Y sin embargo - Semanario Brecha
El colonialismo sionista a los ojos de Marcha

Y sin embargo

Independencia de Argelia, en 1962 / Centro para el Estudio de Historia Moderna y Contemporánea

A partir de un recorrido por las páginas de Marcha, la autora evoca la incomprensión dominante en la izquierda uruguaya de entonces –y en un semanario especialmente sensible a las luchas anticolonialistas, sin embargo– hacia la cuestión palestina, que se prolonga hasta hoy.

«Hay un complot muy grave y esta vez no está en juego ni Irak ni su hermana Siria, sino Palestina. Algo flota en el aire que preludia una liquidación del asunto palestino patrocinada por Estados Unidos. Ellos saben que para triunfar deberían primero desembarazarse de los gobiernos progresistas hostiles a Israel. Estados Unidos se beneficia ya de la complicidad de ciertos Estados árabes. Solo les falta neutralizar a Siria y a Irak. Nos crean dificultades en el interior del país para desviar nuestra atención del problema palestino.» (Último reportaje al general Abdulkarim Kasem, primer ministro de Irak asesinado el 9 de febrero de 1963; Marcha, 23-II-63.)

«¿Qué quiere Golda Meir exactamente? […] ¿Temen los palestinos sufrir las represalias israelíes? No. “Conocemos suficientemente a los israelíes como para saber que ya nada debemos temer de ellos.”» (Victor Gygielman, Marcha, 22-IX-72.)

«Para venderle unos quilos de naranja a Estados Unidos me tuve que bancar a cinco locos de Guantánamo.» (José Mujica, El Observador, 6-V-16.)

«Es terrible. Es terrible el atentado terrorista. Es terrible lo de los rehenes. Es terrible todo lo que está pasando.» (Carolina Cosse, Brecha, 14-VI-24.)


La masividad y la determinación de la solidaridad con Palestina de los universitarios estadounidenses en 2023-2024 trajeron a la memoria las grandes batallas estudiantiles contra la guerra en Vietnam, contra las masacres de un pueblo campesino que, con pocos recursos materiales, también luchaba por su independencia. No obstante, al menos en Uruguay, desconcierta la indiferencia ante la historia de Palestina y ante el genocidio en curso, como si la analogía con Vietnam hubiera sido desactivada (véase aquí).

En diciembre de 1968, Sophie Magariños, corresponsal en París de Marcha, le contaba en una carta a Hugo Alfaro, entre referencias a la distribución del semanario en Francia, sobre la situación política en lo que todavía era «el 68 francés» y, sobre todo, le hacía saber que, con antelación suficiente, le había enviado a Carlos Quijano un «artículo sobre la lucha de liberación» de los palestinos, y le pedía su publicación en el número de fin de año. Agregaba la corresponsal: «Aquí se habla mucho de esto y no hay razón para no darle importancia como a las luchas de Vietnam o Argelia. Supongo que no habrá muchos comentarios allá de esto y de la importancia que está adquiriendo, así como de sus repercusiones políticas. Tampoco se sabrá, supongo, las represalias cada vez más frecuentes de Israel sobre las poblaciones civiles, los bombardeos; napalm de aldeas, las condenas a perpetuidad de casi niños de 12 o 14 años, acusados sin pruebas».1

«No hay razón para no darle importancia como a las luchas de Vietnam o Argelia», escribía Magariños a Alfaro, y sabía de qué estaba hablando: en 1961, había publicado el libro Argelia: el martirio de un pueblo. Años después, a propósito de Palestina, se indignaba, en Cartas de los Lectores de Marcha, con sus «excompañeros y colegas universitarios», a quienes reprochaba «la ligereza y la ignorancia con la que se expresan» al opinar sobre lo que es «un episodio más de una guerra iniciada en 1948, y que arranca en la lucha del pueblo árabe-palestino a partir de 1917 durante el mandato británico en Palestina».

En 1973, volvía a decepcionarse por «la ligereza y la ignorancia» manifiestas en ese tema por sus excompañeros universitarios en una declaración difundida en Marcha (véase aquí).

Vietnam, España, Nápoles, ¿Palestina?

Tomemos el 23 de agosto de 1963. Ese viernes, la tapa de Marcha está dedicada a «Vietnam del Sur. La rebelión de los bonzos», es decir, a la resistencia que los bonzos budistas oponen al régimen títere de Vietnam del Sur, recurriendo al sacrificio por fuego.

En Cartas de los Lectores, el Movimiento Uruguayo de Solidaridad con el Pueblo Español denuncia a su vez la ejecución por la dictadura franquista de los «jóvenes patriotas españoles Francisco Granado y Joaquín Delgado».

