En una Lupa publicada en Brecha el 4 de abril de 2008, la crítica e investigadora Ana Inés Larre Borges dedicaba una meditación inolvidable a la naturaleza de la literatura epistolar y a lo que suponía –ya por entonces– su incontestable defunción. Y cortejada por las «escenas epistolares» de Vermeer, componía este hallazgo: «Las cartas parecen jactarse en la contradicción. Como enseñan las de Kafka a Felice Bauer y a Milena Jesenská, sirven –contrariamente a lo que declaran– para postergar infinitamente un encuentro, una consumación. Las cartas aspiran a abolir la distancia, pero son la prueba de que esa distancia existe. El anhelo por el otro, si alcanzado, mata a la carta. A quien escribe, mata la espera. Hay algo agónico en el tráfico epistolar». Más tarde, remataba: «Las cartas, además...
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