«El silencio sobre el genocidio es un punto ciego en el progresismo uruguayo» - Semanario Brecha
Con Daina Green, integrante de Voces Judías Independientes de Canadá

«El silencio sobre el genocidio es un punto ciego en el progresismo uruguayo»

Daina Green. BARRY LIPTON

Green, militante judía antisionista residente en Uruguay, habló con Brecha de la solidaridad en su país -y en estas latitudes- con el pueblo palestino, su experiencia como activista y la de la organización de la que forma parte.

Como todos los años, Daina y su esposo, Barry, llegaron a Montevideo en noviembre. El 5 de diciembre participaron en una marcha por Palestina, y siguieron haciéndolo en cada una de las muchas movilizaciones convocadas a lo largo de estos seis meses. Esta pareja de activistas sociales canadienses, de origen judío askenazi, desde hace tiempo eligió vivir la mitad del año en Montevideo. Durante la otra mitad viven en Toronto, donde participan en Independent Jewish Voices [IJV] Canada, una organización solidaria con la causa palestina similar a su par estadounidense Jewish Voice for Peace.

Cuando llegaron a la marcha, buscaron naturalmente algún colectivo judío al cual sumarse. Su sorpresa –y su decepción– fue grande cuando descubrieron que, a diferencia de su país y de muchos otros, no existe en Uruguay un colectivo judío organizado que apoye la causa palestina. Sobre estos y otros temas, y con el telón de fondo de las protestas multitudinarias de grupos judíos contra el genocidio de Gaza en América del Norte, Brecha conversó con Daina Green cuando ya estaba haciendo las maletas para regresar a Toronto.

—Contame un poco sobre tu historia familiar y tu trayectoria.

—Nací en Estados Unidos, en una familia judía y atea. Mi madre y mi padre eran hijos de inmigrantes que llegaron en la primera mitad del siglo XX huyendo de los pogromos en Bielorrusia, Ucrania, Lituania y Letonia. Somos tres hermanas. Mamá era hija única de una madre divorciada que mantenía a la familia trabajando como operaria en una fábrica de corte y confección de Nueva York. Mi abuela fue una militante muy comprometida en el sindicato de la aguja. Las reuniones y hasta las actas se hacían en yiddish. En su funeral, me impresionó que quien hizo el elogio fúnebre era el vicepresidente de ese sindicato poderoso.

Toda mi familia hablaba yiddish. Mi madre tenía formación política. Su tío, que era comunista, la hacía participar en colonias de verano de grupos judíos progresistas y políticos en general. La familia estaba ilusionada con el flamante Estado de Israel. Mi padre era hijo de una familia humilde que vivía de un taller de zapatería y tuvo una educación religiosa rudimentaria. Con apenas 17 años, mintió sobre su edad para ir a pelear como soldado de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, aunque por temor al nazismo procuró esconder su identidad judía. Más tarde consideró la religión como irrelevante y se dedicó a la ciencia y la educación.

Pasé la infancia en un pueblo minero de Pensilvania –donde mi padre y mi madre eran docentes–, bastante atrasado y con mucha discriminación; por ser una niña judía tuve que tolerar los prejuicios y las burlas de mis coetáneos, pero no les daba importancia (nunca llegaron a ser amenazas). Mi tía trabajaba en una tienda donde le habían dicho que no contrataban a personas judías; ella me aconsejó no decirle a nadie nuestro origen. Por otro lado, el pueblo prohibía a las personas afrodescendientes vivir dentro de sus límites, tenían que vivir en pueblitos de las afueras. Y solo se permitía a los residentes del pueblo usar la piscina pública. Para mi madre y mi padre, era un caso de discriminación racial directa e insistieron en que nosotras tampoco usáramos la piscina pública. Así aprendí la palabra boicot a los 8 años.