En Avisos, se invita a «Acto de homenaje a León Trotsky, a los 23 años de su asesinato por la burocracia estalinista; reivindicado por el ascenso de la Revolución Permanente Mundial y la lucha revolucionaria del Partido Comunista Chino». También se anuncia: «Ante las nuevas agresiones a Cuba. En audición primicia para el Uruguay. Versión grabada de la conferencia del primer ministro de Cuba (luego de su viaje a URSS). CX30 Radio Nacional, sábado 24, hora 14. Audición especial del Comité de Apoyo a la Revolución Cubana». Por su parte, el Movimiento Revolucionario Oriental anuncia una charla sobre «Alfabetización revolucionaria en Cuba» para el viernes y «Cine checoslovaco» para el sábado.

La ejecución por garrote vil de los jóvenes anarquistas españoles vuelve en Avisos. Se invita: «Hoy a las 19. Acto de protesta por las ejecuciones de Delgado y Granado. Reclamando la ruptura de relaciones con Franco. Explanada de la Universidad. Organiza Movimiento de Solidaridad con el Pueblo Español. Hablarán: un representante de la Central de Trabajadores, FEUU, un representante del movimiento de solidaridad con el pueblo español, un delegado de la Federación de la Carne; invitados especiales: Carlos Quijano, Mario Cassinoni».

Se avisa también que una conferencia de Ángel Rama y de José Pedro Díaz en el Ateneo de Montevideo «se posterga debido al acto del Movimiento Uruguayo de Solidaridad con el Pueblo Español por los antifascistas Granado y Delgado». Un aviso de la Federación Anarquista Uruguaya afirma que, «como anarquistas, Granado y Delgado, bien lejos de estrategias de componendas, con su heroísmo conmueven al mundo»; mientras que una nota breve destaca que «la rebelión es tradición del mismo derecho español y por lo tanto la lucha de los antifascistas es lícita», ya que «luchaban por razones idealistas».

Para el 30 de agosto, se anuncia la inauguración de la exposición «Contra el garrote vil» de los artistas Agustín Alamán y Luis Camnitzer en el local de Marcha. En Avisos, también aparecen invitaciones del FIDEL (Frente Izquierda de Liberación) a mesas redondas sobre educación, y del Comité Bancario sobre la revolución cubana, el martes 27, a las 20 horas, en el ateneo.

Del artículo de tapa, «La rebelión de los bonzos», retendremos esta caracterización: «La revuelta de todo un pueblo contra la humillación y la inferioridad social que le ha impuesto una casta de mandarines dirigidos por Diem».

Ateniéndonos solo a la tapa y a los Avisos de un viernes de fines del invierno de 1963, diremos que a Marcha el mundo no le es ajeno y es lucha lejana que repercute con suficiente fuerza en Montevideo como para que las personas se compenetren y se junten para conversar y manifestarse sobre ese mundo y sus revueltas.

En consonancia, ese viernes, en «El oro de Nápoles», Hugo Alfaro celebra la ausencia de «intelectualismo» de Cuatro días de rebelión, película «limpia, directa, grave, vibrante […] el pueblo de Nápoles peleando a brazo partido con los nazis, muriendo y matando».

Por su parte, quien firma A. L., presumiblemente Antonio Larreta, escribe «El mito a todo lo que da», a propósito de Lawrence de Arabia. Muy elogioso, A. L. destaca aspectos notorios de la película –el espectáculo del desierto, la actuación de Peter O’Toole…– y señala que los guionistas son «demasiado inteligentes» como para haber eludido completamente «el contexto político», que A. L. anota así: «El imperialismo británico, sus intrigas y sus intereses, sus prejuicios raciales y sus hipocresías y […] las contrapartidas de codicia y salvajismo, ignorancia y falta de escrúpulos de los árabes». Disentiré con A. L. respecto de la marginalidad del contexto político en esa película, y también de su comprensión de contexto político en clave de conjunto de rasgos sobre todo morales, como si de un reparto de vicios entre contendientes se tratara.

