Luego del éxito que supuso Cometierra en 2019, catalogada como una de las mejores novelas del año, Dolores Reyes redobla la apuesta con Miseria, una historia que busca ser tan intensa y sensibilizadora como la anterior, y que nos guiará desde diferentes puntos de vista hasta el desenlace de aquello que había quedado inconcluso en su primera entrega.
«Nosotros vinimos a perdernos, pero se nos fue la mano», dice Cometierra cuando apenas llevaba pocos días en su nuevo hogar. En esta novela, los lectores seguirán el camino que la protagonista, junto con su hermano Walter y su amiga Miseria –a quien le debe el título este libro–, recorren luego de finalizada la primera entrega. La autora argentina de 45 años, feminista y docente continúa trabajando con un tema tan complejo y sensible como la desaparición de mujeres, y coloca en Cometierra la responsabilidad de encontrarlas.
Aunque se había jurado a sí misma no volver a hacerlo, Aylén, como se llama verdaderamente la protagonista, deberá luchar consigo misma para decidir si abandona por completo la tarea de comer tierra con el fin de encontrar chicas desaparecidas, aunque ello no la deje dormir en paz. Por otro lado, su amiga Miseria, de tan solo 16 años, espera un hijo con su hermano Walter y ve en esa capacidad de Cometierra un camino para mejorar económicamente: «Acá desaparece gente todo el tiempo. Acá tu don es oro». Sin embargo, para Aylén no es tan sencillo convertir esa capacidad en negocio. Se siente culpable por haber defraudado a gente que confió antes en ella, y no quiere volver a hacerlo.
La novela está escrita en primera persona desde la perspectiva de dos personajes: Cometierra y Miseria. Intercalando uno a uno los relatos, el lector conocerá internamente a estas mujeres, que, aunque no hacen grandes acciones, siempre se exponen desde el punto de vista psicológico. Desde el embarazo adolescente, la inexperiencia, el miedo y la incertidumbre por el futuro hasta el remordimiento por los hechos del pasado, tanto una como la otra atraparán al lector, al que, seguramente, le cueste desprenderse de las páginas de este libro.
Aunque por momentos el relato pareciera apuntar a un público juvenil, ya sea por el lenguaje plagado de coloquialismos o por referencias comunes para lectores de corta edad, no debemos pasar por alto que, en el fondo, el motivo de esta novela va mucho más allá. La novela es directa cuando tiene que serlo, y sin dudas apunta a movilizar sensibilidades con algunas de sus sentencias: «Tengo ganas de vomitar la pared en donde todas somos desaparecidas, putas o videntes».
Realidad y fantasía se mezclan todo el tiempo en esta novela. El medio que utiliza la autora para dejar su mensaje es el de una ficción que tiene mucho de onírico, pero que no por ello pierde seriedad. Dolores Reyes es muy cuidadosa a la hora de hablar sobre las mujeres desaparecidas y lo hace con conocimiento de causa y desde su visión feminista de los hechos. Nada se le puede reprochar a esta escritora que, sea a través de los sueños o a través de la realidad, quiere dejar en claro qué es lo que verdaderamente importa en esta novela.
Aylén y Miseria no estarán solas. Otras mujeres las acompañarán a lo largo de la historia, y eso hará que, al menos por algunos momentos, se sientan seguras. Cometierra vivirá un nuevo romance con Lucas, un chico al que conoce gracias a una perra callejera que terminará siendo parte de la familia; Miseria verá crecer a su hijo, cuyo nombre no sabemos, pero que para todos será el Pendejo y junto a Walter lucharán por combatir contra su pasado. Eso sí, no lograrán nunca escapar del todo. Aylén volverá a ser Cometierra aunque no esté cien por ciento convencida de ello, porque, a fin de cuentas, «alguien las tiene que buscar». Su casa de la infancia, aquella donde vivía con su madre hasta que su padre la asesinó, será el refugio que encontrará para seguir adelante, tratando de encontrar a todas aquellas que ya no están.