En 1961 nos llevaron a las tres a una gira por el sur del país, durante la era Jim Crow. Yo tenía 7 años, pero me dejó una marca muy profunda ver físicamente la segregación y la discriminación. A los 12 años ya participaba en marchas por los derechos civiles. En mi familia teníamos incorporado el concepto del boicot a la injusticia racial, pero faltaba un análisis de clase. Mi madre era una feminista que quería dedicarse a hacer estudios de posgrado, pero, como todas las mujeres de la década del 50, tuvo que sacrificar su carrera para seguir el mandato de esposa y madre. Solo cuando nosotras éramos mayores, y ya estaba separada, lo pudo hacer.

Siguiendo la tradición familiar, decidí estudiar lingüística y fonoaudiología. Elegí hacerlo en la Universidad McGill de Montreal porque estaba cerca y era más barata. Terminada la carrera, a fines de los setenta, me mudé a Toronto y no quise volver a vivir en Estados Unidos. Solo iba a visitar a mi familia, pero, tras la muerte de mi madre, renuncié a la ciudadanía estadounidense.

Después de recibirme trabajé como investigadora en un instituto dedicado a la educación. Empecé a participar en el sindicato y a militar como feminista. Al año me nombraron presidenta de nuestro núcleo de 100 investigadores, y algunos años más tarde me ofrecieron ser coordinadora del programa de igualdad de oportunidades del poderoso sindicato de servicios públicos, que en esa época contaba con más de 100 mil afiliadas y afiliados, más de la mitad, mujeres. Así empecé a trabajar como asesora en equidad de género del movimiento sindical de Canadá. Lo hice por más de 30 años, primero en el sindicato de servicios públicos y luego como asesora independiente.

—¿Cómo llegaste a América Latina y a Uruguay?

—Mi vínculo con América Latina se profundizó durante los años ochenta. Durante mucho tiempo fui militante de las luchas por la democracia en las Américas, dedicándome a la solidaridad internacional con grupos del exilio chileno, argentino, nicaragüense, salvadoreño y otros. A partir de 2002, la Internacional de Servicios Públicos me contrató para trabajar en su campaña mundial por la equidad de remuneración entre mujeres y hombres. Me tocó asesorar a sindicatos en casi todos los países de las Américas, y en varias oportunidades esta labor me trajo a Uruguay.

El país me encantó desde la primera visita. A veces Barry me acompañaba en mis viajes, y también adquirió mucho cariño por Uruguay. En 2016 empezamos a venir a Montevideo por períodos cada vez más largos, que también coincidían con mi intención de reducir mi trabajo remunerado. En 2017 compramos un departamento en Ciudad Vieja. Al año siguiente, decidí capacitar a una mujer más joven para pasarle mi consultoría y poder jubilarme. Desde entonces vivimos casi la mitad del año en Montevideo y la otra en Toronto.

—Hablame ahora de tu vínculo con Israel y Palestina.

—Mi abuela, que vivía en Nueva York, nos regalaba bonos del Estado de Israel para los cumpleaños. Yo tenía ilusión con los kibbutzim, pero ya de adolescente, y siendo militante pacifista, rechacé la militarización del país. Para celebrar mis 16 años, mi abuela propuso llevarme a Israel; le rompí el corazón cuando le dije que no iría. Me deshice de los bonos y le pedí que no volviera a regalármelos. Sin embargo, ya en la universidad volví a estudiar yiddish y también hebreo; pude cartearme con mi abuela en yiddish, para su agrado y orgullo. Años después fui una sola vez a Israel, pero no pude soportar el militarismo metido en todas las áreas de la vida.

En Canadá, mi pareja y yo participamos en casi todas las luchas progresistas. Yo nací en el feminismo, y los dos compartimos una ideología socialista y ambientalista. Él también es antisionista (más rabioso que yo). Conocimos el trabajo de IJV cuando asistimos al Foro Social de Canadá en 2016. Inmediatamente nos afiliamos. En junio de 2023 asistimos a su conferencia en Toronto y quedamos más conectados a sus campañas. La conferencia, que incluyó a participantes de Palestina en el programa, fue un triunfo en materia organizativa, ya que juntaba voces diversas en apoyo a la causa de la liberación palestina con mensajes clarísimos, intersectoriales y anticolonialistas.