Porque está claro desde el inicio que el marco de referencia constante de la película es la política del Imperio británico para quedarse con Palestina una vez los otomanos vencidos, burlando así, con embustes y verdades a medias, las ambiciones de independencia de las poblaciones árabe-palestinas. De ahí «las intrigas» y «las hipocresías» incesantes del general Allenby; de ahí la belleza actoral de O’Toole, anhelante de la mentira que Allenby le ofrece. Y también está claro que, en Lawrence de Arabia, a los árabes no les corresponden «codicia y salvajismo, ignorancia y falta de escrúpulos», ya que las escenas más cruentas de la película –la batalla contra los turcos, por ejemplo– suceden porque Lawrence da la orden de ataque, en contra del deseo de Sherif Ali, personaje que, interpretado por Omar Sharif, encarna altas virtudes civilizatorias, entre ellas, la lealtad al camarada y el amor al estudio. A lo largo de toda la película, la amistad, los afectos y el dolor ante la pérdida se dan entre los personajes árabes y de estos hacia Lawrence, y recíprocamente. La carga emotiva afectuosa corre por cuenta de ellos, mientras los personajes anglosajones, desde Allenby hasta el periodista estadounidense, pasando por los numerosos oficiales británicos cuyos días transcurren jugando al billar y paladeando limonada en los fabulosos palacios cairotas, en el mejor de los casos, producen indiferencia. La «limpieza» y la «pureza», anhelo recurrente, se encuentran en el desierto, solamente atravesado por palestinos y turcos, y por Lawrence, claro está, que lo recorre feroz con su tocado de novia célibe. Centralmente política, la película ilustra a qué precio se defiende un imperio, es decir, una situación colonial.

A. L., queriendo ofrecer un juicio histórico sobre esta película, en un recuadro extenso, cita la carta que un historiador británico envió al Times, en la que señala que se «falsea la historia para servir a un fin dramático», porque, por ejemplo, T. E. Lawrence no medía 1,90 como Peter O’Toole, sino que era «un bastardo engreído de 1,50»; igualmente, el citado historiador disiente con el retrato de un Allenby «demoníacamente empeñado en dejar que continuara el caos en Damasco». Grotesca rectificación pseudorrigurosa.

La historia que cuenta Lawrence de Arabia se sitúa en el corazón de Oriente Medio. En el inicio, al concluir el funeral de Lawrence, Allenby responde a un periodista: «La rebelión del desierto fue decisiva en la campaña de Oriente Medio». Es decir, la rebelión de los habitantes de Palestina, de Siria, de Irak y de la hoy Jordania contra los otomanos, en cuyo imperio habían vivido durante cuatro siglos; esa rebelión, azuzada por la promesa británica de posterior independencia y conducida por Lawrence, se saldó con una doble traición: la Declaración de Balfour (1917), obra del canciller británico que prometió al sionismo «un hogar nacional para los judíos en Palestina», y el Tratado de Sykes-Picot, entente franco-británica que en 1917 se autoatribuye y se reparte Irak, Siria, Líbano y Palestina, contando con la derrota inminente del Imperio otomano. De esta doble jugada surgió ese enclave occidental y genocida, tributario de Estados Unidos, Reino Unido y Francia (con el agregado de Alemania), que se llama Israel. Sin casualidad, una de las calles principales de Tel Aviv lleva el nombre de Allenby.

Y de esto habla, explícitamente, Lawrence de Arabia. En 1963, en un semanario hiperpolitizado como era Marcha, en extremo atento a los combates antimperialistas, se pasó por alto la rememoración cinematográfica de las primicias de una situación colonial de letal devenir y que la película supo mostrar. En 1964, se fundará la Organización para la Liberación de Palestina.

«Intransigencia de los combatientes»

En 1968, el 13 de diciembre, otra será la comprensión de Marcha hacia La batalla de Argel, la película de Gillo Pontecorvo: «Pontecorvo traza la crónica de los primeros brotes revolucionarios en Argel. La “nueva” realidad del Tercer Mundo renueva a la vieja escuela: del mero espejo del sufrimiento de los débiles que estilaban sus maestros de posguerra, el director pasa a la radiante exaltación épica de las luchas de liberación». (Recordaré que La batalla de Argel muestra y justifica escenas en que guerrilleras argelinas hacen explotar bombas en cafés de la zona francesa de la capital argelina, provocando la muerte azarosa de parroquianos europeos; recordaré que la película recibió el León de Oro en la Mostra de Venecia.)

Menos comprensión vuelve a mostrar Marcha, cuando en ese mismo número publica: «El fracaso de las conversaciones secretas de octubre entre Tel Aviv, El Cairo y Amman, la declaración del ministro Levi Eskol, según la cual el gobierno israelí no celebrará la paz con los árabes hasta haber obtenido el derecho a mantener su “presencia física” en el Sinaí y la intransigencia de los combatientes palestinos terminaron con las esperanzas de aquellos que creían en la posibilidad de un arreglo pacífico rápido del conflicto árabe-israelí. En Egipto, los “halcones” impusieron medidas como el aumento de la ayuda a la guerrilla palestina, la puesta en servicio de los nuevos Mig capaces de competir con los Phantom norteamericanos entregados a Israel […]».

