes así lo crean los invito a rever la escena del beso en Ratatouille, en la que la rata, comandando el cuerpo del cocinero desde su cabeza, lo ayuda a “conquistar” a su compañera de trabajo arrojándolo hacia ella, robándole así un beso apasionado. Como no puede ser de otra manera, la chica, ahora amansada, desiste de sus resistencias y destratos a su colega.
El cine dominante es una perpetua construcción de significados y al mismo tiempo un modelo de conducta a nivel masivo. Los héroes no son otra cosa que ejemplos a seguir, y cualquier arranque del que salgan impunes puede ser visto como una osadía notable, un exabrupto magnífico. Pero estas escenas son siempre una construcción ficcional, que suele tener muy poco contacto con la realidad.
Si bien es improbable que una mujer caiga rendida ante un beso forzado, más aun lo es luego de que ella haya verbalizado reiterados rechazos al cortejo del pretendiente. Pero la enseñanza de este tipo de películas pareciera ser siempre la misma: el hombre debe insistir, debe hacer caso omiso a las negativas y debe avanzar para lograr la consecución, la conquista de su ansiada presa.
El cine ha sido históricamente escrito y dirigido por hombres. Los movimientos feministas han señalado recientemente la avasallante mayoría de hombres encargados de la producción cinematográfica, desde inicios del siglo XX hasta ahora. No es de extrañar que los principales estereotipos femeninos reiterados una y una infinidad de veces obedezcan a prejuicios o fantasías masculinas: la damisela frágil, la chica insegura, la femme fatale, la prostituta. Algunas heroínas de anime representan un retroceso atroz en cuanto a mujeres-objeto: lolitas y colegialas, enfermeras, secretarias. Es inestimable e inconmensurable todo el daño social que puede hacer este tipo de construcciones en las audiencias de todo el mundo. Y cuando se habla de una “cultura” de la violación, se habla de un sistema de creencias imperante, que es soterradamente reproducido y difundido a través de los medios masivos de comunicación.
Es por eso tan importante que haya más mujeres escribiendo, dirigiendo, editando, así como en las demás áreas de la realización cinematográfica. Cuanto mayor sea su presencia en la creación, mayor será la cantidad de historias en las que la mujer esté provista de densidad emocional y psicológica, de problemas, sueños, aspiraciones, frustraciones reales. La empatía de las audiencias sólo se gana si los personajes tienen atributos reconocibles, que faciliten la identificación. El feminismo está luchando por quitar a la mujer de su eterno rol de florero y por crear personajes femeninos complejos y diversos. Si el número de mujeres creadoras aumenta, el universo cinematográfico se torna más vasto, desplegando miradas hacia sitios antes impensados, determinados por experiencias femeninas.
Pero la cultura de la violación va más allá de la representación de feminidades pasivas y masculinidades activas e insistentes. Es algo mayor, más profundo, y tiene que ver directamente con otro lugar común, también reproducido hasta el hartazgo por el cine: la creencia en el poder de la perseverancia. Se trata de aquel sonsonete reiterado una y mil veces, por el cual se enseña que todo es posible si lo deseamos realmente, si nos arrojamos con todas nuestras energías y por todos los medios a concretar nuestras aspiraciones. Los héroes no se rinden, persisten, se imponen hasta las últimas consecuencias, con resultados siempre positivos. Lo importante es nunca dejar de soñar, y de mantenerse activo en pos de esos deseos.
Y lo cierto es que se trata de una de las más grandes patrañas a que nos han expuesto a lo largo de nuestra existencia. Por supuesto que no todo es posible, no podemos aspirar a cualquier cosa (aun menos si nuestras intenciones chocan contra la voluntad de terceros), y uno de los mayores y más importantes signos de crecimiento y madurez es la aceptación de que muchos de estos sueños no son alcanzables ni viables. La película Monsters University es una brillante excepción: los protagonistas son, sobre el final, expulsados de la universidad, fracasan en su aspiración vital de graduarse, pero lo más notable y sobresaliente del planteo es que esta película expone cómo la vida continúa, cómo los personajes encuentran su lugar en el mundo a pesar de haber atravesado esa inmensa frustración.
Esta última es la palabra clave: el cine debería enseñarnos mucho más de frustración y mucho menos de omnipotencia. Es necesario lidiar con deseos frustrados para aceptar mejor una realidad que, en definitiva, difícilmente se acomode para satisfacer nuestros caprichos.