A casi dos años de su llegada a Miami, el cineasta Lester Hamlet «sobrevive» impartiendo talleres de actuación en centros para adultos mayores. «Así van mis días, con muchas ganas de volver al cine, con muchos proyectos…», contó recientemente en un pódcast. Hamlet llegó a Estados Unidos en agosto de 2022 protagonizando una melodramática «fuga». Según su versión, estando de visita en México había recibido el aviso de que no podía regresar a la isla, lo que lo llevó a publicar una denuncia en sus redes y decidirse por el «exilio». Aunque por entonces el Ministerio de Cultura emitió una nota asegurando que no existía prohibición alguna para que regresara a su país, Hamlet insiste hasta hoy en que un funcionario del instituto cubano de cine le llamó para avisarle y que la medida en su contra estaba relacionada con Lis Cuesta, la pretendida «primera dama» de Cuba.
Durante un cuarto de siglo Hamlet había centrado su carrera en el teatro y el cine, pero al momento de su salida del país estaba volcado a la televisión, dirigiendo la novela nacional –el espacio de mayor audiencia– y un programa de cocina llamado Chef farándula. Este último era conducido por el cocinero español residente en La Habana Miguel Ángel Jiménez, quien durante la pandemia había creado ese formato, en el que compartía fogones con personalidades del espectáculo. A poco de radicarse en Miami, Hamlet contó cómo le habían propuesto dirigir la versión televisiva del proyecto, pero luego Jiménez había hecho todo lo posible por sabotearlo, amparado en su amistad con Cuesta. Aparentemente, la «primera dama» había movido influencias para que Hamlet no recibiese nuevas propuestas de trabajo, lo que lo forzó a emigrar.
Dramatúrgicamente, la historia no era de las mejor contadas por Hamlet, pero tuvo un amplio éxito entre la comunidad cubanoestadounidense de la Florida. Y también en Cuba, donde la esposa del mandatario es una figura controversial incluso para muchos partidarios del gobierno.
SIN CARGO OFICIAL
Lis Cuesta es la segunda esposa de Miguel Díaz-Canel, el presidente cubano. Nació en 1971 en la provincia de Holguín (700 quilómetros al este de La Habana), donde estudió magisterio. En 2004, ya con dos hijos de un matrimonio anterior, conoció a Díaz-Canel cuando este fue enviado a Holguín como secretario provincial del Partido Comunista. Tras la promoción del actual mandatario al cargo de ministro de Educación Superior, en 2009, Cuesta lo acompañó a La Habana, aunque su salto a la fama no se produciría hasta el 20 de abril de 2018, dos días después de la elección presidencial de su esposo, cuando fungió oficiosamente como primera dama durante una recepción organizada en honor al presidente Nicolás Maduro. La prensa estatal cubana pasó de puntillas sobre el hecho, pero los corresponsales extranjeros se apresuraron a señalarlo como un símbolo auspicioso de los nuevos tiempos.
Díaz-Canel dijo que «buscaría estar más presente y comprometido con los cubanos de a pie, y creo que eso incluye tratar de proyectar una imagen de que él es uno de ellos, un hombre de familia. Esa aura suave e intangible puede emanar de gestos simbólicos, como ser fotografiado con su esposa», reflexionó poco después el sociólogo Ted Henken, autor de varios libros sobre la isla, en una entrevista con el diario Nuevo Herald, vocero de la comunidad cubanoestadounidense en Miami.
Al cabo de seis años, la prensa estatal cubana sigue sin encontrar una fórmula definitiva para nombrar a «la esposa del presidente», y la oposición interna y emigrada hace tiempo trocó su inicial sorpresa –y hasta condescendencia– por una aversión profunda y constante hacia ella. Lis Cuesta es hoy uno de los puntos más débiles en el frente mediático del gobierno de la isla. Incluso entre quienes se definen como revolucionarios cuesta encontrar defensores de su presencia en actos oficiales y viajes al exterior. Ese sentimiento es tan intenso que en mayo de 2022 el propio Díaz-Canel llegó a interrumpir a un maestro de ceremonias, durante una firma de convenios con su homólogo mexicano Andrés Manuel López Obrador, para aclarar que su esposa no debía ser presentada bajo ningún título oficial. «Ni en México ni en Cuba tenemos primeras damas. Ellas son las esposas, que trabajan en sus trabajos y de paso hacen sus presentaciones con nosotros», insistió.