No solo sucede que, en este artículo, quienes en Egipto apoyan la batalla de los palestinos son bautizados con el mismo nombre que solía emplearse para designar las fuerzas más imperialistas de Estados Unidos –«los halcones»–, sino que el artículo equipara la responsabilidad del régimen colonial israelí y la de los combatientes palestinos, «intransigentes», ambos igualmente belicistas y destructores de «esperanzas».

Como si entre la «radiante exaltación épica de las luchas de liberación» en Argelia y la «intransigencia de los combatientes palestinos» hubiera una diferencia condenatoria de los segundos.

Atrapados en razones de Estado

En «Heroína árabe», nota breve del 11 de setiembre de 1970, Marcha da cuenta de las repercusiones en la prensa internacional de la detención en paradero londinense desconocido de «Leila», «la mujer comando», «la pirata del aire reincidente», «la heroína de la resistencia palestina». Leila Jaled –entonces y hoy militante del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP)– había secuestrado un avión, en 1969; la acción había concluido exitosamente con el intercambio de secuestrados por presos políticos palestinos. En 1970, Times se asombra, refiere Marcha, de que los agentes de seguridad israelíes en el aeropuerto no hubieran reconocido a Leila; en esos mismos días, el FPLP secuestra y lleva a Jordania otros cuatro aviones con igual propósito de liberar presos palestinos. La Cruz Roja procura negociar e Israel se niega.

El viernes siguiente, 18 de setiembre de 1970, Marcha publica un «Nuevo documento de los “innombrables”» (estaba prohibido en ese entonces decir tupamaros), así como breves noticias sobre la huelga de hambre iniciada por presas políticas: América García, Elena Quinteros, Blanca Silva. También, una nota de la agencia IPS –«Jordania: Estado tapón en el Cercano Oriente»– que ilustra la sujeción de Jordania, reino inventado por Winston Churchill con el concurso de Lawrence. La nota refiere la existencia de un «movimiento guerrillero» en el que «los más intransigentes miran recelosos las negociaciones del Plan Rogers y ponen en jaque a la URSS y a Egipto» y sus esfuerzos para consagrar una «verdadera coexistencia pacífica». El FPLP de George Habash, médico marxista nacido en Lod, afín a Siria e Irak, rechaza las negociaciones con Israel, mientras que el líder palestino Yasser Arafat no desea romper ni con el rey jordano ni con el Egipto de Gamal Nasser, «los mejores armados gracias a la URSS». Para Arafat, otra cosa sería «aventurerismo».

Para el 25 de setiembre, Marcha titula en la parte inferior de la tapa, pero con destaque: «Medio Oriente. De la guerra a la revolución». Un artículo extenso de la agencia AFP relata la masacre de miles de palestinos a manos del Ejército jordano, así como las posturas del FPLP, de Arafat, de Nasser, las manifestaciones de apoyo a los palestinos que ocurren en las capitales árabes y las amenazas en el Mediterráneo de la Sexta Flota estadounidense. La nota concluye señalando: «El movimiento guerrillero palestino cambia políticamente: empiezan a difundirse consignas de guerra popular de Mao y del Che […]. El mundo árabe no puede permitirse el lujo de una revolución y de una guerra. Esta parece ser la tesis de los extremistas palestinos para los que una guerra contra Israel ha de ser una plataforma de una revolución árabe de estilo chino».

El 2 de octubre, el presidente Nasser está en la tapa, con una foto y una cita reivindicativa de la dinámica propia, interna, de los movimientos populares nacionalistas en el mundo árabe. Nasser acaba de morir y el obituario lo escribe Paulo R. Schilling, quien evoca los meses de 1948 en los que el egipcio resistió en una aldea de Palestina y el amargo recuerdo de la derrota árabe. Y concluye Schilling: «Parece claro que Nasser fue la víctima 20.001 del genocidio comandado por Husein, el “Nerón de Jordania”». De este modo, con una boutade, Schilling logra dar el nombre que corresponde –genocidio– a la suerte corrida por los palestinos oriundos o refugiados en Jordania, en el setiembre negro recién acaecido. Está así infringiendo una regla tácita, a saber, la insignificancia de los palestinos, vivos o muertos, en el ajedrez de la geopolítica.

El 9 de octubre, Marcha publica «Del arabismo a la búsqueda de la paz», de Jean Lacouture, quien recrea un Nasser vencido por Israel en 1948 y en 1955, en Gaza, esa vez.

