A la primera generación del nuevo cine latinoamericano la descubrió en el III Festival Internacional de Cine Documental y Experimental del SODRE, de 1958, donde se conmovió con las películas del chileno Kaulen, del brasileño Pereira dos Santos, del boliviano Ruiz, del peruano Chambi y con los fotodocumentales del argentino Birri. Poco antes, Achugar se había asociado a Cine Club Universitario, en el que colaboró en el taller de cine para niños y organizó la prensa del archivo, hasta involucrarse en la gestión de la institución. Hacia 1960 comenzó su carrera como distribuidor comercial, con títulos de Chaplin, Hitchcock y Fellini. Mientras tanto, participó en proyectos locales, como el de los cortometrajes para la Comisión Nacional de Turismo, del que fue productor ejecutivo, y la publicación sobre Bergman que reunió los escritos de Homero Alsina Thevenet y Emir Rodríguez Monegal. Aunque no fue un cinéfilo tradicional, Achugar cumplió un rol importante en la cinefilia rioplatense, y su vínculo con Cineclub Núcleo, de Buenos Aires, lo convirtió en el distribuidor y representante en Uruguay de la revista argentina Tiempo de Cine. Ya en la mitad de los años sesenta, había establecido contactos con el cine cubano, el cinema novo brasileño y el cine independiente argentino. Asistió a la III Exposición de Cine Latinoamericano, en Sestri Levante, Italia (1962) y al Festival de Cannes de 1964 –en el que quedó impactado con Dios y el diablo en la tierra del sol (Rocha, 1964)–; se convirtió en productor asociado de la primera película de Favio, Crónica de un niño solo (1965), y productor ejecutivo de la segunda, Este es el romance del Aniceto y la Francisca… (1966). Pero el latinoamericanismo cinematográfico de Achugar no se entiende sin otra figura clave: el productor santafesino Edgardo Cacho Pallero, su maestro y amigo. Se conocieron en un bar porteño junto con Birri, cuando Achugar escribía una nota sobre el rodaje de Los inundados (Birri, 1961), y juntos recorrerían un trayecto de militancia a través del cine. En 1966, Pallero, Bernardo Zupnik, Bernardo Breski y Achugar montaron en Buenos Aires la distribuidora independiente de filmes latinoamericanos Renacimiento Films, que no logró prosperar comercialmente.
Fue a partir del hito fundacional del movimiento del nuevo cine latinoamericano, el Primer Encuentro de Cineastas, en el V Festival de Viña del Mar, Chile (1967), que Walter emergió como una de sus figuras más notables. En los años siguientes protagonizó la consolidación de ese circuito y su radicalización al calor del 68 en los festivales de Mérida, Venezuela (1968), o de Viña del Mar (1969). En Uruguay, le propuso a Hugo Alfaro un giro radical en la programación de los tradicionales festivales de cine del semanario Marcha (1967) y lo convenció de proyectar un cine completamente distinto: uno que testimoniaba las luchas de liberación del mundo (Vietnam, África, el movimiento por los derechos civiles afroamericanos en Estados Unidos, la guerrilla en Colombia, el hambre en Brasil, la tensión social en Bolivia y en República Dominicana, la falsa democracia uruguaya, el enfrentamiento de los estudiantes con la Policía y mucho más). Al mismo tiempo, Achugar convirtió una sala que exhibía películas clase B en una experiencia que reunió el cine de autor –de Jacques Tati a Masaki Kobayashi– con los nuevos cines latinoamericanos: el cine Renacimiento, que abrió con el doble programa de Elecciones (Handler y Ulive, 1967) y Este es el romance del Aniceto y la Francisca… Achugar lo describió una vez como un experimento, porque ahí también se vivió la militancia y la solidaridad revolucionarias, un rasgo extraordinario para el circuito comercial. La recaudación de las entradas de algunas de las funciones –en las que se exhibían películas vinculadas a las experiencias guerrilleras, como la de Guatemala– se destinaba a los movimientos de liberación latinoamericanos, una práctica que tensionó la relación con los trabajadores de la cooperativa de la sala, que culminó con el fin del proyecto.