Desde el punto de vista legal, es así. Las leyes cubanas no contemplan la existencia del cargo de primera dama, que por su naturaleza sexista está en contradicción con la filosofía del sistema político local. Fidel Castro nunca aceptó que su esposa de décadas recibiese esa condición, y Raúl Castro –aunque ascendió a la presidencia siendo viudo– tampoco abogó por que su esposa recibiese más nombramientos que los que le correspondían por los cargos que ocupaba dentro del gobierno. Durante los mandatos de ambos, la atención a las primeras damas extranjeras que visitaban el país quedaba en manos de la Federación de Mujeres Cubanas, una organización filogubernamental. Cuesta asumió esa responsabilidad desde la llegada de Díaz-Canel a la primera magistratura y recibió en los últimos años a «homólogas» suyas, como la reina de España y la esposa del presidente chino. Además, en el marco de las numerosas giras internacionales de su esposo ha sido tratada como primera dama y se ha comportado como tal.
Esa actitud, junto con los rumores de que durante sus viajes habría acudido a restaurantes y tiendas de lujo, y de que porta bolsos y otros artículos valuados en miles de dólares, han socavado profundamente su imagen y dañado –por asociación– la de Díaz-Canel. Por si fuera poco, en varias ocasiones a las comitivas se han sumado sus hijos; uno de ellos hasta participó en una audiencia del presidente cubano con el papa Francisco, a mediados de 2023.
«Si supiesen cuánto lo ayuda, cuán necesaria le es», escribió por esas fechas en su perfil de Facebook la periodista Leticia Martínez Hernández, la jefa del equipo de comunicación de la Presidencia, intentando restar hierro a las críticas en las redes por la presencia de la «primera dama» en las delegaciones.
«CORAZÓN EN MODO ESTROPAJO»
Formalmente, Cuesta se desempeña como jefa del departamento de festivales y eventos del Ministerio de Cultura. Su designación para ese cargo resultó coherente con su experiencia laboral en varias instituciones del mismo ministerio, pero ha terminado por influir de manera negativa en sus «otras responsabilidades» junto con el mandatario.
El gobierno cubano lleva más de una década destinando casi la mitad de su presupuesto a inversiones para el desarrollo de infraestructura turística. Era una línea de acción comprensible en tiempos del «deshielo» –el período de distensión con Estados Unidos, entre 2014 y 2017–, cuando el número de vacacionistas estadounidenses se multiplicó y llegó a estimarse que sumaría millones en pocos años. Pero las sanciones de la era de Trump, mantenidas por Biden, y la pandemia acabaron con aquel promisorio panorama. Con la industria en sus horas más bajas resulta difícil entender que las autoridades de La Habana sigan levantando hoteles, y más si se tiene en cuenta que el resto de las actividades constructivas se encuentran paralizadas por falta de recursos.
En su esfuerzo por traer de vuelta a los visitantes extranjeros, el Ministerio de Turismo ha apostado por los eventos culturales y gastronómicos. La participación de Cuesta en esas actividades ha sido aprovechada por la prensa opositora para alimentar su imagen de mujer frívola e insensible ante las necesidades de sus compatriotas y presionar a artistas de otros países para que no viajen a la isla. Así sucedió a comienzos de 2022 con el San Remo Music Awards Cuba y con las ediciones del festival culinario Cuba Sabe. Programar esos eventos en hoteles de lujo de La Habana, a pocos pasos de donde la población local sufría los rigores de la crisis, fue una decisión tan insensata como dar preeminencia a Cuesta dentro de los comités organizadores. En definitiva, su nombre se convirtió en un arma arrojadiza en contra de ambos proyectos. Por contraste, la «primera dama» no acompaña a Díaz-Canel en sus visitas al interior o a territorios afectados por desastres naturales. Apenas a comienzos de este año, se trató de vincularla a un proyecto con niños con necesidades educativas especiales en La Habana.