Explicaciones sin firma, «la disputa interrumpida»

Dos años más tarde, setiembre de 1972, transcurren las Olimpíadas en Múnich y la organización palestina Setiembre Negro irrumpe en el pabellón de los atletas israelíes, mata a dos que oponen resistencia y toma como rehenes a otros nueve, con el renovado propósito de canjearlos por presos palestinos. Marcha dedica la tapa del 8 de setiembre a Chile y a Allende; también anuncia: «El trasfondo político de las Olimpíadas».

En Carta de los Lectores, la Juventud Uruguaya de Origen Libanés responde a una carta del Movimiento Sionista Socialista Religioso del Uruguay aparecida el 11 de agosto anterior, y, «para poner fin a la confusión» que este movimiento «quiere crear», expresa en su primer punto: «Los albergados a que hace referencia dicha nota son los ciudadanos palestinos que Israel expulsó por la violencia hacia Líbano. Estos expulsados, a quienes el Movimiento Sionista Socialista Religioso del Uruguay llama agresores, tienen como único deseo volver a sus casas y a sus tierras. […] El deseo expansionista de Israel sobre el territorio libanés fue expresado en muchas declaraciones y publicaciones de autoridades israelíes, [Israel] debe acatar y ejecutar la resolución de la ONU n.o 242 (22 de noviembre de 1967) […]. Si el Movimiento de Liberación del Pueblo Judío que es el Sionismo no es un movimiento racista semejante al nazismo, debería aceptar que en Palestina convivan todas las razas y las religiones en lugar de crear en el siglo XX una nación racista. […] Israel aprovecha cada acción de los patriotas palestinos que viven en Israel para agredir a Líbano responsabilizándolos de estas acciones».

También, Carta de los Lectores anuncia la recepción y la próxima publicación de declaraciones de repudio a «la acción terrorista llevada a cabo contra la delegación deportiva israelí en la villa olímpica de Múnich» enviadas por la embajada de Israel, el Instituto Cultural Uruguay-Israel, la Asociación Cultural Israelita Dr. Jaime Zhitlovsky, el Comité Judío de Apoyo al Frente Amplio, la Unión Cultural Israelita y la Juventud Uruguaya de Origen Libanés.

Ese número dedica un artículo largo a «La segunda caída de Sendic», con detalles del apresamiento del dirigente tupamaro en Ciudad Vieja, luego de haber resistido armado y de caer herido gravemente. Marcha detalla la situación médica de Sendic, la condición de su herida, el diagnóstico.

A continuación, un artículo extenso sin firma refiere la toma de rehenes en Múnich; si bien el colgado sugiere una perspectiva proisraelí, el artículo depara sorpresas. Explica el nombre dado por Setiembre Negro a su operación en Múnich, Biram-Ikrit, denominación de dos pueblos palestinos cuya población –de 80 y 120 familias, respectivamente–, en 1948, había sido expulsada de sus casas. En 1951 los expulsados habían batallado para poder retornar a sus hogares; algunos habían aceptado indemnizaciones, otros habían intentado volver, y la primera ministra Golda Meir había ordenado reprimir. En 1972, el gobierno de Israel acababa de confirmar a estas familias la prohibición definitiva de retornar a sus hogares. Por otra parte, el artículo anónimo de Marcha ubica a Setiembre Negro dentro de las «cinco principales organizaciones de la resistencia palestina» y reseña otros actos de su acción armada, mientras recuerda el número de detenidos políticos palestinos en Israel: 1.650.

El artículo refiere también la negativa del gobierno de Golda Meir a negociar el canje de israelíes por palestinos y sugiere la responsabilidad directa del gobierno israelí en el fracaso del rescate que se había saldado con la muerte de los atletas israelíes secuestrados, de los guerrilleros palestinos, de un piloto y de un policía.

Otro artículo, «Trasfondo político de las Olimpíadas», firmado por Paulo R. Schilling, sostiene una tesis denunciatoria de las Olimpíadas por considerarlas el lugar en que los ricos y poderosos hacen alarde de su riqueza y de su poder; entre estos últimos ubica a la URSS y a los países socialistas que muestran su supremacía al igual que los capitalistas. Así, Schilling fustiga «una de las más grandes y groseras mentiras de nuestra época […] presunto ideal de paz y solidaridad» y señala «la disputa interrumpida por los guerrilleros palestinos». Destaca la «victoria política de “las razas inferiores”», por «la exclusión política [en esas Olimpíadas] de los racistas de Rodesia», y sostiene que «la tragedia» de «secuestrados judíos y secuestradores árabes muertos a manos de la policía alemana […] debería ser la última con nuestra participación». Y «que los superhombres de las superpotencias se diviertan solos».