Pero, en aquellos años, al cine político no lo paraba nadie: daba vuelta todo en todas partes, como el mismo Walter. En 1968, asistió al Festival de Nueva York y vivió en París la confrontación entre estudiantes y policías; vio a Jean-Luc Godard colgado de una cortina, clausurando el Festival de Cannes, y participó de la revuelta callejera tras el estreno de La hora de los hornos (Getino y Solanas, 1968) en Pésaro, Italia. En Montevideo, el festival de Marcha agotaba las entradas de sus funciones y a Achugar se le ocurrió hacer un disco inolvidable: Canciones del Festival de Marcha. En noviembre de 1969, tras la experiencia del Cine Club del semanario, se inauguró la Cinemateca del Tercer Mundo, cofundada por el grupo de cine que lideraban Achugar y Mario Handler.
Walter recorrió diversos festivales internacionales interesados por el cine político latinoamericano. De hecho, los filmes que distribuyó nutrieron las distribuidoras militantes del pos-68 en el mundo. Tanto es así que el Third World Cinema Group, con oficinas en San Francisco y Nueva York, nacerá como distribuidora tercermundista ni más ni menos que a partir de su encuentro con Achugar en el Festival de San Francisco de 1970, al que asistió llevando Yawar Mallku (1969), del boliviano Jorge Sanjinés, Macunaíma (1969), del brasileño Joaquim Pedro de Andrade, y La hora de los hornos. En el marco de un creciente interés europeo por el nuevo cine latinoamericano, inició con Pallero un proyecto de filmes de América Latina para la RAI, que comenzó con la película boliviana El coraje del pueblo (1971), de Sanjinés. Esas y otras relaciones explican la impactante campaña por su liberación, cuando lo encarcelaron en 1972, junto con Eduardo Terra. Achugar fue puesto en libertad gracias a la solidaridad de cineastas, intelectuales y artistas que reclamaron por su vida a las embajadas uruguayas, como Buñuel, De Sica, Antonioni, Pasolini, Visconti, Rocha, entre muchísimos otros.
Durante sus días preso, había leído En la selva hay mucho por hacer (1972), el libro sobre las cartas que Mauricio Gatti había enviado a su hija desde la cárcel, y, al salir en libertad, le propuso a Walter Tournier hacer una película animada basada en esa historia y de la que él sería el productor desde Argentina. Así se concretó la realización –clandestina– de aquella primera animación de Tournier, que realizó junto con Alfredo Echaniz y Gabriel Peluffo.
Las tareas de compromiso político (con el Movimiento de Liberación Popular-Tupamaros) y cinematográfico se mantuvieron incólumes, desde su breve exilio en Buenos Aires (luego en Caracas y en Madrid) y gracias a sus relaciones con el cine político mundial. Achugar colaboró en la construcción de puentes entre el cine del tercer mundo, en encuentros en Argel, Buenos Aires y Montreal entre 1973 y 1974. Allí participó activamente de las discusiones sobre el cine político, sobre su producción y distribución internacional, y debatió concepciones, promovió intercambios y propuso acciones. Esa intensa trayectoria lo convirtió en uno de los cinco representantes del Comité de Cineastas de América Latina, creado en Caracas en 1974, que, desde ese mismo encuentro y a un año del golpe chileno, encararía la denuncia de la represión en el Cono Sur.
Otra etapa del nuevo cine latinoamericano se inició en los años ochenta con su participación en el festival de cine de La Habana (desde 1979), en la Escuela Internacional de Cine y Televisión, de San Antonio de los Baños, y en la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. Y, también, con su intensa labor como productor-distribuidor desde España y con su retorno a Uruguay, donde Achugar terminó de configurarse como una figura emblemática de nuestro cine. Incansable lector, desafiante conversador, Walter tenía un humor exquisito. Su vida y su trabajo en pro del cine latinoamericano se forjó también con sus admirados Chaplin, Kurosawa, Buñuel, Groucho Marx, Keaton, a los que, como si fuera poco, estudió en varios idiomas.
Hasta siempre, Walter.
* Cecilia Lacruz es integrante del Grupo de Estudios Audiovisuales (GESTA), Universidad de la República.