En esa conferencia se desató un debate en torno al término antisionismo. La organización pretende lograr una convocatoria amplia, incluso entre judías y judíos que aún guardan algún apego a Israel. Así, algunos integrantes de IJV piensan que al definirnos como organización antisionista podemos perder el apoyo de potenciales aliados que quedan por convencerse. La discusión continuó por varios meses, hasta que finalmente el Comité Directivo respondió a la presión de nuestros aliados palestinos y se declaró públicamente como organización antisionista.

—Contame un poco sobre el trabajo de IJV. Hacen un trabajo crítico muy importante contra la definición de antisemitismo de la IHRA [siglas en inglés de Alianza Internacional para la Recordación del Holocausto], por ejemplo.

—IJV tiene varias campañas vigentes en el momento: contra el apartheid, contra el Fondo Nacional Judío, contra la definición engañosa de antisemitismo de la IHRA [Uruguay adoptó esa definición en 2020, N. de E.]. Hemos hecho un trabajo intensivo de comunicación para impedir que algunos concejos municipales adoptaran la definición de antisemitismo de la IHRA, que confunde la crítica a Israel con la discriminación hacia las personas judías.

Hacemos mucho trabajo de incidencia mediante cartas públicas que enviamos al gobierno, a las instituciones y a los medios de comunicación para romper con ciertos apoyos a Israel que violan incluso la ley canadiense. Por ejemplo, igual que en Estados Unidos, hay organizaciones registradas como «filantrópicas» y sin fines de lucro –a las que la gente puede donar y descontar impuestos– que en realidad recaudan y manejan millones de dólares para enviar a instituciones de Israel que contribuyen a la violación de los derechos del pueblo palestino, tales como el Ejército israelí, o el apoyo a soldados canadienses que van a servir en ese ejército, o el Fondo Nacional Judío, que es una herramienta de colonización y despojo de tierras palestinas. IJV cabildea para cortar esas complicidades con el apartheid y la colonización. Un ejemplo notorio de esa complicidad es el Parque Canadá, establecido sobre las ruinas de tres poblados palestinos destruidos tras la ocupación de 1967 y cuya población fue expulsada. Ese parque ha sido financiado por la comunidad judía de Canadá desde 1972.

Desde el 7 de octubre, la mayor campaña, obviamente, se centra en ampliar las voces que protestan contra la guerra de Israel contra Palestina, tanto en Gaza como en Cisjordania. Y eso supone insistir en que en Canadá no existe la comunidad judía, sino diferentes comunidades con diversas opiniones. Y que lo que Israel está haciendo es un genocidio y un intento de vaciar Gaza y hacerse de la tierra.

—Dijiste que te sorprendió no encontrar en las marchas por Palestina a ningún colectivo judío local. ¿Tenés algún vínculo con la comunidad judía uruguaya?

—En esa conferencia de IJV me conectaron con una argentina que recogió relatos sobre grupos judíos laicos y progresistas en varios países de las Américas, incluyendo Argentina, Chile, Uruguay, Canadá y Estados Unidos. Como no había logrado conectarme con personas judías progresistas en Uruguay, le pedí que me presentara a algunos de sus conocidos. Así supe que hay una organización, la Asociación Cultural Israelita Dr. Jaime Zhitlovsky [ACIZ], que se dice progresista e históricamente estuvo hermanada con grupos en Canadá, como el United Jewish People’s Order.

ACIZ me aceptó en su grupo de Facebook, pero allí encontré poco contenido actualizado y nada crítico de Israel. Cuando asistí a una actividad en diciembre [se refiere al acto organizado por el llamado Consenso por la Paz Palestino-Israelí], en la que ACIZ fue firmante de una declaración unitaria, me dio cierto optimismo. Sin embargo, hay poca evidencia de un verdadero compromiso con la lucha por la liberación de Palestina. En sus posteos recientes, ACIZ sigue promoviendo un alto el fuego ligado a la liberación de los rehenes israelíes, pero no hay mención ni condena al genocidio en Gaza. Por eso no he insistido con mis intentos de acercarme.