El consenso: no hay razón que valga

El viernes siguiente, 15 de setiembre, como prometido, Marcha publica en Carta de los Lectores las abundantes expresiones de repudio al «terrorismo como medio de solución», que «nada tiene que ver con los anhelos de paz» y «favorece a los enemigos de la paz árabe-israelí», «por encima de los móviles que pudieran alegarse para justificar una acción tan extemporánea como inhumana», y de solidaridad con «el dolor que hoy conmueve al pueblo de Israel». Un marcado consenso se desprende de esas numerosas cartas de organizaciones, asociaciones e instituciones de uruguayos judíos: en Múnich solo se trató de un acto terrorista, «de la insanía [sic] criminal», «sin excusas ni atenuantes dirigido contra el noble y heroico pueblo de Israel que con tenacidad, abnegación y coraje enseña diariamente al mundo el avance del género humano», actos que «atentan contra el restablecimiento de la paz en Cercano Oriente y solo sirven a intereses ajenos a los pueblos árabe e israelí».

Única nota tímidamente disonante, la Juventud Uruguaya de Origen Libanés nombra el «trágico atentado», expresa su «amplio repudio», «su firme posición» y «recuerda que siempre la violencia y la injusticia llaman a la violencia».

¿Es posible imaginar que, entre los firmantes que caracterizan como «terrorismo» e «insanía criminal» una toma de rehenes destinada a liberar presos encarcelados por resistir un Estado colonialista, racista y supremacista –Estado que en el aeropuerto alemán no había dudado en desencadenar la muerte de propios y ajenos– haya habido quienes años atrás, en las salas de cines montevideanas, se conmovieran con los napolitanos de Cuatro días de rebelión, película «limpia, directa, grave, vibrante» que mostraba al «pueblo de Nápoles peleando a brazo partido con los nazis, muriendo y matando», como emocionado había escrito Alfaro? Entre los frenteamplistas judíos de 1972 que repudian la toma de rehenes «por encima de los móviles que pudieran alegarse», ¿habrá habido quienes también desestimaron «los móviles alegados» –la lucha anticolonial– por los guerrilleros argelinos en la premiada La batalla de Argel?

Para la semana siguiente, Marcha anuncia cartas de respuesta al artículo de Schilling.

Olímpica indiferencia

El 22 de setiembre, media docena de cartas vilipendian el artículo de Schilling, acusado de anticomunista consuetudinario y «elitista»; las cartas, a menudo muy extensas, hacen un elogio del espíritu olímpico y del mérito de los países socialistas al cosechar medalla tras medalla. En ninguna de ellas hay referencia alguna a la acción de Setiembre Negro, a su fatal desenlace, a las buenas o ausentes causas: nada, silencio. Concluye así una de estas cartas denostadoras de la nota de Schilling: «Y, para terminar, la gran lección de Múnich es el triunfo del sistema socialista. Once países socialistas con 384 medallas, 37 países no socialistas con 316 medallas […]».

Schilling, en la respuesta a sus detractores, vuelve a dar sus razones contra «el papel alienante enajenante de las competencias internacionales», «la coexistencia pacífica» y la creciente indistinción entre «capitalistas y socialistas [ricos]», y reafirma su «posición tercermundista». Aunque no vuelve a nombrar a «los guerrilleros palestinos», sí evoca a los «subalimentados, enfermos y anónimos guerrilleros vietnamitas» que días atrás habían «hecho volar la base de Bien Hoa destruyendo más de 100 aviones yanquis», guerrilleros a los que Schilling dice preferir como «prototipos del hombre socialista», antes que «los superalimentados, superentrenados, supervictoriosos atletas de los países socialistas».

Marcha ese viernes también publica como anticipo el prólogo y la posdata de El libro de Manuel, fechados el 7 de setiembre de 1972 y escritos por Julio Cortázar «a raíz de los sucesos de Múnich y la explotación que han hecho de ellos los medios de comunicación». En la posdata, el argentino fustiga las «lágrimas de cocodrilo […] por la violación de la paz olímpica en estos días en que los pueblos olvidan sus querellas y sus diferencias» y se pregunta si efectivamente los pueblos «olvidan», o si solo se trata del «masaje a escala mundial de los mass-media», que solo hablan de Múnich, sin dejar lugar a otras cosas, como el asesinato de 16 guerrilleros argentinos en Trelew, apunta Cortázar.

Indignado por la hipocresía de los mediáticos cocodrilos lloricosos en duelo por «la violación de la paz olímpica», Cortázar destaca la masacre de Trelew y omite la masacre de guerrilleros y rehenes en Múnich; como si los medios de comunicación solamente fueran criticables por inundar con sus lágrimas de cocodrilo el lugar debido a la matanza argentina.

