Luz de obra, todo un híbrido: Artificio colectivo - Semanario Brecha
Luz de obra, todo un híbrido

Artificio colectivo

DIFUSIÓN

Creer que el cine documental se relaciona de una manera más directa con la realidad, que la representa más de cerca que la ficción, porque parte del mundo histórico, es una falacia ambigua que, al mismo tiempo, tiene sabor a verdad. Lo cierto es que, mientras filma espacios, objetos y personas que ya existen antes o fuera de la película, el documental –o la no ficción, ese nombre rimbombante pero, también, más preciso– puede ser el acto de manipulación más grande jamás imaginado. Porque, si la ficción tiene que seguir determinada codificación previa, consensuada, para establecer un pacto de verosimilitud funcional a la narrativa, en el documental, que filma personas y cosas reales, ese signo de verdad ya viene dado y un primer nivel de verosimilitud se construye solo, casi de inmediato. Así, apoyados en los saberes previos que definen una percepción colectiva de lo real, los directores de cine documental pueden permitirse dar volteretas con el lenguaje y lucirse con artimañas muy diversas a la hora de convencer a los espectadores de que han construido un retrato fidedigno de personas y espacios a lo largo del tiempo. Luz de obra hace un uso muy autoconsciente y certero de esa libertad, y se adentra en territorios apenas explorados en el audiovisual nacional.

En el mundo, la corriente del documental reflexivo –aquel que, más que hablar de la realidad, busca hacer consciente al espectador de los medios que está utilizando para manipular su representación– tiene grandes exponentes; en ella entran, a modo de ejemplo, películas como Edifício Master y Jogo de Cena, de Eduardo Coutinho, o En construcción, de José Luis Guerín. Germán Tejeira aprovecha esa herencia y, tomando como punto de partida que su objeto de interés son actores creando, ellos mismos, una puesta en escena, establece con ella un diálogo estético contundente; así, Luz de obra siembra continuamente la duda de si eso que estamos viendo es una filmación de actos espontáneos o si los actores están haciendo de sí mismos en un planteo, a priori, más cercano a la ficción. Lo interesante es que esa ambigüedad, presente de forma continua, no impide que la película se deslice por toda una serie de otros temas –el tránsito conflictivo por las decisiones individuales y colectivas, la relación entre lo posible y lo imposible, las condiciones para el trabajo cultural que ofrece un país del tercer mundo– que nos animan, a lo largo del material, a reflexionar junto con los personajes en una primera capa de significaciones; a su vez, el montaje maneja los tiempos con la precisión necesaria para que, cuando empezamos a olvidarnos de su extraña identidad híbrida, pongamos la atención sobre ella, con algún recurso creativo: una escena evidentemente construida para la cámara, una situación de humor alrededor de la condición documental del material, objetos tan peculiares y delatores del artificio como muñecos y maquetas.

Esa apuesta a la diversificación simbólica enriquece la película y permite a Tejeira y a Goyoaga, su montajista, entrar y salir de atmósferas muy distintas sin perder la unidad narrativa, lo que le brinda al material una organicidad que nos conduce sin problemas por momentos de drama o de comedia, de observación o de intervención. Además, si bien respeta a sus personajes, la dirección no se deja llevar de la nariz por ellos, no les compra todo el combo, aun cuando cuentan con personalidades muy fuertes; es como si los mantuviera en un extraño equilibrio en el que someterlos a cierto control ayuda a que se expongan hasta las últimas consecuencias sin romperse en el camino. De ese modo, Luz de obra logra que lo más lindo esté, sin lugar a dudas, en la combinación de todos los ingredientes y no en la veneración acrítica de uno solo de ellos: lo importante es el sabor que surge del colectivo, en un retrato de sueños y esfuerzos de años y años que funciona como estímulo para la militancia cultural y abraza a todas las personas que tratamos de llevar adelante proyectos artísticos en este país.

Artículos relacionados

Sin categoría Suscriptores
Cien años de la Metro-Goldwyn-Mayer

El eco de un rugido

Cine. Documental uruguayo: La huella de las palabras

Memoria entre las voces

Cultura Suscriptores
Con la cineasta y archivista uruguaya Lucía Malandro

Búsqueda de libertad

Cultura Suscriptores
La comida en el cine

Ese discreto encanto

Cultura Suscriptores
CINE. TIPOS DE GENTILEZA, DE YORGOS LANTHIMOS

Bondad lacerante