Además, ACIZ tomó una posición en contra de los grupos que llevaron la causa palestina a la marcha del 8M en Montevideo. En mi opinión, la imagen de la cabeza de Milei con la estrella de David fue un rotundo fracaso artístico: no quedó claro que era una burla a Milei ni cuál sería la relación directa con el 8M o con los judíos o Israel, pero no fue una expresión antisemita, de eso estoy segura, y me da rabia que tanta gente se aprovechara de la ambigüedad para acusar al grupo de gurisas [de Our Voice] de antisemitismo y decir que no debían llevar su protesta a la marcha. Al contrario, el llamado de paz para Palestina, sobre todo en vista de la masacre y el genocidio perpetrados contra el pueblo palestino, incluyendo, por supuesto, a toda su población femenina, es muy relevante para las reivindicaciones del Día Internacional de la Mujer. Me sentí reconfortada por la inclusión de esta lucha tan importante en varios puntos de la marcha del 8M.

Ahora, el porqué del silencio de los grupos judíos progresistas –y de los políticos uruguayos progresistas en general– ante el evidente genocidio que Israel está cometiendo no es algo sobre lo que me compete opinar. De hecho, me sorprende, y también es una gran decepción. Es un punto ciego dentro del clima de opinión progresista e internacionalista de la izquierda uruguaya. Parecería que predomina el fenómeno PEP [progresistas con excepción de Palestina], como en otros países donde hay menos voces y presencia de la izquierda que en Uruguay…

En cambio, siento mucho orgullo por mi pertenencia a IJV, que está asumiendo una posición protagónica dentro de la articulación de voces judías antisionistas. Lo que en junio de 2023 parecía una voz solitaria, ahora se ha multiplicado y cobra más autoridad. El gran incremento de afiliaciones a IJV desde el 7 de octubre da testimonio de ello. Se nos busca como portavoces de esos «otros judíos», y nos citan en la prensa y en las redes.

Las comunidades judías ya no son vistas como un bloque incondicional de apoyo a Israel. Hay cada vez más judías y judíos, tanto en Canadá como en Estados Unidos, que se atreven a expresar abiertamente su repudio al gobierno de Israel, su perspectiva de rechazo a los principios del sionismo y su cuestionamiento sobre el futuro de un Estado basado en la superioridad de un grupo étnico o religioso sobre los demás.

Creo que las personas que formaron su concepto de Israel en los setenta, cuando existía una izquierda que buscaba compartir el territorio entre árabes y judíos, nunca se actualizaron. No han querido entender que las políticas, en especial las de las últimas décadas, destrozaron esa posibilidad con la galopante colonización ilegal, la construcción de las vallas de apartheid, etcétera. Y el hecho de que no quieran saber y entender se convierte en una ceguera que se vuelve insuperable.

Obviamente, requiere esfuerzo abrirse a la posibilidad de que nuestras creencias no estén acordes con la realidad. El miedo a encontrarse en esa situación de disonancia cognitiva que sacude nuestra perspectiva es fuerte, pero, como personas adultas, debemos dar ese paso e informarnos sobre la verdadera historia del territorio y los efectos de las políticas estatales sionistas, por no mencionar todo el aspecto geoestratégico, el rol de Estados Unidos, etcétera.

No nos podemos quedar con una idealización del Estado de Israel totalmente desmentida por los hechos. Para mí, la israelí es una sociedad traumatizada que actúa impulsada por una letal combinación de miedo, heridas históricas y arrogancia. Yo no espero una conducta racional de sus gobiernos. Nosotros, desde afuera de Israel, tenemos que aplicar el raciocinio y la empatía humana para entender lo que pasa en ese país y trabajar por la protección de la vida y la dignidad.

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