Por su parte, un artículo extenso de Jean Lacouture y de Josette Alia, «Los iracundos de la tierra prometida», narra las peripecias de «esa larga jornada de engaños [en que] los periodistas fueron los instrumentos inconscientes de una intoxicación permanente, de un piadoso manejo de la opinión, el cual de silencio en mentira llegará finalmente la confesión». Para Lacouture y Alia, «la decisión de montar una trampa en el aeropuerto [alemán] vino solo de Israel», por más que «los alemanes la atribuyen a Egipto», y a la demostración de la culpabilidad israelí dedican buena parte del artículo, que se cierra con una observación que, hasta hoy, nos alcanza: «Se pasa de consideraciones humanitarias al racismo que muta, el individuo de nariz aguileña, tez oscura, ojos legañosos y diabólicos ya no es el judío del Völkischer Beobachter, sino un árabe ¿o palestino? ¿Quién los diferencia? ¿Estas gentes son hombres? Prohibido a los árabes. Queda para la gente. ¿Quiénes son esos palestinos y qué quieren?»

Marcha, en 1972, con la atención puesta en los movimientos guerrilleros locales y regionales, delega en notas de agencias de noticias o en periodistas extranjeros el abordaje, más bien escaso, de la lucha de los palestinos contra el colonialismo israelí. Para periodistas como Sophie Magariños, Jean Lacouture y, de cierto modo, Paulo R. Schilling, es una evidencia que los grupos palestinos forman parte del gran movimiento antimperialista; sin embargo, esta percepción parece estar ausente en las grandes plumas del semanario o, incluso, en los lectores.

Las dos series epistolares sobre Múnich que publica Marcha dan cuenta de una voluntad de ceguera: la negación absoluta de cualquier motivo o dolor, histórico o actual, que pudiera asistir al pueblo palestino. Sin razón y sin dolor, sin historia ni presente, los palestinos son la ilegitimidad total: solo pueden ser tema de conversación, es decir, de repudio y condena inapelables, cuando atentan contra el destino de Israel. El silenciamiento completo que sufre la acción de Setiembre Negro en el epistolario apologético del medallero olímpico de la URSS y del campo socialista ilustra el no lugar que ocupan los palestinos en el juego de los poderosos y sus entusiastas, apólogos del espíritu olímpico y soviético, solo celebrable a costa de silenciar la tragedia de esos días, de los anteriores y de los actuales.

Cinco décadas después

Transcurridos cinco decenios, en Uruguay, la causa antisionista y anticolonialista que llevan adelante los palestinos desde hace un siglo sigue estando relegada. Los crímenes y el saqueo diariamente transmitidos en directo desde el 7 de octubre último por noticieros internacionales (Televisión Española, DW, BBC, France 24…) parecen resbalar por una sensibilidad impermeabilizada. Se dirá que, en esto, seguimos cultivando nuestra «occidentalidad», como el resto del «mundo civilizado y libre», ocasionalmente dispuestos a «deplorar», luego de un año de partes diarios sobre el genocidio y de cien años de colonialismo, «el ataque terrorista» y «los rehenes» (Carolina Cosse, aquí).

En el mejor de los casos, hoy en Uruguay los palestinos son considerados víctimas del talante de Benjamín Netanyahu, de la extrema derecha israelí, de la ortodoxia judía, de un infortunio histórico, de una trama oscura que tejen dos demonios lejanos. De ahí, las manifestaciones callejeras, convocadas por decenas de organizaciones, pero a las que acuden escasas personas; las organizaciones prestan su sello para la convocatoria, pero no convocan; salvo excepciones, sus dirigentes no asisten, sus militantes no propagandean, no difunden, no hablan. Cuando no sucede que la autopercibida izquierda apoya el sionismo, asimilando, como asimila el Estado genocida de Israel, la crítica al Estado sionista y el antisemitismo, tal como lo asimilan las autoridades de la Universidad de la República (véase aquí, aquí, aquí).

