Han pasado 20 días desde que el Instituto Nacional de Estadística (Ine) publicó el último dato de pobreza y desigualdad, sin embargo, tal como señala el economista Fernando Isabella en La Diaria, hasta el momento no hubo debates, lo cual sorprende dada la importancia de esta temática. Ni siquiera los principales jerarcas de las carteras involucradas se han pronunciado contundentemente al respecto, pese a que “se trata de los indicadores de resultados más importantes para cualquier concepción de izquierda” (Isabella). ¿Será que las supuestas buenas noticias ya no son tan buenas? Aquí trataré de emprender la discusión, dándole otra mirada.
En la nueva administración, variables socioeconómicas como la pobreza y la distribución del ingreso han quedado relegadas a un segundo plano y variables macroeconómicas como el producto interno bruto (Pbi), la inflación y el déficit fiscal constituyen las principales preocupaciones. Esto contrasta con la visión de la anterior administración. En particular, el ex ministro de Desarrollo Social Daniel Olesker señaló en varias oportunidades que uno de los objetivos de su cartera era disminuir la pobreza por debajo del 10 por ciento (lo cual se cumplió ya que en 2014 cerró en 9,7 por ciento).
Conocidos los últimos datos de Pbi e inflación, el ministro de Economía dejó claro que el país mantiene su senda de crecimiento en tanto que la inflación ha comenzado a descender. Sin embargo, esto no aplica para la pobreza. Si hablamos de analizar tendencias (como propone Isabella), la pobreza permanece estable hace tres años: desde 2014 se ubica en 9,5 por ciento, es decir, comprende a unas 320 mil personas.
Si bien nadie puede negar que entre 2004 y 2014 de cada cuatro personas pobres tres han dejado de serlo, tampoco puede negarse que desde ese año ha sido muy difícil “llegar” a esas 320 mil personas. Los beneficios del crecimiento económico no les han llegado, y al parecer las políticas sociales de ingresos tampoco.
Lo más preocupante es cuando se indaga sobre esas 320 mil personas y se observa que más de 200 mil son niños. La pobreza es un fenómeno netamente infantilizado, uno de cada cinco niños menores de 6 años vive en hogares pobres. Los niños que crecen en hogares de menores recursos ingresan primero al mercado laboral en trabajos de mala calidad debido a la necesidad de paliar la falta de ingresos presentes, sacrificando así sus posibilidades de estudio y de ingreso futuras. De no mediar la intervención pública que permita romper este círculo vicioso, es probable que los hijos de estos niños también nazcan y crezcan en hogares pobres. En cambio, los niños que crecen en hogares de mayores recursos tienen un camino inverso en cuanto a las oportunidades de estudiar y trabajar. De esta manera, es probable que los hijos de estos niños nazcan en hogares de mayores recursos, y así están dadas las condiciones para que las desigualdades se reproduzcan de generación en generación.
En este sentido, si de analizar tendencias hablamos, la desigualdad ha detenido su tendencia decreciente antes que la pobreza. Desde 2012 los indicadores de desigualdad muestran un estancamiento, según el Índice de Gini. En tanto, el ratio entre los ingresos del décimo decil y los del primero se ubica en torno a 11,5. Es decir, el 10 por ciento más rico de la población gana 11 veces más que el 10 por ciento más pobre. Es cierto que en 2006 ganó 18 veces más, pero también lo es que desde 2012 este ratio se mantiene relativamente constante.
A la vez, si analizamos cuánto del ingreso se apropia cada decil, se observa que en 2006 el primer decil se apropiaba del 2,2 por ciento y en 2016 del 2,8 por ciento. Es un avance, aunque parecería tener gusto a poco, en diez años el 10 por ciento más pobre sólo incrementó su porción de la torta en 0,6 puntos. Si bien en términos relativos es una variación importante, no deja de ser menos del 3 por ciento de la torta. Comparado con el 27 por ciento que se apropia el 10 por ciento más rico, las distancias continúan siendo lejanas.
Las políticas para combatir la pobreza y la desigualdad nombradas por Isabella parecerían haber dado el máximo de sus frutos y por tanto, es necesario reformarlas o profundizarlas, tal como se hizo con el Irpf (aunque se perdieron dos valiosos años y el impuesto al capital continúa sin modificarse).
Si bien el contexto económico de los últimos años ha cambiado, vale la pena preguntarse, ¿qué significa que los logros se mantengan como señala Isabella? ¿Implica que continúen existiendo 320 mil personas por debajo de la línea de pobreza? ¿Implica que el 10 por ciento más rico continúe llevándose casi el 30 por ciento de la torta, cuando el 10 por ciento más pobre se apropia de menos del 3 por ciento? O ¿implica simplemente que el Pbi continúe creciendo? Si es esto último, entonces podría decirse que los logros se mantienen. Aunque es difícil argumentar que el estancamiento de la pobreza y de la distribución del ingreso sea un logro.
En un país donde los ingresos continúan creciendo (logro mantenido) y cuyas autoridades económicas se congratulan por ello, la pobreza y la desigualdad permanecen estancadas. Por lo tanto, vale la pena preguntarse qué se está haciendo con el reparto de la torta o mejor dicho, qué es lo que ha hecho un gobierno progresista para lograr que ésta se reparta de forma más equitativa. La nueva administración hasta el momento ha hecho muy poco y recién tras estos datos parecería empezar a darle importancia.