«Hay que partir de que Lis Cuesta no debería tener visibilidad mediática. En Cuba hay una tradición en contra de la figura de la “mujer florero”, cuya función es servir de mero complemento al hombre, y la Revolución, sobre todo, abogó por la emancipación femenina. Sin embargo, ya que insisten en darle ese espacio, sería imprescindible cuidar su proyección pública, acercarla a la gente sin caer en el ridículo. Aquel tuit suyo en el que decía tener el “corazón en modo estropajo por los agobiantes apagones” hizo un daño tremendo. Mucha gente se tomó como una burla que intentaran hacerle creer que el presidente y su familia pasaban diez o 12 horas diarias sin corriente como las personas en provincia», reflexionó, a condición de anonimato, un periodista de un diario nacional. A su juicio, se ha profundizado la distancia entre la alta dirigencia del país y la ciudadanía. «En sus recorridos, Díaz-Canel y Manuel Marrero [el primer ministro] llevan hasta sus equipos de prensa, con periodistas que ya no son convocados ocasional-mente, sino que radican en el propio Palacio de la Revolución. Es cada vez más un ecosistema cerrado. No como en tiempos de Fidel, cuando muchas veces eran los periodistas quienes “aterrizaban” en la realidad al comandante».
PADRES E HIJOS
En enero, los medios de la Florida se hicieron eco de las vacaciones que en España disfrutaba el hijo del primer ministro, llamado Manuel Alejandro Marrero. Mientras en la isla la crisis económica se intensificaba, en la nación europea el joven visitaba restaurantes de moda y se fotografiaba recorriendo ciudades patrimoniales. Sus redes sociales también dan cuenta de sus habituales estancias en hoteles de los mejores balnearios cubanos. Manuel Alejandro había abandonado su costumbre de publicar en Instagram luego de que en 2019 –a causa de la designación de su padre al cargo de premier– cobraron notoriedad unas fotos suyas en un avión jet. Al parecer, uno de los que por entonces prestaban las autoridades de Venezuela a sus homólogas de la isla.
Otro que debió «bajar el perfil» luego de un episodio de ostentación fue Sandro Castro, nieto de Fidel, quien en marzo de 2021 pidió disculpas por un vídeo en el que se le veía vanagloriándose de un auto Mercedes Benz que conducía a alta velocidad por una autopista de la periferia habanera.
Las diferencias entre los dirigentes con una larga hoja de servicios en provincia (como Díaz-Canel) y los que han desarrollado su carrera fundamentalmente en La Habana (como Marrero) se manifiestan en diversos ámbitos, pero en pocos tan marcadas como en el destino de sus descendencias. Mientras los hijos de los funcionarios ascendidos «desde la base» suelen estudiar y trabajar en la isla, entre los de los cuadros de carrera capitalina predominan los emigrados, muchas veces viviendo con altos estándares en países como Estados Unidos o España.
«La grandeza no es hereditaria. Se puede ser brillante aunque se nazca en cuna de paja o un mentecato aunque se nazca en cuna de oro», comentó sobre el incidente con Sandro Castro el cantautor Israel Rojas, muy atacado por opositores al gobierno debido a su militancia de izquierdas. Se trata de un axioma válido para unos cuantos familiares de la llamada dirigencia histórica y los actuales decisores del país. Los rumores sobre ellos dan pábulo a las historias con que los recién llegados a Miami intentan luego borrar sus «años de colaboración con el régimen». Muchas veces, con fundamento.