La izquierda (o autopercibida izquierda) ritualmente –anualmente– practica manualidades con las margaritas de pétalo caído y desfila en silencio por 18 de Julio. Lanzada a los cuatro vientos, la pregunta esencialmente forense «¿dónde están?» deviene un ubi sunt? que proclama la inexistencia de respuesta, mientras asegura la impunidad de quienes deberían haber respondido. Así, de impunidad en impunidad, la historia política de los militantes asesinados y desaparecidos se vuelve una memoria de reliquias, en el mejor de los casos. Reducidos a su condición de víctimas de la dictadura y/o del terrorismo de Estado, tragados por máquinas que capturan militantes y devuelven víctimas de violaciones a los derechos humanos, los muertos y desaparecidos de ayer quedaron sin razones, sin dolores, sin pensamientos, sin deseos, sin ideas. No fueron asesinados porque eran revolucionarios, o reformistas, o comunistas, o anarquistas, o trotskistas, o maoístas, sino que fueron asesinados porque fueron víctimas. ¿Puede haber algo más incomprensible, y más falso de verdadera falsedad, que decir que a Líber Arce lo mataron porque reclamaba por el boleto estudiantil y por mayor presupuesto para la educación? Líber Arce era un militante comunista y, como tal, era portador de un ideario que, entre otras cosas, lo llevaba a manifestar por razones innumerables. Líber Arce era estudiante y, como muchos estudiantes, participaba de un ímpetu de generosidad y grandeza, que los volvía amables y amados, tal como dejaron constancia Mario Handler, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Daniel Viglietti con su «Me gustan los estudiantes». La transmutación de Líber Arce o de cualquier estudiante en «mártir», resignándose ante el léxico religioso, oscurece la política. En la tradición cristiana, mártir es quien con su suplicio presta testimonio –no abjura– de la fe; en el mundo profano, mártir suele especificarse: «mártir de la libertad», «mártir de la patria», etcétera; coloquialmente, mártir se emplea como sinónimo de víctima. Cuando se hace de los militantes políticos «mártires» a secas, ¿qué sentido predomina en esta denominación?

La izquierda (o autopercibida izquierda) uruguaya supo adiestrarse y adiestrar en este rito que despolitiza –recorta, descontextualiza, saca de la historia y coloca en el limbo en el que flotan las víctimas– a sus propios militantes políticos asesinados y desaparecidos. El rito anual recordatorio solo ahonda la separación y expande la lejanía entre las víctimas –cuerpos desaparecidos sin ideas– y nosotros, que suponemos tener tantas (y, entre estas, no hacernos matar por el boleto).

La ilegitimidad que desde la posdictadura pesa sobre cualquier disenso que empañe o aleje del ejercicio del gobierno autopercibido de izquierda se acrecienta en la causa palestina: lejana, oscura, sospechosa. (Así, las numerosas personas que, con reflejos de cristiano viejo reclamando las pruebas de pureza de sangre, se amparan en los supuestos inicios espurios de Hamás y en la supuesta invencibilidad militar de Israel, para apartarse del asunto, con aire de entendidos.)

Pero como antes y tal vez más que antes, el muro de indiferencia se raja, como este suplemento de Brecha lo muestra. En 1973, a pocos meses de que Marcha dejara de existir, la guerra en Palestina dio lugar a una Carta de los Lectores firmada por «universitarios» que, en su «ligereza e ignorancia» (retomo las palabras de Sophie Magariños), bien podría ser la de sus colegas de 2023. Pero también, en esa misma Carta de los Lectores, una declaración de numerosos escritores –Idea Vilariño, Amanda Berenguer, Sylvia Lagos, Mario Benedetti, José Pedro Díaz, Danubio Torres,…– dejó oír una campana de justicia y verdad (véase aquí).

Concluido el interregno de la dictadura cívico-militar, en 1985, cuando sacaba su cuarto número, Brecha publicó una carta que Juan Carlos Onetti había dirigido a su director, Hugo Alfaro. Entre felicitaciones y saludos por la aparición del semanario, Onetti desde Madrid, ciudad en la que se había radicado en su exilio y para siempre, escribía: «Veo que el corresponsal de la nonata Brecha en Tel Aviv es un tal Julio Adín. (Su verdadero apellido es Stern y nunca escuché chistes tan graciosos sobre el sionismo como los que me contó entre una mujer y otra.) Espero informará minuciosamente sobre las matanzas de palestinos que no son, claro está, actos terroristas».

Supe de este fragmento de carta onettiana, irónica y antisionista, gracias a una contratapa de Brecha que en 2006 escribió Carlos María Domínguez, porque Julio Adín acababa de morir en Israel, y Julio Adín no solo había sido gran amigo de Onetti, sino que sobre todo le había inspirado a Julio Stern, personaje de La vida breve.

La ironía onettiana, hasta hoy, sigue agrietando el muro de la impunidad israelí, dueña y señora del término terrorista (hoy combinado con antisemita) que viene endilgando desde hace cien años a quienes resisten el proyecto colonial, racista y supremacista del sionismo.

 Agradezco a Inés Trabal Luisi el conocimiento de esta carta de Sophie Magariños a Hugo Alfaro, disponible en https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/77249.

(Este artículo prolonga una reflexión de la autora iniciada en la revista digital Extramuros.)

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